“La letra con sangre entra”
- Dicho popular –
Los
gritos no paraban de emerger cual fúrico torrente de agua en ebullición. Un
géiser atroz de lamentos tortuosos. Cacofonías de muertos en vida que no
encontraban ni eco ni oídos que los recibieran “con cartílagos abiertos”. La
noche era su única compañera. La noche y la fría soledad del paraje aislado en
que se “enraizaban” las instalaciones del Centro de Alfabetización y Educación
Científico-Cultural. Esa monstruosidad en la que le arrebatan a la gente su
derecho intrínseco a la Ignorancia Libertaria…
Recuerdo
cómo eran las cosas cuando toda esta locura comenzó. Como muchos otros, era un
indocumentado. Cero certificados de educación. Ni un solo curso de
alfabetización ni mucho menos. Nada. Un cero enorme que no tenía ni en qué
boleta caerse muerto. Las ciudades estaban cerradas, patrulladas constantemente
y atestadas de cámaras. Salir era imposible.
ES MOMENTÁNEO Y ES POR EL
BIEN DE LA CIUDADANÍA
Eso
dijo gobierno. Comenzaron con un buen programa de alfabetización y educación.
HEMOS DECLARADO LA GUERRA
CONTRA LA IGNORANCIA Y EL REZAGO EDUCATIVO
Eso
anunció gobierno. Se censó a toda la población y aquellos que no tenían
estudios comprobados bajo papel eran enviados a centros educativos en los que,
en un plazo menor a seis meses, completaban sus estudios de preparatoria, o eso
quedaba asentado en sus certificados de estudio. Nadie sabía qué era lo que se
hacía en estos centros o qué plan de trabajo les daba tan buenos resultados, y
sus egresados, algunos incluso de no más de diez años de edad, se negaban a
hablar de ello. Lo único que daban a conocer era una inteligencia
sobresaliente. Una capacidad de razonar, comprender, analizar y todo el cúmulo
de verbos sabiondos que se quiera agregar, que rayaba en lo genial. IQ’s de más
de 160. Ésta población súper-inteligente no tardó en superar las sosas
artimañas usadas por los líderes políticos y pronto los desplazó del poder.
Traían un plan bajo la manga. Los que no fuimos atrapados durante aquel primer
periodo de alfabetización ya nos olíamos algo turbio desde el inicio. Para
cualquier otro ciudadano, las acciones de gobierno fueron vistas como un medio
drástico pero necesario para mejorar la calidad de vida (y la imagen) del país.
Nosotros que, a punta de macanas, pistolas Tazer, granadas de balines de goma,
gases lacrimógenos, esposas, cadenas, grilletes y vehículos para transportar
ganado, fuimos acorralados y cazados como bestias, sabíamos que aquello era
algo mucho, muchísimo peor. No pudimos quedarnos en nuestros hogares pues
habían sido registrados y habíamos quedado… señalados, por usar una palabra.
Nos volvimos marginados. Vivíamos en constante miedo. Habitamos los
alcantarillados, bosques, edificios abandonados. No podíamos quedarnos en un
solo lugar por mucho tiempo. Eventualmente, los Rastreadores siempre llegaban.
Nos volvimos Nómadas Citadinos. Éramos los Sin Hogar.
Me
atraparon tres años después de que los IQ (así los apodaban) tomaran el control
gubernamental. Por aquel entonces las llamadas Casas de Gritos eran el secreto
a voces mejor guardado no sólo del país sino del mundo. Todos sabían que ahí se
llevaban a cabo los procesos de Implantación del Saber. Todos sabían, o se lo
imaginaban, que dichos procesos debían ser tortuosos. Muchos lo sabían pero no
lo contaban a nadie. Muchos más sabían de la localización de tales
instalaciones esparcidas por los rincones más oscuros y solitarios del planeta.
Nadie que no tuviese autorización ponía un pie cerca de aquellas áreas
malditas. Tal era el terror que provocaban. Y por supuesto que la vida mejoró
considerablemente, sin embargo había también mucho descontento debido a toda la
información que se mantenía oculta. De las Casas de Gritos la gente entraba
ignorante, iletrada, inútil. Entraban siendo lastre social y salían poseyendo
conocimientos vastos y ejecutando talentos a la perfección. Me mantuvieron en
cautiverio por más de un año dado que las instalaciones no se daban a vasto
para procesar a tanto indocumentado. Ese tiempo valioso lo ocupé para ejecutar
un plan de escape. Estar fuera de mi celda y explorar un poco aquí y allá me
permitió ver, en primera fila, el proceso infame. Y lo que vi… sigo sin poder
creer lo que vi…
Pudo
más mi curiosidad y me asomé por la ventana de una puerta. Vi una habitación
amplísima llena de hileras e hileras de personas en nada más que ropa interior,
sujetas a sillas muy similares a las usadas en ejecuciones. Sujetas y todo, un
par de hombres las rodeaban, una a una, con potentes brazos, inmovilizándolas
por completo mientras un tercero, en bata blanca, insertaba catéteres por aquí
y allá. Estos estaban conectados a bolsas que contenían un extraño suero negro.
Al finalizar la tarea abandonaron la sala y pude escabullirme en ella para
husmear un poco más. Las víctimas entornaban los ojos hasta quedar en blanco
total, similar a una mirada en trance, al ingresar el suero en sus venas. Éstas
poco a poco iban adquiriendo el mismo color… pero vi algo extraño. No solamente
se teñían de negro sino que formaban caracteres extraños. No tan extraños. “Yo
conozco estos signos”, pensé. Y de pronto me golpeó. Eran letras. No sabía leer
pero las conocía. Letras en las venas. Gemidos y gritos crecientes me sacaron
del estupor en que me hallaba sumido. Los gritos se intensificaban a medida que
las letras ingresaban al sistema circulatorio. El dolor no sólo se podía
percibir en los ensordecedores clamores de los “alfabetizados”. Ese dolor podía
sentirse con sólo estar allí en medio. Los cuerpos se sacudían con violencia y
la presión corporal parecía ser tal que muchos capilares y venas delgadas se
reventaban y las letras brotaban de ellas, transformándose nuevamente en tinta
al entrar en contacto con el exterior. Literalmente, todos en la sala se
retorcían de pánico y dolor. Todos allí lloraban tinta. No lo soporté por más tiempo
y salí corriendo de aquel salón. Anduve sin rumbo fijo por los pasillos, la
mayoría al parecer desiertos (si las instalaciones tenían personal, este debía
ser escaso) y me topé con salones similares al primero. En ellos había gente
clasificada por edades: Ancianos, niños, adultos… incluso me pareció ver un par
de laboratorios donde monitoreaban el procedimiento implementado en
embarazadas, moribundos y algunos primates. La arquitectura laberíntica del
complejo me impedía saber qué tan lejos estaba de la salida o si me encontraba
en un piso superior o inferior. No pensaba con claridad, así que descendí.
Conforme bajaba fui testigo de más y más atrocidades. Vi gente a la que le era
inyectado el color a través de las pupilas por medio de largas y afiladas
agujas hipodérmicas conectadas por tubos a tanques. Las víctimas estaban
sujetas de la cabeza a los sistemas de inyección por medio de pinzas
ergonómicas. Colgados y con expresiones dignas de “El grito” de Munch, más
daban la apariencia de ser espantapájaros epilépticos que humanos. El torrente
de colores también les recorría las venas pero parecía estancarse en sienes y
manos. Futuros pintores, sin duda. El caso de los destinados a la música no era
muy distinto ni para nada menos tortuoso. Los mantenían sentados, con las
palmas de las manos sobre mesas en las cuales una serie de máquinas cortaba,
introducía elementos necesarios para mejorar el rendimiento de las mismas y cerraba quirúrgicamente. Nada de gritos en
tales salones. No porque no los hubiera sino porque eran atenuados por esferas
gigantes y plateadas, similares a bobinas de Tesla, que emitían sonidos en
todas las frecuencias imaginables, directo a los oídos sangrantes de los
capturados. Por último, una sonda enviaba grandes cantidades del extraño suero
negro justo detrás de la cabeza. No dudo que fuesen notas musicales aquellas
marcas que aparecían en la periferia de las sienes, oídos y hasta el cuello.
Queda claro que estos últimos cuartos no los revisé a detalle pues las ondas
sonoras me hubiesen hecho daño. Como fuese, ya había tenido suficiente con todo
lo que había presenciado. “Debo salir de aquí a como dé lugar”, pensé.
Si
estoy ahora contando todo esto es porque finalmente logré escapar de aquel
infierno. Los detalles no importan. Llevo tres meses fuera. Lejos de las
ciudades IQ. He escuchado ciertos rumores. Así que ahora me dirijo hacia mi
tierra prometida, una donde, según dicen, la inteligencia, la sabiduría y el
talento no se han embotellado, privatizado y administrado a punta de sangre.
Una tierra donde, según escuché, aún es posible vivir en bendita ignorancia.
Donde los refugiados pueden disfrutar de los programas retransmitidos por TEIDIOTIZA
y TEAPENDEJA, cadenas televisivas
rescatadas por la resistencia, conformada por los mismos líderes
sobrevivientes, jefes y dueños de tales canales. En fin, una utopía terrenal
donde nadie tiene derecho a cerrarnos las puertas de la verdadera libertad y, por
tanto, las de la felicidad…
Emocionado,
ajusto la correa de mi mochila al hombro y prosigo mi caminata…
Dios…
espero llegar pronto…
FIN
Escrito por: Jim Osvaldo
Marín Acevedo ( @capitanjms )