lunes, 27 de abril de 2015

MARATÓN

“La letra con sangre entra”
- Dicho popular –

Los gritos no paraban de emerger cual fúrico torrente de agua en ebullición. Un géiser atroz de lamentos tortuosos. Cacofonías de muertos en vida que no encontraban ni eco ni oídos que los recibieran “con cartílagos abiertos”. La noche era su única compañera. La noche y la fría soledad del paraje aislado en que se “enraizaban” las instalaciones del Centro de Alfabetización y Educación Científico-Cultural. Esa monstruosidad en la que le arrebatan a la gente su derecho intrínseco a la Ignorancia Libertaria…

Recuerdo cómo eran las cosas cuando toda esta locura comenzó. Como muchos otros, era un indocumentado. Cero certificados de educación. Ni un solo curso de alfabetización ni mucho menos. Nada. Un cero enorme que no tenía ni en qué boleta caerse muerto. Las ciudades estaban cerradas, patrulladas constantemente y atestadas de cámaras. Salir era imposible.

ES MOMENTÁNEO Y ES POR EL BIEN DE LA CIUDADANÍA

Eso dijo gobierno. Comenzaron con un buen programa de alfabetización y educación.

HEMOS DECLARADO LA GUERRA CONTRA LA IGNORANCIA Y EL REZAGO EDUCATIVO

Eso anunció gobierno. Se censó a toda la población y aquellos que no tenían estudios comprobados bajo papel eran enviados a centros educativos en los que, en un plazo menor a seis meses, completaban sus estudios de preparatoria, o eso quedaba asentado en sus certificados de estudio. Nadie sabía qué era lo que se hacía en estos centros o qué plan de trabajo les daba tan buenos resultados, y sus egresados, algunos incluso de no más de diez años de edad, se negaban a hablar de ello. Lo único que daban a conocer era una inteligencia sobresaliente. Una capacidad de razonar, comprender, analizar y todo el cúmulo de verbos sabiondos que se quiera agregar, que rayaba en lo genial. IQ’s de más de 160. Ésta población súper-inteligente no tardó en superar las sosas artimañas usadas por los líderes políticos y pronto los desplazó del poder. Traían un plan bajo la manga. Los que no fuimos atrapados durante aquel primer periodo de alfabetización ya nos olíamos algo turbio desde el inicio. Para cualquier otro ciudadano, las acciones de gobierno fueron vistas como un medio drástico pero necesario para mejorar la calidad de vida (y la imagen) del país. Nosotros que, a punta de macanas, pistolas Tazer, granadas de balines de goma, gases lacrimógenos, esposas, cadenas, grilletes y vehículos para transportar ganado, fuimos acorralados y cazados como bestias, sabíamos que aquello era algo mucho, muchísimo peor. No pudimos quedarnos en nuestros hogares pues habían sido registrados y habíamos quedado… señalados, por usar una palabra. Nos volvimos marginados. Vivíamos en constante miedo. Habitamos los alcantarillados, bosques, edificios abandonados. No podíamos quedarnos en un solo lugar por mucho tiempo. Eventualmente, los Rastreadores siempre llegaban. Nos volvimos Nómadas Citadinos. Éramos los Sin Hogar.

Me atraparon tres años después de que los IQ (así los apodaban) tomaran el control gubernamental. Por aquel entonces las llamadas Casas de Gritos eran el secreto a voces mejor guardado no sólo del país sino del mundo. Todos sabían que ahí se llevaban a cabo los procesos de Implantación del Saber. Todos sabían, o se lo imaginaban, que dichos procesos debían ser tortuosos. Muchos lo sabían pero no lo contaban a nadie. Muchos más sabían de la localización de tales instalaciones esparcidas por los rincones más oscuros y solitarios del planeta. Nadie que no tuviese autorización ponía un pie cerca de aquellas áreas malditas. Tal era el terror que provocaban. Y por supuesto que la vida mejoró considerablemente, sin embargo había también mucho descontento debido a toda la información que se mantenía oculta. De las Casas de Gritos la gente entraba ignorante, iletrada, inútil. Entraban siendo lastre social y salían poseyendo conocimientos vastos y ejecutando talentos a la perfección. Me mantuvieron en cautiverio por más de un año dado que las instalaciones no se daban a vasto para procesar a tanto indocumentado. Ese tiempo valioso lo ocupé para ejecutar un plan de escape. Estar fuera de mi celda y explorar un poco aquí y allá me permitió ver, en primera fila, el proceso infame. Y lo que vi… sigo sin poder creer lo que vi…

Pudo más mi curiosidad y me asomé por la ventana de una puerta. Vi una habitación amplísima llena de hileras e hileras de personas en nada más que ropa interior, sujetas a sillas muy similares a las usadas en ejecuciones. Sujetas y todo, un par de hombres las rodeaban, una a una, con potentes brazos, inmovilizándolas por completo mientras un tercero, en bata blanca, insertaba catéteres por aquí y allá. Estos estaban conectados a bolsas que contenían un extraño suero negro. Al finalizar la tarea abandonaron la sala y pude escabullirme en ella para husmear un poco más. Las víctimas entornaban los ojos hasta quedar en blanco total, similar a una mirada en trance, al ingresar el suero en sus venas. Éstas poco a poco iban adquiriendo el mismo color… pero vi algo extraño. No solamente se teñían de negro sino que formaban caracteres extraños. No tan extraños. “Yo conozco estos signos”, pensé. Y de pronto me golpeó. Eran letras. No sabía leer pero las conocía. Letras en las venas. Gemidos y gritos crecientes me sacaron del estupor en que me hallaba sumido. Los gritos se intensificaban a medida que las letras ingresaban al sistema circulatorio. El dolor no sólo se podía percibir en los ensordecedores clamores de los “alfabetizados”. Ese dolor podía sentirse con sólo estar allí en medio. Los cuerpos se sacudían con violencia y la presión corporal parecía ser tal que muchos capilares y venas delgadas se reventaban y las letras brotaban de ellas, transformándose nuevamente en tinta al entrar en contacto con el exterior. Literalmente, todos en la sala se retorcían de pánico y dolor. Todos allí lloraban tinta. No lo soporté por más tiempo y salí corriendo de aquel salón. Anduve sin rumbo fijo por los pasillos, la mayoría al parecer desiertos (si las instalaciones tenían personal, este debía ser escaso) y me topé con salones similares al primero. En ellos había gente clasificada por edades: Ancianos, niños, adultos… incluso me pareció ver un par de laboratorios donde monitoreaban el procedimiento implementado en embarazadas, moribundos y algunos primates. La arquitectura laberíntica del complejo me impedía saber qué tan lejos estaba de la salida o si me encontraba en un piso superior o inferior. No pensaba con claridad, así que descendí. Conforme bajaba fui testigo de más y más atrocidades. Vi gente a la que le era inyectado el color a través de las pupilas por medio de largas y afiladas agujas hipodérmicas conectadas por tubos a tanques. Las víctimas estaban sujetas de la cabeza a los sistemas de inyección por medio de pinzas ergonómicas. Colgados y con expresiones dignas de “El grito” de Munch, más daban la apariencia de ser espantapájaros epilépticos que humanos. El torrente de colores también les recorría las venas pero parecía estancarse en sienes y manos. Futuros pintores, sin duda. El caso de los destinados a la música no era muy distinto ni para nada menos tortuoso. Los mantenían sentados, con las palmas de las manos sobre mesas en las cuales una serie de máquinas cortaba, introducía elementos necesarios para mejorar el rendimiento de las mismas  y cerraba quirúrgicamente. Nada de gritos en tales salones. No porque no los hubiera sino porque eran atenuados por esferas gigantes y plateadas, similares a bobinas de Tesla, que emitían sonidos en todas las frecuencias imaginables, directo a los oídos sangrantes de los capturados. Por último, una sonda enviaba grandes cantidades del extraño suero negro justo detrás de la cabeza. No dudo que fuesen notas musicales aquellas marcas que aparecían en la periferia de las sienes, oídos y hasta el cuello. Queda claro que estos últimos cuartos no los revisé a detalle pues las ondas sonoras me hubiesen hecho daño. Como fuese, ya había tenido suficiente con todo lo que había presenciado. “Debo salir de aquí a como dé lugar”, pensé.

Si estoy ahora contando todo esto es porque finalmente logré escapar de aquel infierno. Los detalles no importan. Llevo tres meses fuera. Lejos de las ciudades IQ. He escuchado ciertos rumores. Así que ahora me dirijo hacia mi tierra prometida, una donde, según dicen, la inteligencia, la sabiduría y el talento no se han embotellado, privatizado y administrado a punta de sangre. Una tierra donde, según escuché, aún es posible vivir en bendita ignorancia. Donde los refugiados pueden disfrutar de los programas retransmitidos por TEIDIOTIZA y TEAPENDEJA, cadenas televisivas rescatadas por la resistencia, conformada por los mismos líderes sobrevivientes, jefes y dueños de tales canales. En fin, una utopía terrenal donde nadie tiene derecho a cerrarnos las puertas de la verdadera libertad y, por tanto, las de la felicidad…

Emocionado, ajusto la correa de mi mochila al hombro y prosigo mi caminata…

Dios… espero llegar pronto…

FIN


Escrito por: Jim Osvaldo Marín Acevedo ( @capitanjms )



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