En algún lugar nos quedamos; plasmados en papel, la mente de hoy a diario viaja; recorre el camino que conoció ayer.
Víctor López @viktor_reader
martes, 15 de diciembre de 2015
sábado, 5 de diciembre de 2015
TAMBIÉN A IGNORAR LOS RECUERDOS SE APRENDE
¿Qué hacer cuando todo se ve borroso, cuando por más que lo intentas
no consigues recordar exactamente y todo parece mirarse a través de una cortina
de humo? Se termina confundiendo un simple recuerdo con un sueño, se engaña la
mente y la frustración obliga a abandonar todo intento por recordar. Ojalá así
fuera con todos los recuerdos, incluidos aquellos en los que están mezclados
los sentimientos, pues suena demasiado irónico no recordar qué ropa usaste la
semana pasada, pero sí recordar el daño que te hizo alguna persona hace cinco
años. Peor aún, no solo viene a tu mente el hecho perpetrado por ese alguien, sino
que recuerdas cada palabra que te dijo, recuerdas los ademanes que hacían más
intensas sus palabras, inolvidable también se vuelve la expresión en su rostro,
la misma que te acosó durante varias noches de insomnio, la que te despertaba
en pesadillas. Con cada recuerdo de ese tipo te vas preguntando ¿por qué? Aunque ni siquiera tú sabes la razón, te
vienen a la punta de la lengua las ganas intensas de hacer esa pregunta, es como
preguntarle a la oscuridad o a las hojas muertas o a la taza llena de café que
tienes frente a ti y de la que no te has desecho, porque fue un regalo de la
misma persona por la que estás pasando un mal rato. No es una pregunta que te
hagas a ti mismo, es un intento desesperado e iluso por escuchar la respuesta
de cualquier lado, sin importar de dónde venga y sin importar también qué tan
maduro o fuerte creas ser, siempre llegará el momento en el que se te quiebre
el temple y ya sea que vayas caminando o manejando, estés trabajando o
descansando en tu sofá, de pronto te darán unas ganas inmensas de llorar. Pero
ya han pasado varios años y eres una persona adulta con un trabajo, te sientes alguien
con una vida ya establecida y una vez más te encuentras formulando la pregunta
que jamás pudiste responder, pero inconscientemente en esta ocasión, una voz
que tú no escuchas te dice que eres una persona solitaria y semejante a alguien
con adicción que ha recaído en el vicio. Esa misma voz te va narrando cuentos
de auto superación, son tan aburridos, de hecho, que en lugar de captar tu
atención y mantenerte despierto, te van arrullando hasta dejarte dormido. Las
noches después de esos momentos amargos, son tan placenteras y reconfortantes, que
no sueñas nada, sientes que todo dejó de existir, que todo el mundo guardó
silencio para no interrumpir tu sueño.
Tú no llevas cuenta del paso del tiempo, no vas marcando en el
calendario cada día transcurrido que has vivido sin esa persona. Sin tener en
cuenta ese factor, un día cualquiera conoces a alguien que te hace sentir
mejor, pero ya tienes cuidado y te vuelves demasiado precavido procurando que
los sentimientos no se desarrollen tanto, en pocas palabras, no te enamoras del
todo. Así como lo fortuito los unió, de la misma manera esa persona te deja y
vuelves a estar en soledad, pero esta vez no te queda el residuo de una
decepción, sino la satisfacción de haber tomado la situación con cautela. Pero
como ya te venias acostumbrando al silencio, en esta ocasión en lugar de
preguntar ¿por qué? te vas cuestionando a ti mismo, con el fin de descubrir si
eres tú el responsable de tu soledad. Puede ser cualquier aspecto de tu
personalidad, cualquier detalle insospechado por ti, pero irritante para la
persona que intentas conservar a tu lado. Te sumerges en una preocupación que
te hace cambiar algunos gustos que consideras infantiles o no adecuados para tu
edad. Sigues la rutina, eso en lo que envuelves tu vida, y llega otro diciembre
con sus fríos y sus días llenos de publicidad que en lugar de darte ánimo y
envolverte con un abrigo de bienestar, realzan el contraste de tu vida y la
vida de otros, dejándote ver que solamente eres tú y la ausencia de alguien
más. Sueltas un comentario sarcástico dada tu situación sentimental: “es una mala fecha para quedarse solo”. Pasan
unos días y con ese comentario sarcástico en mente, decides comprar una
mascota para sobrellevar el tedio de las fiestas decembrinas. Una buena tarde te
sientas en la banca del parque, para pensar qué mascota quieres; debe ser perro,
porque los gatos no los toleras, además quieres un compañero que no tenga
ningún aspecto de egoísta como los tienen los felinos, pero más que nada la
decisión de un perro se debe a que los gatos te traen malos recuerdos. Ahora
piensas en la raza, pero los dos grados centígrados a la intemperie empiezan a
afectarte. Te das cuenta que cada persona que pasa te mira como si estuvieras
loco, y cuando observas a tu alrededor comprendes por qué: eres el único
sentado en una banca del parque. Movido por el frío más que por las miradas, te
levantas y te diriges a una plaza, vas pensado en la raza del perro, cuando
llegas a la plaza ya tienes dos opciones en mente: un labrador retriever o un
bóxer americano, te sientas junto a un calefactor enorme que ponen cada vez que
hace demasiado frío y tratas de decidir la raza de tu mascota. Decides que debe
ser un bóxer americano, porque congenia más con tu personalidad y lo describes
como un perro no muy agresivo, noble pero que impone respeto por su aspecto.
Una vez hecha tu decisión, te levantas para entrar a la tienda de mascotas,
pero mientras observas toda esa jungla enjaulada, en el reflejo de los vidrios
frente a ti, puedes ver a una persona de la mano de alguien y que luce
completamente cómoda y feliz, es la persona que apenas unos días atrás te dejó
con el pretexto de que necesitaba estar a solas para decidir el futuro de la
relación. Eres indiferente, porque no hay nada que sentir, ni coraje ni enojo
ni tristeza, y de una manera subjetiva te das cuenta que no eras tú el
problema, te arrepientes de los hábitos y gustos que suprimiste para aparentar
madurez y reflejar una personalidad más interesante hacia las personas.
Regresas a la banca discretamente tratando de no llamar la atención y observas
cómo se pierden entre la multitud de la plaza. Te quedas en medio del tránsito
de tanta gente, tu zona de seguridad es esa banca y el calor de la calefacción,
pero en ese instante la ley de Murphy se manifiesta más que como una hipótesis
empírica y se burla de ti y tu reacción al ver a esa otra persona que no has
visto por mucho tiempo y no porque se hubiera tardado la coincidencia para
reunirlos en un mismo lugar, sino porque esa personita que al pasar de los años
no has olvidado, se mudó a otra ciudad. Te preguntas qué hace ahí y la
respuesta viene de tu propia boca: “vino
a visitar a su familia” Y como era de esperarse, la situación se torna más incómoda,
sus miradas se cruzan; se ven fijamente uno al otro, se aproxima a donde estás, mientras una sonrisa se pinta en su rostro y esa misma sonrisa se refleja en el
tuyo. Te levantas por cortesía para saludar de mano, pero la ignora y te da un
abrazo, invadiendo por completo tu espacio personal. Percibes que aún usa la
misma fragancia e inevitablemente llegan tantos recuerdos a tu indeleble
memoria, es el clímax de la incomodidad; no sabes qué decir, simplemente
escuchas y no dejas de mirar sus ojos y sus labios al hablar. Todo va bien
dentro de ese desastre, hasta que de la nada aparece una persona y te la
presenta como su pareja; es agradable, incluso a ti te cae bien. “Me dio mucho gusto verte” le dices, “ya va para seis años” te responde, “el mismo tiempo que llevamos juntos”
contesta su pareja y justo con ese comentario le dejas de ver lo agradable,
pero finges amabilidad. Regresas a tu zona de seguridad y te quedas tan absorto
en tus pensamientos que, cuando reaccionas, te preguntas por qué estás ahí, te
frustras al no poder recordar qué fue lo que te llevó a aquella plaza. Te metes
al centro comercial y buscas azúcar y café, algo que no necesitas, pero que
compras de todos modos. Sin darte cuenta llegas a casa, cuando abres la alacena
te das cuenta que tienes casi un kilo de café en polvo y suficiente azúcar,
maldices un poco y dejas todo mal acomodado, recuerdas que eran croquetas y un
perro lo que ibas a comprar, pero lejos de darte coraje te da risa. Cenas y
después miras televisión mientras tomas un poco de café, pero tu mente no está
ahí, va y viene dependiendo de la película que estás viendo, no te preocupa que
haya demasiado silencio a tu alrededor, no te incomoda la soledad, porque así
has vivido demasiado tiempo; sin embargo, el timbre de la puerta suena y eso
realmente te preocupa, es algo fuera de lo normal, incluso habías olvidado que
tenías timbre. Sin sospechar quién es, abres la puerta y para sorpresa tuya es
la misma persona del centro comercial, la que no veías desde hace casi seis
años. No sabes qué decir una vez más y le dejas ver tu nerviosismo, esta
ocasión viene sin su pareja y te pregunta si puede pasar, por supuesto abres la
puerta más y dejas que entre. En ese momento pasan tantas cosas en tu mente que
tu corazón responde latiendo demasiado rápido y bombeando más sangre para
enfriar tu cerebro. A partir de aquí, de
este preciso momento, tú decides lo que pasará, llevarás la situación por donde
quieras, dejarás que tu imaginación termine de narrar esta historia y le darás
un final que solo a ti te satisfaga, debes pensar qué haría y qué diría esa
persona que esté frente a ti y que hace tiempo te dejó sin dar explicación
alguna. Debes cuidar tus palabras y pensar bien qué le dirás, cuáles serán tus
respuestas. No sé, tal vez, solo tal vez, termines todo esto como un cuento y
las últimas palabras en decir sean: Érase una vez, en una ciudad pequeña, una
persona que tenía la habilidad de no olvidar nada de lo que había vivido, ni
olvidaba a nadie que había conocido y valía la pena seguir conociendo…
AUTOR: Víctor López (@viktor_reader)
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