lunes, 27 de abril de 2015

MARATÓN

“La letra con sangre entra”
- Dicho popular –

Los gritos no paraban de emerger cual fúrico torrente de agua en ebullición. Un géiser atroz de lamentos tortuosos. Cacofonías de muertos en vida que no encontraban ni eco ni oídos que los recibieran “con cartílagos abiertos”. La noche era su única compañera. La noche y la fría soledad del paraje aislado en que se “enraizaban” las instalaciones del Centro de Alfabetización y Educación Científico-Cultural. Esa monstruosidad en la que le arrebatan a la gente su derecho intrínseco a la Ignorancia Libertaria…

Recuerdo cómo eran las cosas cuando toda esta locura comenzó. Como muchos otros, era un indocumentado. Cero certificados de educación. Ni un solo curso de alfabetización ni mucho menos. Nada. Un cero enorme que no tenía ni en qué boleta caerse muerto. Las ciudades estaban cerradas, patrulladas constantemente y atestadas de cámaras. Salir era imposible.

ES MOMENTÁNEO Y ES POR EL BIEN DE LA CIUDADANÍA

Eso dijo gobierno. Comenzaron con un buen programa de alfabetización y educación.

HEMOS DECLARADO LA GUERRA CONTRA LA IGNORANCIA Y EL REZAGO EDUCATIVO

Eso anunció gobierno. Se censó a toda la población y aquellos que no tenían estudios comprobados bajo papel eran enviados a centros educativos en los que, en un plazo menor a seis meses, completaban sus estudios de preparatoria, o eso quedaba asentado en sus certificados de estudio. Nadie sabía qué era lo que se hacía en estos centros o qué plan de trabajo les daba tan buenos resultados, y sus egresados, algunos incluso de no más de diez años de edad, se negaban a hablar de ello. Lo único que daban a conocer era una inteligencia sobresaliente. Una capacidad de razonar, comprender, analizar y todo el cúmulo de verbos sabiondos que se quiera agregar, que rayaba en lo genial. IQ’s de más de 160. Ésta población súper-inteligente no tardó en superar las sosas artimañas usadas por los líderes políticos y pronto los desplazó del poder. Traían un plan bajo la manga. Los que no fuimos atrapados durante aquel primer periodo de alfabetización ya nos olíamos algo turbio desde el inicio. Para cualquier otro ciudadano, las acciones de gobierno fueron vistas como un medio drástico pero necesario para mejorar la calidad de vida (y la imagen) del país. Nosotros que, a punta de macanas, pistolas Tazer, granadas de balines de goma, gases lacrimógenos, esposas, cadenas, grilletes y vehículos para transportar ganado, fuimos acorralados y cazados como bestias, sabíamos que aquello era algo mucho, muchísimo peor. No pudimos quedarnos en nuestros hogares pues habían sido registrados y habíamos quedado… señalados, por usar una palabra. Nos volvimos marginados. Vivíamos en constante miedo. Habitamos los alcantarillados, bosques, edificios abandonados. No podíamos quedarnos en un solo lugar por mucho tiempo. Eventualmente, los Rastreadores siempre llegaban. Nos volvimos Nómadas Citadinos. Éramos los Sin Hogar.

Me atraparon tres años después de que los IQ (así los apodaban) tomaran el control gubernamental. Por aquel entonces las llamadas Casas de Gritos eran el secreto a voces mejor guardado no sólo del país sino del mundo. Todos sabían que ahí se llevaban a cabo los procesos de Implantación del Saber. Todos sabían, o se lo imaginaban, que dichos procesos debían ser tortuosos. Muchos lo sabían pero no lo contaban a nadie. Muchos más sabían de la localización de tales instalaciones esparcidas por los rincones más oscuros y solitarios del planeta. Nadie que no tuviese autorización ponía un pie cerca de aquellas áreas malditas. Tal era el terror que provocaban. Y por supuesto que la vida mejoró considerablemente, sin embargo había también mucho descontento debido a toda la información que se mantenía oculta. De las Casas de Gritos la gente entraba ignorante, iletrada, inútil. Entraban siendo lastre social y salían poseyendo conocimientos vastos y ejecutando talentos a la perfección. Me mantuvieron en cautiverio por más de un año dado que las instalaciones no se daban a vasto para procesar a tanto indocumentado. Ese tiempo valioso lo ocupé para ejecutar un plan de escape. Estar fuera de mi celda y explorar un poco aquí y allá me permitió ver, en primera fila, el proceso infame. Y lo que vi… sigo sin poder creer lo que vi…

Pudo más mi curiosidad y me asomé por la ventana de una puerta. Vi una habitación amplísima llena de hileras e hileras de personas en nada más que ropa interior, sujetas a sillas muy similares a las usadas en ejecuciones. Sujetas y todo, un par de hombres las rodeaban, una a una, con potentes brazos, inmovilizándolas por completo mientras un tercero, en bata blanca, insertaba catéteres por aquí y allá. Estos estaban conectados a bolsas que contenían un extraño suero negro. Al finalizar la tarea abandonaron la sala y pude escabullirme en ella para husmear un poco más. Las víctimas entornaban los ojos hasta quedar en blanco total, similar a una mirada en trance, al ingresar el suero en sus venas. Éstas poco a poco iban adquiriendo el mismo color… pero vi algo extraño. No solamente se teñían de negro sino que formaban caracteres extraños. No tan extraños. “Yo conozco estos signos”, pensé. Y de pronto me golpeó. Eran letras. No sabía leer pero las conocía. Letras en las venas. Gemidos y gritos crecientes me sacaron del estupor en que me hallaba sumido. Los gritos se intensificaban a medida que las letras ingresaban al sistema circulatorio. El dolor no sólo se podía percibir en los ensordecedores clamores de los “alfabetizados”. Ese dolor podía sentirse con sólo estar allí en medio. Los cuerpos se sacudían con violencia y la presión corporal parecía ser tal que muchos capilares y venas delgadas se reventaban y las letras brotaban de ellas, transformándose nuevamente en tinta al entrar en contacto con el exterior. Literalmente, todos en la sala se retorcían de pánico y dolor. Todos allí lloraban tinta. No lo soporté por más tiempo y salí corriendo de aquel salón. Anduve sin rumbo fijo por los pasillos, la mayoría al parecer desiertos (si las instalaciones tenían personal, este debía ser escaso) y me topé con salones similares al primero. En ellos había gente clasificada por edades: Ancianos, niños, adultos… incluso me pareció ver un par de laboratorios donde monitoreaban el procedimiento implementado en embarazadas, moribundos y algunos primates. La arquitectura laberíntica del complejo me impedía saber qué tan lejos estaba de la salida o si me encontraba en un piso superior o inferior. No pensaba con claridad, así que descendí. Conforme bajaba fui testigo de más y más atrocidades. Vi gente a la que le era inyectado el color a través de las pupilas por medio de largas y afiladas agujas hipodérmicas conectadas por tubos a tanques. Las víctimas estaban sujetas de la cabeza a los sistemas de inyección por medio de pinzas ergonómicas. Colgados y con expresiones dignas de “El grito” de Munch, más daban la apariencia de ser espantapájaros epilépticos que humanos. El torrente de colores también les recorría las venas pero parecía estancarse en sienes y manos. Futuros pintores, sin duda. El caso de los destinados a la música no era muy distinto ni para nada menos tortuoso. Los mantenían sentados, con las palmas de las manos sobre mesas en las cuales una serie de máquinas cortaba, introducía elementos necesarios para mejorar el rendimiento de las mismas  y cerraba quirúrgicamente. Nada de gritos en tales salones. No porque no los hubiera sino porque eran atenuados por esferas gigantes y plateadas, similares a bobinas de Tesla, que emitían sonidos en todas las frecuencias imaginables, directo a los oídos sangrantes de los capturados. Por último, una sonda enviaba grandes cantidades del extraño suero negro justo detrás de la cabeza. No dudo que fuesen notas musicales aquellas marcas que aparecían en la periferia de las sienes, oídos y hasta el cuello. Queda claro que estos últimos cuartos no los revisé a detalle pues las ondas sonoras me hubiesen hecho daño. Como fuese, ya había tenido suficiente con todo lo que había presenciado. “Debo salir de aquí a como dé lugar”, pensé.

Si estoy ahora contando todo esto es porque finalmente logré escapar de aquel infierno. Los detalles no importan. Llevo tres meses fuera. Lejos de las ciudades IQ. He escuchado ciertos rumores. Así que ahora me dirijo hacia mi tierra prometida, una donde, según dicen, la inteligencia, la sabiduría y el talento no se han embotellado, privatizado y administrado a punta de sangre. Una tierra donde, según escuché, aún es posible vivir en bendita ignorancia. Donde los refugiados pueden disfrutar de los programas retransmitidos por TEIDIOTIZA y TEAPENDEJA, cadenas televisivas rescatadas por la resistencia, conformada por los mismos líderes sobrevivientes, jefes y dueños de tales canales. En fin, una utopía terrenal donde nadie tiene derecho a cerrarnos las puertas de la verdadera libertad y, por tanto, las de la felicidad…

Emocionado, ajusto la correa de mi mochila al hombro y prosigo mi caminata…

Dios… espero llegar pronto…

FIN


Escrito por: Jim Osvaldo Marín Acevedo ( @capitanjms )



domingo, 26 de abril de 2015

LA CASA DE LA DISCORDIA



Ramírez:      -Lo primero que hice fue regalar la casa
Salas:           -Con eso te refieres a que la diste a un precio muy bajo.
Ramírez:      -No, la regalé a una persona que jamás había visto en mi vida y que necesitaba una casa.
Salas:           -¿Pero te has vuelto loco? La hubieras vendido,  con el dinero te comprabas otra y asunto arreglado.

Ramírez:      -Hubiera salido a razón de lo mismo, no seas tonto.  Lo que quería era deshacerme de cualquier objeto que entró en contacto con ella o que tuviera un recuerdo ligado, deseaba simplemente comenzar de nuevo después de su traición. Imagínate, si hubiera vendido la casa y comprado otra, no habría tenido sentido, pues viviría en una casa que compré con el dinero de la casa donde viví con ella los últimos diez años de mi vida. Sería dinero sucio.

Salas:           -Pues me la hubieras regalado a mí, bien me hubiera caído.
Ramírez:       -¿Cómo dices eso sin pensar? No podría ir a visitarte sin recordarla, si desde la entrada hasta el rincón más perdido de esa casa hay momentos agazapados que quiero olvidar. La solución más pronta seria jamás volver a verte, incluso con el simple hecho de saber que eres tú el dueño de esa casa, sería motivo suficiente para recordarla. Su recuerdo es como un aroma que nadie más puede percibir, tan solo yo, que se impregna en las cosas, en las personas, en todo lo que ella toca o alguna vez tocó.

Salas:           -¿Y tus muebles, los aparatos, la ropa?
Ramírez:      -Dejé todo, hasta a paulo.
Salas:           -¿Hasta el perro dejaste? Maldito afortunado el que se quedó con todo. No puedo creer lo que me estás diciendo.
Salas:           -¿Y qué dice Contreras?
Ramírez:      -No le he dicho nada
Salas:           -Pero si es tu mejor amigo, ¿por qué no le has dicho? De seguro porque te va a querer matar cuando lo sepa.
Ramírez:      -No, todo lo contrario... ¿Qué haces?
Salas:           -Voy a llamarlo, tiene que saber esto. Solo espero que no te arrepientas después de esta tontería que acabas de hacer.
Ramírez:      -¡Ja! ¿Tontería? ¿Cómo puedes llamarle tontería a una decisión que tú no tomaste? Es lo mejor que he hecho en mi vida.

Salas:            -¡No!, lo que pasa es que te deprimiste tanto porque ella te dejó, que te valió todo y decidiste hacer lo primero que se te ocurrió, sin pensar realmente en las consecuencias. Has de estar millonario para regalar casa así de fácil, si tardaste cuatro años en terminarla de construir, casi la mitad de tiempo que viviste con ella.

Ramírez:       -No es como tú dices, en realidad lo analicé bien. Ya no podía dormir en esa cama, ni comer en la mesa, simplemente ya no podía vivir en esa casa llena de basura de sus promesas, de porquería de sus caricias y besos. Era necesario salir.

Salas:           -¡Que… terco te has vuelto con esto de tu divorcio! Cuando llegue contreras veras que tengo razón y te dirá lo mismo que yo. Debes recuperar la casa a como dé lugar.

Ramírez:      -No lo haré y no creo que Contreras me diga que debo recuperar la casa.
Salas:           -Hablando del rey de Roma…
Contreras:    -¿Qué sucede? ¿Por qué la urgencia?
Salas:           -Siéntate y no pidas café, mejor un té de tila para relajarte. Pues resulta que aquí el señor, como no soportó el abandono de su mujer, decidió regalar la casa. No venderla ¡Regalarla!
Contreras:    -¿En serio?
Ramírez:       -Así es mi amigo
Contreras:    -Un poco drástica la decisión, pero si eso te dio alivio… ¡Qué mejor! Seguir viviendo allí no te hubiera llevado a nada bueno.
Ramírez:      -Era lo único que quería escuchar de un amigo. ¡Te lo agradezco!
Contreras:    -No te preocupes, puedes quedarte en mi casa el tiempo necesario.


Escrito por: Víctor López (@viktor_reader)

 
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viernes, 24 de abril de 2015

Hace poco pensé en la idea de escribir una novela de terror ¿pero de qué iba a hablar? No hay una historia más perfecta en la cual inspirarse que en la que yo me inspiré para escribir esta introducción, la historia original de Clive Barker: Hellraiser.

Las sombras dominaban en ese momento. El pequeño foco arriba de su cabeza iluminaba su cuerpo, pero todo era oscuridad enfrente de él. Su cuerpo estaba débil, colgaba… sangraba. Una gota cayó al suelo, y después otra. No podía recordar lo que le había pasado. El resto del suelo estaba manchado de sangre también. Las cadenas estaban ahí.

-“Sabrás que lo que te digo es verdad cuando te enseñe esto.”, recordó. –La caja… ¡LA CAJA!

Ahora recordaba un poco. Esa misma noche su amigo había organizado una fiesta. Había comprado de todo. Le dolía recordar pero necesitaba hacerlo. –“Él me había dicho que esa noche iba a ser especial, que tenía un juego para mí.” –Sabrás que lo que te digo es verdad cuando te enseñe esto. Es ahí cuando la saco de su bolsa. Una pequeña caja de oro laminado. La famosa caja que habían encontrado en internet unas semanas atrás. –Te dije que iba a ser especial.

La sangre del suelo comenzó a moverse y las cadenas también. Sentía como ellas tiraban de él. –“¡Me van a partir, puta madre!” Sacó un grito desesperado… - ¡Oye, voltea! Mírame… ¡Mírame! ¿qué pasa? ¿Es suficiente dolor? Nunca es suficiente dolor.

Winham R. (Azael)


miércoles, 22 de abril de 2015

LAZOS FRATERNALES.



     ¿Qué pasó hijo? Disculpa la demora pasé a terminar unas cosas que me pidió tu madre ¿Cuál era la urgencia?—

 Observó a su hijo  en el sofá, su cuerpo se encontraba placido, tirado, como si su silueta embonara de manera perfecta al descansar y estuviera ahí puesta desde hace años.

     Qué bueno que llegaste, pasa, toma asiento.
      Gracias hijo ¿Cómo has estado?
      Qué te puedo decir, ya sabes, un poco alocado, gruñón, testarudo, etc.
      Pregunté cómo te sientes, no cómo te describes.
      Chistosito, pues me siento bien; imagino que no querrás algo de comer así que déjame ir por algo de tomar.
     Estás borracho  ¿Verdad?
     Sólo un poco, mira todavía tengo un tinto de «St. Helena, cabernet sauvignon» del 2007; no es el mejor vino del mundo pero cumple con la ocasión. Déjame servirte una copa ¿Cómo está mamá?
     Ocupada, ya sabes cómo es tu madre; el mes pasado entraron a robar a la casa de los señores De la Vega; afortunadamente no paso a mayores; desde entonces ella se encargó de traer a las autoridades municipales y estatales para realizar juntas vecinales y  organizar a los vecinos; ya fueron capacitados y ahora se hacen llamar «Vecinos Vigilantes» contrataron a algunos expertos en seguridad privada y para entrar a la unidad necesitas más identificaciones de las que te pedirían para tramitar la visa.
     Al menos se mantiene entretenida ¿Y tú, cómo estás?
     Bien hijo, bien… estamos como deben estar los jubilados: miramos pasar lo intrascendente desde una banca llamada rutina.

Ambos guardaron silencio durante un rato, uno no incómodo. Forzaban el vaivén en sus copas y tomaban ligeros tragos del vino, pareciera que tenían uno de esos momentos en el que sólo padre e hijo entienden y disfrutan.  Sin decir palabras estaban ahí uno para el otro con el simple hecho de hacerse sentir.

     ¿Y bien, a qué se debe tu invitación?
     La verdad, creo que estoy un poco nervioso. Tal vez con unas cuantas copas más de vino podría soltarme.
     ¡Vamos! Cuando tenías quince años no dudaste ni un segundo en decirnos, a mí y a tu madre, que habías perdido la virginidad con la vecina y ahora a tus treintaypocos años me dices que te da pena hablar con tu padre.
     No es pena papá, es tal vez un poco de miedo.
     ¿Eres homosexual?
     No.
     ¿Seguro? Tal vez a los quince perdiste la virginidad pero desde los doce noto algo raro en ti.
     ¡Papá, por favor!
     Es para romper el hielo, ves no tiene nada de malo decir las cosas.
     No sé, mira, sé que los últimos años he estado un poco desconectado de ustedes.
     Tienes trabajo hijo, lo entiendo. Trabajar en el Banco Nacional no es nada sencillo.
     Es precisamente sobre lo que quiero hablarte.
     ¿Te despidieron? Porque de ser así no tienes de qué preocuparte, no puedes volver a casa porque sé que es algo que no querrías, pero a lo mejor eso te sirve para que tengas un motor que te impulse en la vida, mira el lugar en el que vives, no es muy diferente al de nosotros. Te va muy bien, pero te hace falta una familia. Consigue una buena mujer y ten hijos. Eres un buen muchacho, encontrarás trabajo pronto.
     No es eso. Les he dicho muchas veces que no me interesa casarme ni cosas.
     Eso dicen todos pero torres más altas he visto caer.
     ¡Ya papá! Deja que te cuente, espera, abriré otro vino.

Caminó un tanto tambaleante por los pasillos que lo llevaban a la cava, sacó otro vino de su colección; abrió y sirvió vino en ambas copas; prosiguió después:

      La razón por la que te llamé es para confesarte una cosa… Nunca he trabajado en el banco.
     ¿Qué? Pero… Me estás diciendo que tus salidas tan tarde del trabajo, las que te impedían que pasaras a visitarnos, no son ciertas. Y qué hay de las salidas a otros países por tanto tiempo ¿También eso ha sido mentira? O las veces que no asististe a nuestros cumpleaños, ni al de tus hermanos porque tenías mucho papeleo que hacer ¿Qué hay de eso?
     Calma… no lo hagas más difícil. Todo eso es mentira.
     Pinche egoísta.
     Bueno, no una mentira en su totalidad. Realmente no pude estar en esas fechas por mi trabajo.
     ¿El del banco?
     No. Eso es lo que trato de decirte, nunca he trabajado en el banco porque soy un agente secreto de la federación… Soy un espía.
     ¿Espía, pero cómo?
     Durante mi formación universitaria fui reclutado para trabajar en temas «Especiales» que le aquejan al país. Pertenezco a un pequeño grupo de infiltración y robo de información en situaciones delicadas. Soy el Agente CP3O y he sido durante muchos años de los mejores en el tema.
     O sea, la vez que cumplió años tu madre…
     Venezuela, un importante virus estaba siendo gestado, tuve que quemar el laboratorio.
     ¿Y en la boda de tu hermano?
     Japón. Un software capaz de controlar cualquier aparato electrónico de un ordenador debía ser hackeado.
     ¿Agente CP30? Esto no puede ser verdad…
     Lo es.
     No lo creo.
     Sígueme.

Acompañados de sus copas, ambos subieron las escaleras de la casa hasta llegar al ático. Detrás de un cuadro que se encontraba en un recoveco polvoso y lleno de artilugios desordenados, estaba un botón rojo;  al presionarlo las paredes dieron vuelta atrás y aparecieron diques de los que colgaban diversas armas, desde una nueve milímetros hasta un lanzacohetes antitanque; así como vestimenta especial y papeles en los que se encontraba la foto del hijo con diferentes identidades.

     Esto es increíble…
     Lo sé.
     ¿Por qué contárnoslo ahora? ¿No es un riesgo que nosotros sepamos sobre esto?
     Claro que lo es. Por eso tuve que mantenerlo en secreto hasta el día de hoy, bueno, sólo a ti te lo he contado, eres mi padre, mi mentor.  Sin embargo no te pondría en riesgo contándote mi identidad de no ser porque hay un peligro mayor.
     ¿De qué estás hablando?
     Hace unos días tuve una misión que parecía de rutina. Unos rebeldes habían robado información que pertenecía al nivel 3. Localizamos la información a través de las grabaciones de cámaras y lectores de graficas de barras que en la proximidad de los humanos puede leer su retina y logramos poco a poco ubicar la casa de los rebeldes. Quitarles la información no fue difícil. Mucho menos eliminar la evidencia de que estuvimos ahí ni de los que vivieron en ese lugar. Sin embargo, era la primera vez que me enviaban a una misión sin información sobre los datos, me pareció curioso, por lo que la abrí en un ordenador portátil y comencé a leer… era horrible papá.
     ¿Qué contenía el disco?
     Era la evidencia de un grupo de poder que rebaza a cualquiera de los que se encuentran dentro de los gobiernos.
     ¿A qué te refieres?
     Después de 1962, al terminar la guerra fría, un grupo de militares de alto rango, pertenecientes a países con gran poder armamentista, se deslindaron de sus patrias y decidieron conformar un grupo llamado «Los A». Compraron diversas bases abandonadas y armamento que no se utilizó, ni se utilizaría, por medio de traficantes de armas. Y poco a poco comenzaron a apoderarse de pequeños países y sus vidas políticas hasta que tuvieron la posibilidad de inferir en las decisiones globales.
     ¡Qué terrible!
     Lo sé, después de leer la evidencia, elimine a los agentes que me acompañaron en la misión y me oculté.
     ¿Qué planeas hacer ahora?
     Voy a llevarlo a los medios… no para desenmascararlos, sino por su siguiente golpe. Ellos planean ataques terroristas en diversos países a nombre de los países antagónicos a los afectados para que de ésta manera puedan crear una tercera guerra mundial y así retomar los países que aún no se inclinan ante ellos.
     Vas a morir… no permitirán que sigas con vida después de eso.
     Así es, pero es algo que debo hacer, siempre pensé que trabajaba para mantener un mundo en orden, con paz y libertad, alejado de los vicios y las canalladas de los superiores. Pero puedo notar que todo es una farsa.
     No lo hagas, te lo ruego, no quiero perderte.
     Debo hacerlo papá, esto más que ser una confesión es una despedida… dile a mamá que la amo.
     Claro que se lo diré… Te amo hijo.
     Te amo padre, gracias.

Se vieron a los ojos por un instante, pareciera que ambos habían perdido algo durante esa plática. Dieron un último trago a sus copas y se abrazaron fuertemente. Las manos del hijo apretaban duramente la espalda del padre, justo como cuando era niño. Él  lo tomaba del cuello y los hombros mientras lo consolaba. De pronto se escuchó un crujido, como el que suena al romper los tallos de las flores o las ramas de los árboles y cayó una de las copas al piso… el cuerpo del hijo se encontraba suspendido entre los brazos del padre quien tomo el celular y dijo:

     Sí… bueno… Habla el agente A03… He encontrado al agente CP30, ha sido finado y he recuperado los archivos…
      Muy bien, ha habido algún problema.
     Ninguno, era mi hijo pero todo sea por mantener el orden, llevaré los archivos a la central. Fin del comunicado…






Escrito por: Emir Dassaet Zarate Acevedo. (@Dxssir)
Pintura de: Rene Magritte.




lunes, 20 de abril de 2015

CUENTO DEL PANDA

Llevaba ya mucho tiempo abajo en aquella extraña habitación que daba toda la apariencia de ser un penthouse extremadamente costoso.
Lo encontró al final de una puerta de metal muy maltratada pero también muy resistente y, por tanto, difícil de forzar. Misma que halló luego de abrir la trampilla (oculta en cierto prado lleno de flores), bajar unas larguísimas escaleras y toparse con que el sitio aquel era en realidad un búnker para bombas nucleares. De ese hallazgo hacía ya mucho tiempo. Años. Había abandonado todo: familia, trabajo, metas... sólo una cosa lo abandonó a él. No lo hizo de pronto. De hecho aún no terminaba de abandonarlo por completo: Su sanidad. Estaba obsesionado con la mole que se erguía en la pared principal al fondo del penthouse. Una suerte de sarcófago metálico de paredes lisas, más poliedro que cajón. Y negro como el ébano. Se hallaba empotrado a la pared y rodeado de un complejo ramal de cables de todos grosores, que tapizaban por completo el muro mismo y se perdían en las orillas de las paredes laterales. Tenía que abrirlo. Lo necesitaba. La mente ya no le daba para más y las raciones de supervivencia escaseaban en los estantes de la antesala-búnker. Con ambas nociones rondándole por la cabeza, recordó aquellas migrañas que lo aquejaban de pequeño. “Quizá me sentiría mejor ahora si nunca me hubiesen dado en primer lugar”. Por fortuna, un día simplemente desaparecieron, junto con esa extraña sensación que, por vieja, no se le puede llamar recuerdo. El sutil éter de la memoria que se pierde en el olvido pero que, de alguna forma, se queda pegado al córtex y a la piel y que a duras penas se percibe cuando algún estímulo lo activa. Sabor a miedos infantiles, que no por ello menos reales, casi por completo perdidos. Como fuere, lo importante era que ahora gozaba de relativa buena salud y tenía un objetivo que lo impulsaba, con algo de suerte, hacia adelante.
Taladros, mazos, martillos y toda una variedad de herramientas y explosivos que chocaron y se rompieron contra la mole con el correr de los años, como olas contra riscos, al fin rindieron frutos. Le tomó quince largos años abrir el sarcófago. En aquel momento rondaría los treinta y tantos años. Dentro encontró una cápsula transparente que contenía lo que daba la apariencia de ser un hombre convulso suspendido en un extraño líquido azul-violáceo. Tenía el cráneo conectado a un sistema de cables que lo sostenían como si una garra le hubiese tomado por la cabeza. Estos cubrían su rostro y oídos por completo pero la complexión del hombre no dejaba lugar a dudas, era un anciano. A saber cuántos años había estado ahí encerrado. De tanto en tanto, espasmos le recorrían todo el cuerpo y daba violentas sacudidas, chocando y dando manotazos al vidrio. Fue entonces que el hombre, en el borde de la cordura como estaba, cansado, satisfecho y más ansioso por respuestas que nunca, ante lo que le revelaban sus años de esfuerzo, salió de su sorpresa y notó que, al abrir el sarcófago, había dejado caer un cierto sobre. Lo llevó hasta el sillón de cuero instalado en aquel falso penthouse y lo abrió. La carta dentro de él versaba:

“Sí estás leyendo esto, significa que, a pesar de mis más obsesivos esfuerzos, he omitido algo que has de haber rastreado y que te ha traído inexorablemente aquí. Si ese es el caso, también significa que mi plan ha fracasado y por ello te pido una disculpa. Muy probablemente he arruinado tu vida en mi desesperado intento por arreglarla. Nunca creí que un escenario así llegase a ocurrir pero la duda no me permitió dejar algo en caso de que se presentase. Esta carta es la contraindicación a esa duda. A ese escenario improbable. Te pido perdón principalmente porque, al estar leyendo esto, te estás metiendo en una situación que sólo hará tu vida más miserable. Te pido perdón por haberte abandonado. En un momento aclararé todas tus dudas. Te convertí en un huérfano, pero esperaba que fueras más que ello. Quería que fueras un ser humano libre. Y ahora te diriges al final de ésta espiral de perdición. No dudo que hayas dejado todo para estar aquí. Para resolver el misterio. ¿Hijos, esposa, familia, futuro? No. Por supuesto que no los tienes. Esto es lo único que te queda: La verdad. Pero la única verdad que querrás al terminar de leerme es haber elegido la plácida y cómoda ignorancia… ¿Qué le vamos a hacer si ya estás aquí? No más misterios, hijo, sólo la verdad. Y la verdad es que naciste y creciste con la vivacidad y bríos de cualquier infante recién nacido. Naciste dotado con el mismo ímpetu que compartimos todos los seres vivos. Tu madre te legó eso, junto con su vida. Me convertí en padre soltero y por unos años fuimos felices. Luego vino la enfermedad y todo se vino abajo. Veías y oías cosas que no estaban ahí. Te convertiste en una estadística extraordinaria. La esquizofrenia en niños no es algo común y, a pesar de la eficacia de que gozaban los tratamientos, en ti no funcionó nada. No soportaba verte sufrir y menos aún soportaba la idea de que posiblemente nunca tuvieses una vida normal. Así que decidí tomar el asunto en mis manos y construí ésta máquina. Lo que hace es simple. Teleporta la condición que padeces, de tu cerebro al mío. Créeme que no fue sencillo. Lo que sí lo fue, fue mi decisión de hacerlo. Eso es todo lo que necesitas saber por parte de esta carta. El resto de tus dudas se irán disipando en cuanto tu mente comience a procesar lo que acabas de leer. Los detalles que falten aclarar seguramente están en una pequeña libreta guardada en el cajón debajo del sillón en el que imagino estas sentado leyendo esto. Es mi diario del proyecto.
Hijo, quiero que sepas que te am… ”

El hombre explotó en un violento arrebato de ira, tristeza e impotencia. Rompió en llanto y partió en dos la misiva. Tomó por debajo el sillón y lo impulsó lo más lejos que pudo.  Le tomó menos de un minuto vislumbrar la encrucijada en que ahora se encontraba. El cajón se había salido del sillón al haberlo lanzado y de él había caído una pequeña libreta cosida y hecha con hojas recicladas. Se acercó, la tomó y al hojearla encontró una vieja fotografía. Un hombre sostenía en brazos a un pequeño que vestía con un trajecito de panda. Sin duda eran él y su padre. Ambos sonreían. Ambos lucían felices. El hombre cayó de rodillas, llorando a mares. Allí se quedó, solo. Solo con una verdad que ya no quería. Solo con un padre vivo y sufriendo. Solo, con una decisión que tomar.

FIN 


Escrito por Jim Osvaldo Marín Acevedo ( @capitanjms )