martes, 15 de diciembre de 2015

sábado, 5 de diciembre de 2015

TAMBIÉN A IGNORAR LOS RECUERDOS SE APRENDE

¿Qué hacer cuando todo se ve borroso, cuando por más que lo intentas no consigues recordar exactamente y todo parece mirarse a través de una cortina de humo? Se termina confundiendo un simple recuerdo con un sueño, se engaña la mente y la frustración obliga a abandonar todo intento por recordar. Ojalá así fuera con todos los recuerdos, incluidos aquellos en los que están mezclados los sentimientos, pues suena demasiado irónico no recordar qué ropa usaste la semana pasada, pero sí recordar el daño que te hizo alguna persona hace cinco años. Peor aún, no solo viene a tu mente el hecho perpetrado por ese alguien, sino que recuerdas cada palabra que te dijo, recuerdas los ademanes que hacían más intensas sus palabras, inolvidable también se vuelve la expresión en su rostro, la misma que te acosó durante varias noches de insomnio, la que te despertaba en pesadillas. Con cada recuerdo de ese tipo te vas preguntando ¿por qué?  Aunque ni siquiera tú sabes la razón, te vienen a la punta de la lengua las ganas intensas de hacer esa pregunta, es como preguntarle a la oscuridad o a las hojas muertas o a la taza llena de café que tienes frente a ti y de la que no te has desecho, porque fue un regalo de la misma persona por la que estás pasando un mal rato. No es una pregunta que te hagas a ti mismo, es un intento desesperado e iluso por escuchar la respuesta de cualquier lado, sin importar de dónde venga y sin importar también qué tan maduro o fuerte creas ser, siempre llegará el momento en el que se te quiebre el temple y ya sea que vayas caminando o manejando, estés trabajando o descansando en tu sofá, de pronto te darán unas ganas inmensas de llorar. Pero ya han pasado varios años y eres una persona adulta con un trabajo, te sientes alguien con una vida ya establecida y una vez más te encuentras formulando la pregunta que jamás pudiste responder, pero inconscientemente en esta ocasión, una voz que tú no escuchas te dice que eres una persona solitaria y semejante a alguien con adicción que ha recaído en el vicio. Esa misma voz te va narrando cuentos de auto superación, son tan aburridos, de hecho, que en lugar de captar tu atención y mantenerte despierto, te van arrullando hasta dejarte dormido. Las noches después de esos momentos amargos, son tan placenteras y reconfortantes, que no sueñas nada, sientes que todo dejó de existir, que todo el mundo guardó silencio para no interrumpir tu sueño.
Tú no llevas cuenta del paso del tiempo, no vas marcando en el calendario cada día transcurrido que has vivido sin esa persona. Sin tener en cuenta ese factor, un día cualquiera conoces a alguien que te hace sentir mejor, pero ya tienes cuidado y te vuelves demasiado precavido procurando que los sentimientos no se desarrollen tanto, en pocas palabras, no te enamoras del todo. Así como lo fortuito los unió, de la misma manera esa persona te deja y vuelves a estar en soledad, pero esta vez no te queda el residuo de una decepción, sino la satisfacción de haber tomado la situación con cautela. Pero como ya te venias acostumbrando al silencio, en esta ocasión en lugar de preguntar ¿por qué? te vas cuestionando a ti mismo, con el fin de descubrir si eres tú el responsable de tu soledad. Puede ser cualquier aspecto de tu personalidad, cualquier detalle insospechado por ti, pero irritante para la persona que intentas conservar a tu lado. Te sumerges en una preocupación que te hace cambiar algunos gustos que consideras infantiles o no adecuados para tu edad. Sigues la rutina, eso en lo que envuelves tu vida, y llega otro diciembre con sus fríos y sus días llenos de publicidad que en lugar de darte ánimo y envolverte con un abrigo de bienestar, realzan el contraste de tu vida y la vida de otros, dejándote ver que solamente eres tú y la ausencia de alguien más. Sueltas un comentario sarcástico dada tu situación sentimental: “es una mala fecha para quedarse solo”. Pasan unos días y con ese comentario sarcástico en mente, decides comprar una mascota para sobrellevar el tedio de las fiestas decembrinas. Una buena tarde te sientas en la banca del parque, para pensar qué mascota quieres; debe ser perro, porque los gatos no los toleras, además quieres un compañero que no tenga ningún aspecto de egoísta como los tienen los felinos, pero más que nada la decisión de un perro se debe a que los gatos te traen malos recuerdos. Ahora piensas en la raza, pero los dos grados centígrados a la intemperie empiezan a afectarte. Te das cuenta que cada persona que pasa te mira como si estuvieras loco, y cuando observas a tu alrededor comprendes por qué: eres el único sentado en una banca del parque. Movido por el frío más que por las miradas, te levantas y te diriges a una plaza, vas pensado en la raza del perro, cuando llegas a la plaza ya tienes dos opciones en mente: un labrador retriever o un bóxer americano, te sientas junto a un calefactor enorme que ponen cada vez que hace demasiado frío y tratas de decidir la raza de tu mascota. Decides que debe ser un bóxer americano, porque congenia más con tu personalidad y lo describes como un perro no muy agresivo, noble pero que impone respeto por su aspecto. Una vez hecha tu decisión, te levantas para entrar a la tienda de mascotas, pero mientras observas toda esa jungla enjaulada, en el reflejo de los vidrios frente a ti, puedes ver a una persona de la mano de alguien y que luce completamente cómoda y feliz, es la persona que apenas unos días atrás te dejó con el pretexto de que necesitaba estar a solas para decidir el futuro de la relación. Eres indiferente, porque no hay nada que sentir, ni coraje ni enojo ni tristeza, y de una manera subjetiva te das cuenta que no eras tú el problema, te arrepientes de los hábitos y gustos que suprimiste para aparentar madurez y reflejar una personalidad más interesante hacia las personas. Regresas a la banca discretamente tratando de no llamar la atención y observas cómo se pierden entre la multitud de la plaza. Te quedas en medio del tránsito de tanta gente, tu zona de seguridad es esa banca y el calor de la calefacción, pero en ese instante la ley de Murphy se manifiesta más que como una hipótesis empírica y se burla de ti y tu reacción al ver a esa otra persona que no has visto por mucho tiempo y no porque se hubiera tardado la coincidencia para reunirlos en un mismo lugar, sino porque esa personita que al pasar de los años no has olvidado, se mudó a otra ciudad. Te preguntas qué hace ahí y la respuesta viene de tu propia boca: “vino a visitar a su familia” Y como era de esperarse, la situación se torna más incómoda, sus miradas se cruzan; se ven fijamente uno al otro, se aproxima a donde estás, mientras una sonrisa se pinta en su rostro y esa misma sonrisa se refleja en el tuyo. Te levantas por cortesía para saludar de mano, pero la ignora y te da un abrazo, invadiendo por completo tu espacio personal. Percibes que aún usa la misma fragancia e inevitablemente llegan tantos recuerdos a tu indeleble memoria, es el clímax de la incomodidad; no sabes qué decir, simplemente escuchas y no dejas de mirar sus ojos y sus labios al hablar. Todo va bien dentro de ese desastre, hasta que de la nada aparece una persona y te la presenta como su pareja; es agradable, incluso a ti te cae bien. “Me dio mucho gusto verte” le dices, “ya va para seis años” te responde, “el mismo tiempo que llevamos juntos” contesta su pareja y justo con ese comentario le dejas de ver lo agradable, pero finges amabilidad. Regresas a tu zona de seguridad y te quedas tan absorto en tus pensamientos que, cuando reaccionas, te preguntas por qué estás ahí, te frustras al no poder recordar qué fue lo que te llevó a aquella plaza. Te metes al centro comercial y buscas azúcar y café, algo que no necesitas, pero que compras de todos modos. Sin darte cuenta llegas a casa, cuando abres la alacena te das cuenta que tienes casi un kilo de café en polvo y suficiente azúcar, maldices un poco y dejas todo mal acomodado, recuerdas que eran croquetas y un perro lo que ibas a comprar, pero lejos de darte coraje te da risa. Cenas y después miras televisión mientras tomas un poco de café, pero tu mente no está ahí, va y viene dependiendo de la película que estás viendo, no te preocupa que haya demasiado silencio a tu alrededor, no te incomoda la soledad, porque así has vivido demasiado tiempo; sin embargo, el timbre de la puerta suena y eso realmente te preocupa, es algo fuera de lo normal, incluso habías olvidado que tenías timbre. Sin sospechar quién es, abres la puerta y para sorpresa tuya es la misma persona del centro comercial, la que no veías desde hace casi seis años. No sabes qué decir una vez más y le dejas ver tu nerviosismo, esta ocasión viene sin su pareja y te pregunta si puede pasar, por supuesto abres la puerta más y dejas que entre. En ese momento pasan tantas cosas en tu mente que tu corazón responde latiendo demasiado rápido y bombeando más sangre para enfriar tu cerebro. A partir de aquí, de este preciso momento, tú decides lo que pasará, llevarás la situación por donde quieras, dejarás que tu imaginación termine de narrar esta historia y le darás un final que solo a ti te satisfaga, debes pensar qué haría y qué diría esa persona que esté frente a ti y que hace tiempo te dejó sin dar explicación alguna. Debes cuidar tus palabras y pensar bien qué le dirás, cuáles serán tus respuestas. No sé, tal vez, solo tal vez, termines todo esto como un cuento y las últimas palabras en decir sean: Érase una vez, en una ciudad pequeña, una persona que tenía la habilidad de no olvidar nada de lo que había vivido, ni olvidaba a nadie que había conocido y valía la pena seguir conociendo…


AUTOR: Víctor López (@viktor_reader)