Canciones
de mayo retrasadas que en septiembre van llegando solo en ecos,
esparcidas entre residuos de aguaceros, en la agricultura de unos
versos y la siega de los besos que mis labios sembraron en los tuyos.
Cosecha de pápalo y hongo de maíz; el olor de uno y el aroma de
otro, aroma de tierra húmeda, se mezclan con esas canciones tardías y caminando en los campos las voy silbando. Se escapa tu nombre,
seguido de una melodía.
No
ubico qué es de mí, si agricultor o poeta, pues cuando el sudor cae
a tierra escucho salir de esa gota, afinada, una nota. Y moriré de
hambre si me dedico a versar, o me volveré mudo labriego que
trastabilla el azadón y por cada grano sembrado una sílaba
compuesta que jamás habitará la pared de una cuerda vocal. Tal vez
me dedicaré a sembrar palabras, esperando ver florecer poemas, anhelando que las lluvias no tarden en llegar, para que brote de la
tierra el árbol de la voz, de una voz que no será la mía sino de
la tierra misma. Pero existe el miedo que la tierra no devuelva lo
sembrado y todo quede ahogado entre suelos barbechados, pero no
fértiles.
¿Qué
soy? Queda la semilla de quien escribe y se siembra en la tierra de
quien lee. Quisiera ser agricultor para alimentarte de los productos
de la tierra, o tal vez poeta porque las palabras también se
siembran como semillas, y nacen después como espigas. En eso
coinciden la agricultura y la poesía: ambas alimentan al cuerpo. El
cuerpo es muy cierto que está hecho de suelo, por eso se puede
sembrar en él y se puede cosechar. Sembrar letras para cosechar
palabras.
AUTOR: Víctor López (@viktor_reader)
AUTOR: Víctor López (@viktor_reader)