sábado, 31 de enero de 2015

LA LLORONA (ADAPTACIÓN)


 



— No me siento tan solo como usted cree Don Agustín. Gracias a Dios y “asté” tengo mucho trabajo y pos' me ocupa mucho tiempo y casi nunca me doy cuenta de que estoy solo. Me gusta vivir así, trabajando duramente.



— Es eso Don Manuel, es eso lo que mi mujer dice, que tiene usted demasiado trabajo que hacer; ¡Cristo bendito y sagrado sea su nombre! ¿Cómo puede hacerlo todo usted solo? Cocinar, lavar y limpiar la casa. Ni yo ni la mujer entendemos semejante cosa.




Naturalmente Don Agustín y su mujer Doña Josefina no podían entender cómo alguien como yo puede guisar su comida y lavar su ropa el mismo sino le queda otro remedio. Yo creo que pensaban que algo malo les pasaba a los hombres que hacían todo eso sin quejarse. Aunque realmente era yo el único viudo en el pueblo. Había perdido a mi Juanita hace ya unos 10 años, ella murió de una enfermedad que ni recuerdo como se llamaba y a pesar de que su pérdida me partía el alma... terminé acostumbrándome a la soledad, no tuvimos ningún hijo y yo ya no pensaba en el amor porque era como si con su muerte se hubiera llevado todas mis ganas de amar algo o a alguien.



Yo trabajaba en la hacienda de Don Agustín, no tenía un trabajo en especial pero pos' yo le entraba a todo y por eso Don Agustín me pagaba un pesito más que a los demás peones. Don Agustín y su esposa eran diferentes a los demás patrones que había tenido, ellos siempre procuraban que estuviera a gusto en la hacienda, que comiera bien y que el dinerito que me ganaba me rindiera lo suficiente. Cuando Juanita murió, ellos me ayudaron para hacerle su misa y los rezos, también me ayudaron a comprarle un vestido bien requetebonito para que la sepultáramos con él y cuando llegara allá con Diosito se sintiera bien bonita.



 Después de Juanita, empecé a trabajar más duro en la hacienda. Duele decirlo, pero era como una distracción para no pensar en ella y mientras más durara esa distracción pues mejor. Para ser sinceros, ya no quería pensar en ella.



Recuerdo que una semana antes de todos santos, Don Agustín me mandó llamar y se veía algo nervioso, me platicó que una prima lejana iba a visitarlo y que llevaba años sin verla y me pidió que tuviera listo su caballo bien tempranito al día siguiente porque iba a recogerla en la estación del ferrocarril. Por la mañana cuando los gallos empezaron a cantar yo ya tenía el caballo listo en la entrada de la hacienda, recuerdo que ese día hacía mucho frío, aunque fuera otoño ese frío era diferente, un frío que te calaba los huesos y en cierto modo daba miedo.



Don Agustín me dio las gracias y se fue a recoger a su prima. Durante el día no hubo mucho trabajo para mí, aunque las criadas andaban de arriba para abajo haciendo todo lo que Doña Josefina les mandaba; Unas estaban haciendo la comida y otras limpiando toda la casa. Se ve que la llegada de la prima de Don Agustín era algo importante.



 Como no había trabajo para mí, decidí darme una vuelta por toda la hacienda a ver que había. Todo normal, incluso más tranquila que otras veces. Después de media hora de andar caminado por ahí, me encontré a Mario que regresaba de darle alimento a las gallinas.



 — ¡Mario! ¡Buenos días! ¿Cómo estás?—Le dije para hacer platica porque andaba ya un poco aburrido — ¿Está bien bueno el frío verdad?



— ¿Cuál frío? No Manuel, para mí que ya es la edad la que te afecta. Pero dime, ¿a qué se debe que me vengas a saludar?



— No pues ya ves Mario, andaba por aquí caminando y tiene un buen rato que no platicamos.



— Pues faltaba más, déjame ir a guardar el alimento y nos echamos un mezcalito ¿Te parece?



— ¡Juega! Yo aquí te espero Mario.



Con Mario me pasé hablando toda la tarde y parte de la noche, fue bueno saber que aunque no coincidíamos tan seguido, él estaba ahí con una buena plática. Ya por la mañana, Mario y yo teníamos una cruda de los mil demonios así que fui a la cocina a buscar unos huevitos para prepararlos con una salsa bien picosa y fue ahí donde me encontré por primera vez a la prima de Don Agustín.



— Y yo que lo consideraba un buen cristiano nada más de verlo señor, y siento en lo más profundo del alma haber descubierto que no lo es. ¿Cómo puede ser usted tan cruel y despiadado como para robarse los huevos que con tanto sacrificio y esfuerzo las criadas recogieron en la mañana?



— Yo trabajo aquí, cuido las gallinas que ponen los huevos y ando crudo. Más que robo es supervivencia ¿No lo cree?



Escuché cómo se reía despacito y ya no me dijo nada. Salí de ahí con los huevos y con una sensación algo extraña, no sé si fue la sorpresa de la plática, o su increíble belleza. Porque realmente no había visto a una mujer tan hermosa como ella…Y espero que Juanita no me esté escuchando.



Después de almorzar y realizar las labores que me tocaban, andaba yo caminando por los potreros cuando alcancé a divisar a la prima de Don Agustín, y ahí fue cuando realmente confirmé algo que ya sabía; Era hermosa. Mientras estaba con mis pensamientos, se me perdió de vista. “Una lástima” me dije a mi mismo cuando ella apareció a mi lado quién sabe de dónde y me hizo saltar del susto.



— Mire nomás, y yo pensando que era usted más valiente. Se asusta de ver a una mujer.



— ¡No como cree! Usted me perdone señorita. Lo que pasa es que andaba pensando en muchas cosas y me agarró comiendo moscas.



— Oh no, nada de “Señorita”. Dígame Luisa María. Nunca me han gustado las formalidades, de verdad, no seas tímido. Aunque mi primo sea tu patrón tú y yo podemos ser buenos amigos, no te molesta que te hable de tú ¿verdad?



— No para nada señorita… ¡Digo! Luisa María, no me molesta que me hables así.



— Bueno, pues empecemos por el principio. ¿Cuál es tu nombre?



— Yo me llamo Manuel, pero todos me dicen el negro… Negro pero cariñoso y déjame te digo que yo soy como el chile verde Luisa María, picante pero sabroso.



— ¡Uuuuyyy! Se ve que eres todo un Don Juan.



— No Luisa, hace tiempo que ando por ahí causando penas. Soy viudo.



— Cuánto lo siento. ¿La querías mucho?



— Si mucho.



— Bueno Manuel, tengo que irme. Me ha gustado hablar contigo, ojalá charlemos más seguido.



— Hasta luego Luisa María.



Y así, sin más, ella se fue caminando y yo veía lo bonita que se veía con sus dos trenzas y ahí me quede, admirándola. Aunque solo la había visto dos veces y hablado con ella muy poco, sería tonto negar que no pensaba en ella o que no sentía curiosidad por Luisa María. Recuerdo que me gustaban mucho sus ojos, quiero decir, ella era hermosa pero sus ojos no tenían comparación y probablemente ya me estaba haciendo ilusiones porque hacía tiempo que ninguna mujer me hablaba así ni me inspirara tanta confianza y sobre todo, que fuera más o menos de mi edad. Aunque también pensaba que Luisa me estaba brindando una amistad sincera y que sería peligroso intentar algo más porque su primo, Don Agustín, era mi patrón y también porque ella estaría en la hacienda solo por un tiempo. Mi intriga más grande, supongo, es que había algo en Luisa María que me recordaba a Juanita.



Durante el transcurso de la semana, Luisa y yo hablábamos casi todo el día y ella me contaba de su vida y yo de la mía, nos fuimos conociendo más y a Don Agustín le daba gusto que nos lleváramos tan bien. Parece increíble pero en solo unos cuántos días sentía un enorme cariño por ella; me había enamorado. Se lo conté todo a Mario y primero se río y después me dijo que me anduviera con cuidado porque las mujeres bonitas están malditas.



Luisa me quiso acompañar a comprar todas las cosas para poner el altar y me alegró mucho porque iba a estar con ella y también porque tenía buen ojo para comprar las flores más bonitas y a un buen precio y así ya no me iba a estar reclamando Doña Josefina de haber comprado aquí o allá. Debo decir que notaba algo distante y triste a Luisa, primero no le tome importancia pero en la tarde la vi salir del templo, llevaba un hermoso huipil que hasta la virgen la creí. Me acerqué y noté que estaba llorando y le dije:



— No sé qué tienen las flores, Luisa. Las flores del camposanto mire usted, que cuando las mueve el viento parecen que están llorando.



— ¡Ay! ¡Qué susto me acabas de dar Manuel!... Perdón que me veas así, es que estas fechas me ponen algo sentimental, ya ves cómo es esto del amor. Y la iglesia es donde se olvida de amores y se empieza a padecer de ellos.



— El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio.



— Supongo que lo de “Llorona” es de cariño, ¿verdad? Pues mira, dicen que el primer amor es grande y es verdadero pero el último es mejor y más grande que el primero. Creen que no siento penas Manuel porque no me ven llorar y tú sabes, hay muertos que no hacen ruido.



— No me llores cuando muera, llorona, ni cuando me veas tendido. Llórame si tú me quieres ahora que yo estoy vivo. Yo soy como los arrieros, llegando y haciendo lumbre. Pero contigo me da miedo, si yo te pidiera que tu huipil me cubra cuando yo muera, no sé qué pensarías Luisa María.



— A un santo cristo de piedra le conté mis penas, ¿cuáles no serían? Que el santo cristo lloró.



— Tus trenzas causan despecho, no por negras ni sedosas sino porque son dichosas cuando ruedan por tu pecho. Un corazón mal herido, llorona, solo con llorar descansa.



— A mí el confesor me dijo que te olvide y no te quiera. Manuel, me quitaran de quererte pero de olvidarte nunca.



— Aunque la vida me cueste no dejaré de quererte. Te quiero porque me gusta y porque me da la gana.



— Manuel, mucho te adoro. Te pido yo de rodillas que no te olvides de mí.



— Tengo un olvido tan grande que puedo decir que yo no tengo olvido, el olvido me tiene a mí.



— No digas eso Manuel.



No dijimos nada más, nos quedamos en silencio y usamos el viejo truco de callar las palabras innecesarias con un beso. Fue un beso tierno, puro y limpio. Un beso verdaderamente embriagador y la hermosura de su mirada en mis ojos con aquella sonrisa que ella tenía me hacía sentir feliz y tal vez eso fue lo peor porque bien sé que no hay beso que no sea principio de despedida.



Vi que ya no lloraba, y con una dulce voz me dijo:



— Manuel, llévame al río. A ver si sus aguas unen nuestros corazones.



— ¡Ay llorona! Llorona de negros ojos.



Ya era de noche cuando bajamos al pequeño río que estaba cerca de la hacienda, el cielo estaba lleno de estrellitas.



— Alza los ojos y mira Luisa allá en el cielo oscuro esa estrella que brilla y se ve que suspira. Me dijeron que es venus y que está celosa de tu hermosura.



Ella no me dijo nada, simplemente apoyó su cabeza entre mi hombro y mi pecho. Yo podía sentir su respirar, podía oler su cabello y tocar su hermosa piel. No hacíamos nada, simplemente estábamos ahí tumbados bajo el cielo y precisamente eso es el recuerdo más feliz que tengo.



Pasamos así toda la noche, entre besos, pláticas y risas. Ya estaba empezando a clarear y yo la veía dormida, contemplaba su belleza y al mismo tiempo tenía una inmensa nostalgia por mí. Ella se despertó, me vio y lo único que dijo fue “Te adoro” le sonreí y le dije:



— Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío.



Regresamos a la hacienda y nos desayunamos unos tamales. Era 2 de noviembre y todos ya habíamos puesto el altar para nuestros fieles difuntos. Luisa María me dijo que tenía que arreglar unas cosas con Don Agustín pero que después me iba a buscar. Pasé el día muy solo, pero tampoco quería interrumpir a Luisa en sus asuntos.



Ella no me volvió a buscar jamás. Al otro día, pregunté por ella y Don Agustín me había dicho que había tomado el ferrocarril de la mañana y que se había despedido de todos en la hacienda y que se le hacía raro que no me hubiera dicho nada ya que nos llevábamos muy bien. Yo sentí un enorme pesar en el alma, un hueco en el estómago y una tristeza inmensa. De esto ya pasó tiempo y no sé si algún día podamos estar juntos de nuevo. Me puse a trabajar duramente en la hacienda otra vez, como estaba acostumbrado, nada más para tapar la ausencia porque ella lo dijo, “Hay muertos que no hacen ruido”



¡Ay de mí Llorona! Aunque seas sólo leyenda, yo sigo pensando en ti.

 
 
 
Escrito por:
Luis Manuel "Manu" Fernández
@IronManuMK17
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 26 de enero de 2015

EN EL DILUVIO (PARTE I)

I
Cierta tarde de verano ocurrió aquel que, sin duda, sería recordado como el evento más extraño en la historia de la ciudad. Los personajes de que la presente hacen gala no son, ni por asomo, meras ficciones, muy por el contrario, son personas que tal vez Ud. conozca: amigos, enemigos, familiares... personajes que, llegado el momento, leerá, identificará, quizá despliegue una sonrisa y diga (para sus adentros): "¡Oye! yo conozco a alguien así."

La particularidad del día a que hoy se hace referencia fue que, a pesar de haber tenido un inicio común y corriente, a saber: soleado, alegre y cálido, sin ser demasiado caluroso (lo anterior, en el entendido de que suele haber lugares sobre la superficie terrestre cuyo arquetipo de día común sería exactamente opuesto al recién descrito), siendo las dieciséis horas con veinte minutos en el reloj de Paulina, la bella veinteañera, se suscitó un abrupto cambio allá en el despejado cielo azul, momento justo en que la rubia joven se procuraba la hora. El clima pasó a ser gris, triste (para quien el prólogo de la lluvia inminente pone así) y oscuro. Las precipitaciones no se hicieron esperar y, al compás de los truenos, más cercanos que lejanos (alguien dijo: "Debe ser la panza de Satán" pero nadie puso especial atención en saber quién), las calles quedaron inundadas en un santiamén, situación que, lejos de apaciguar la lluvia, pareció intensificarla. A las puertas del  Cat-café y librería “El gato bibliófilo”, la más grande de la ciudad, alguien dijo: “Tláloc en verdad nos odia”, pero, nuevamente, nadie se ocupó en saber quién fue. Las calles quedaron vacías y los diecisiete clientes (era temporada baja en ventas) que esperaban partir a sus casas, escasos de sombrillas, decidieron entrar un rato más en lo que la tormenta amainaba. Pronto el agua subió y, al rebasar la altura de los dos escalones en la entrada, comenzó a entrar en el recinto. Ni tardos ni perezosos, los empleados (que por cierto eran veinte, distribuidos aquí y allá, los que laboraban esa tarde) cerraron la doble puerta principal, hecha de un vidrio al parecer muy resistente, notificando a la gente lo que ya de antemano se sabía: “En unos momentos hemos de abrir, no bien baje el nivel del agua.” Pero el agua no bajó. Continuó subiendo hasta cubrir la mitad de la entrada, lo que para efectos prácticos, supuso la imposibilidad de escape para todos los involucrados. Incluidos los treinta y siete gatos y ni uno menos.

Durante un buen rato los clientes se avocaron a rondar por los pasillos del lugar. Otros decidieron que no les vendría mal una bebida caliente, en vista del repentino descenso de temperatura. Y otros más optaron por ir a consentir a los gatos, algunos de los cuales estaban bastante asustados debido a la anónimamente nombrada “Panza de Satán.” Conforme el paso del tiempo, las miradas iban hacia la entrada con más y más insistencia, sólo para encontrarse con un monolito de agua verdosa, pesadamente recargado en las puertas de vidrio. Como fuese, la grandeza del lugar proveía de no pocas cosas que ver y hacer. Éste contaba con su propia sala para proyectar películas, un teatro, restaurante, biblioteca, tres galerías de arte, una capillita y un “titipuchal” de pasillos repletos de libros, revistas, películas, artículos de arte, un gran espacio reservado para el “cat-café” y cd´s de música, entre “esto y lo otro.” Uno no creería el tamaño de que el complejo hacía gala: sesenta metros de ancho (vista frontal) por setenta y cinco de largo (vista lateral) por cuarenta y dos metros de alto, todo esto en calidad de meras aproximaciones, que tampoco estamos hablando de un plano y aburrido paralelepípedo. Una gran cúpula coronaba las instalaciones y, aquí y allá, domos y tragaluces de un blanco opaco permitían el paso de los rayos del sol, lo que daba a los pasillos y estancias un aire de sagrado, por lo cual, ventanas como tal no había. Tanto el exterior como el interior hubieron de ser decorados con exóticas y costosísimas maderas nórdicas de pino rojo, brindando un ambiente de sobriedad, paz y confort más que propicia para el noble placer de la lectura y el café… y la adoración de gatos, según fuese el caso. Cierto joven, conocedor de tales pormenores, arrobado como estaba ante semejante obra maestra de la arquitectura y el buen gusto, repentinamente fue sacado de su ensimismamiento.

- ¡Ah! Esto es ridículo… - Exclamó un encorvado anciano, quien sin más y con celular en mano, dispúsose a realizar una llamada.

- ¡Cariño! Cariño, ¿eres tú…? Si. Sigo en la librería. Nos quedamos atrapados por la inundación… ¡la inundación, te digo…! ¿Qué?, ¿pero qué cosas dices mujer? Si en este preciso momento estoy viendo el chaparrón cayendo allá afuera… No podemos salir porque el agua sigue subiendo y ya casi cubre toda la entrada…

Algunos de los que estaban cerca y escuchaban la conversación comenzaron a poner un poco más de atención.

- ¡Que te digo que está lloviendo, mujer…!  ¿¡Que qué!? P-pe-pero… no, no es posible… No, no, no… ¡Está bien, está bien! Espera un momento. Vale, yo te llamo en un rato… ¡Rápido! Usted (señalando a uno de los empleados) ¡encienda el televisor!

Así lo hizo el joven y en la pantalla comenzó el parloteo:


<<¡Las imágenes son increíbles! No lo creeríamos de no ser porque estamos cara a cara con el fenómeno… >>




[FIN DE LA PARTE I]


Escrito por: Jim Osvaldo Marin Acevedo (@Capitanjms)





domingo, 25 de enero de 2015

AWAKE

Estaba harto de visitar psicólogos, psiquiatras, pronosticadores de sueños, religiosos y otro montón de especialistas en los sueños y la mente del humano. Por compasión ya no quería soñarla. Me decían que al acostarme no pensara en ella, pero yo más que todos sabía muy bien que no la pensaba, ni la imaginaba. A pesar de todo, allí aparecía ella cada cierto tiempo, como si viviera acurrucada entre los pliegues de mi almohada o como si mi sábana fuera el recuerdo de ella, como si eso me cobijara cada noche.

 Era ciento por ciento factible que cada noche que la soñaba, al día siguiente, puntual a un encuentro fortuito me encontraría con ella, siempre de frente. Ya no quería soñarla, me sentía miserable verla sonreír en un sueño, tan alegre y rebosando de inocencia,  y en la realidad del día ver esa misma sonrisa desvanecerse al hacer contacto con mis ojos, al tropezarnos por las calles, siendo tanto ella como yo la piedra y al mismo tiempo el caminante. Ninguno de los especialistas pudo ayudarme a suprimir aquel sueño de la mente. no tanto porque fuera un mal sueño, en realidad la pesadilla tenia lugar a plena luz de dia y totalmente despierto. Salí del último consultorio masticando entre los dientes la frase ¡Ya no la quiero soñar! ¡Ya no la quiero soñar Dios mío! Bajé el último paso de los escalones, el que me puso en la calle, cerré los ojos sin pensar nada y dejé salir un suspiro, fue entonces que de mi lado derecho proveniente del suelo salió una voz, era un mendigo pidiendo limosna, me dijo:

-¿Quieres un consejo?-  qué más da, pensé entre mí. Así que me acerqué y lo escuche. Fue un precario consejo, efímero y tan breve que me pareció absurdo, pero fue lo que me ayudó.
 -Si ya no quieres soñarla –dijo-  ¡Simplemente despierta!

Por: Víctor López (@viktor_reader)







sábado, 24 de enero de 2015

AMOR ESCRITO


Ojalá pudiera decir que es un recuerdo feliz, pero no es así. Y así está bien, mi vida siempre ha sido solitaria y nostálgica. Es muy tarde para arrepentirse.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Escrito por: Luis Manuel "Manu" Fernández
@IronManuMK17






miércoles, 21 de enero de 2015

MI ABUELO (PARTE II)

Me emocioné muchísimo porque no tenia permitido preguntar por él, y aun cuando hiciera la misma duda a mi madre, ella no me respondía o evitaba hacerlo con un tema distinto de conversación; yo estaba muy feliz por tener el chance de conocerlo; sin embargo no puedo decir lo mismo por parte del que en cuestión genética fuera el padre de mi papá.


Ya frente a la puerta, mi padre toco el timbre y este sonó como si fueran campanas de iglesia; luego, unos pasos comenzaron a ser cada vez más audibles dentro de la casa, y al entreabrirse las puertas lentamente, pude ver a un señor muy alto; jorobado, vistiendo elegantemente y bastante viejo. Su cara no era la más agradable de todas, he de admitirlo, a pesar de que solo pude ver parte de ella; lo que si pude ver con detenimiento fue una mano muy larga y huesuda que se abría y cerraba en frente de mi papa mientras una voz algo sombría y grave decía:

-No tengo todo el día, ¿Qué haces aquí?-

-... Vine a  pedirte un favor, necesito que cuides a mi hijo por un tiempo hasta que mi esposa se recupere-


-phmm... ¡que insolencias!, pues bien... te cobrare todo lo que le preste a este niño para hospedarse aquí. En primera... deberás pagar las atenciones que le ofrezca; morirá de hambre y dormirá en el suelo si no me pagas los alimentos y las veces que use mi cama... te costara unos billetes más el que lo deje usar el agua para el baño... ¡y más vale que tenga más de una muda de ropa!, pues yo no pienso darle ni un solo trozo de tela a no ser que me des un incentivo; además, tendrás que pagarme la lavandería y aparte la renta por todo el tiempo que este aquí, mas algunas otras cosas que no recuerdo ahora, pero que te hare saber con una carta escrita que deberás responder con dinero... ¿aceptas?-

-más que aceptar, no me queda de otra... gracias-


-Pues bien, entonces adiós, vete tienes mucha prisa en ir con tu distraída esposa, no sé qué sigues haciendo aquí parado sin hacer nada, ¡largo, antes de que cambie de idea!-

Aunque mi padre denotaba furia en sus ojos, contuvo las ganas de darle un puñetazo, ya que no habría acudido a él si tuviera otras opciones, así que, luego de una rápida despedida, entró en su auto y se alejó poco a poco del lugar; mientras mi abuelo esperaba una reacción de susto y tristeza por parte mía; yo lo único que hice fue abrazarlo con mucha felicidad y decirle que me daba mucho gusto poder conocerlo; esto hizo que se impresionara un poco, ya que nadie le había dicho algo así en más de 30 años, pero mantuvo su postura y me aparto de el con su bastón diciendo...


-¡Quítate ya de encima! ¿Qué piensas quedarte en la entrada todo el día?, ¡rápido! , ¡Entra de una vez!-

Yo no me sentí molesto ni triste al ser tratado así, de hecho me parecían muy divertidos sus gestos cuando mostraba afecto hacia él, de manera que con el paso del tiempo, yo me sentía igual de alegre jugando con sus cosas; lo que no sabía era que el me observaba algo pensativo diciendo para sí mismo...


"Este niño... no es como toda la gente... hace tiempo que vivo con él y parece seguir queriéndome... ya intente todo y aun así me mira con esa tonta cara risueña... ¡¿Qué cosa lo hará estar tan contento?!..."

De repente, yo me acerque y trate de jalarlo con mis manos para que me siguiera hasta el patio donde jugaba con la tierra, y él como siempre me apartaba de su lado con su bastón, sólo que ahora parecía un poco más animado que hace dos años, aunque sus expresiones eran casi las mismas...

-¡oye, espera!, ¡más despacio!... ¡¿Qué quieres ahora?!-


-¡Te quiero enseñar algo que hice para ti porque te quiero mucho abuelito!, ¡pero corre, date prisa!-

cuando termine de decir esto se quedó muy impactado y empezó a caminar un poco más rápido; llegamos al patio y se enojó muchísimo porque había destruido el césped y dejado todo lleno de tierra, pero su ira fue cambiando poco a poco en tristeza y felicidad juntas cuando vio la razón por la que arranque todo el pasto de ahí.

Desde el techo se tenía una mejor vista de mi creación o al menos lo que yo consideraba una obra de arte; era un dibujo que me mostraba abrazando a mi abuelito mientras otros niños jugaban con él; todos teníamos una sonrisa pintada; además, tenía un mensaje abajo que decía:


"Te quiero mucho abuelito, eres el mejor del mundo"

Mi abuelo vio esto con más detalle en su alcoba, donde al ver completamente mi trabajo, comenzó a llorar por lo conmovido que estaba; luego bajo lo más velozmente que pudo y conteniendo las lagrimas me dijo:

-¿Pero... por qué?, si todo este tiempo te trate como indigente-


-Sí, pero igual no me importaba; yo estoy muy feliz de estar contigo aunque seas algo enojón, ¡Durante toda mi vida siempre quise conocerte!, pero mis papás nunca me dejaban preguntar por ti. Por eso ahora que me dejaron aquí, ¡estoy disfrutando cada día que te tengo a mi lado y te conozco! porque cuando me vaya te voy a extrañar mucho, y no sé, lo más probable es que mis papás me prohíban hablar de ti otra vez y poco a poco vaya olvidándote...-




[Fin de la segunda parte]






Escrito por: Brandon “Brand”  Marín Acevedo (@Naboma2) 



lunes, 19 de enero de 2015

EL ANCIANO.

Era aquel en verdad un anciano afortunado. Había encontrado al fin un columpio desocupado. No sin muchas dificultades logró subirse y, al cabo de media hora, ya se había acomodado casi por completo. Ciertamente era aquel, a sus ciento tres años, pelo cano, espalda encorvada y dientes postizos, un anciano afortunado. Iba todo muy bien cuando, sin quererlo, cometió un error insalvable. Miró hacia abajo. Al instante cayó presa del vértigo y casi se sintió succionado por el vacio entre el suelo y la temible altura a la que se encontraba (unos sesenta, setenta centímetros desde el suelo hasta el asiento pendular). Agarrose con ambas manos, y todas sus fuerzas, de la cadena izquierda de la cual colgaba el columpio, pegando el cuerpo todo lo que pudo contra la misma.

-¡Ay nanita…!  ¡Nanita, nanita, nanita…! ¡Dios bendito sálvame por favor!

Así se lamentaba y rogaba el pobre anciano. Hizo extremo acopio de valor, semi-abrió un ojo y escaneó el pequeño parque infantil en que se encontraba, en busca de alguien que lo pudiese auxiliar. Ni un alma en derredor (esto, en el entendido de que la hora oscilaba, a la par que el pobre anciano, entre 10:30 am y 11:30 am.)

- ¡AUXILIOOOOO!, ¡SOCOOORRO!, ¡ALGUIEN QUE ME AYUDE POR FAVOR!

Así de enjundiosos eran los gritos que pegaba. Al menos así los escuchaba él. Una pareja que paseaba por una vereda cuya separación con el parque era de entre veinte y treinta metros, no pudo menos que escuchar, entre el incipiente barullo del día, un efímero “…ooooo…” allá en ningún lugar, y pasó de largo.

 - Santo niño de Atocha… ¿Y ahora qué hago?

Trató, en la medida de lo posible, de bajarse del columpio pero, una vez más, la dolorosa idea de una larga y terrible caída le carcomió hasta el tuétano. Se asió con más fuerza que antes, si es que las susodichas fuerzas le daban para llevar a cabo semejante proeza. Fuese o no el caso, lo único que le importaba era que le mantuviesen lejos de una muerte segura.
Por espacio de una hora, dos horas… tres, no se suscitó evento digno de mención, excepción hecha por la extraña ausencia de visitantes al parquecito, y en particular, al columpio de al lado… y…

-¡La barra soporte!

¡Por supuesto! ¿Cómo no hubo de ocurrírsele antes? El vértigo, seguramente. Pero ahora que se había percatado de los tubos que sostienen las cadenas y los asientos, sabía que tenía una oportunidad de escapar de aquella trampa mortal. De modo que sacó “fuerzas de flaqueza”, en el sentido más literal que se pueda imaginar, y comenzó a columpiar el asiento en dirección al tubo que tenía más cerca. “Si logro asirme a él, podría deslizarme hasta llegar al suelo…” Así pensaba salvarse el pobre anciano. Poco a poco ganaba más y más impulso, pero por más que se impulsara no lograba alcanzar el ansiado tubo. Llegó a un punto en que la velocidad a la que se arrojaba resultó ser demasiado fuerte como para mantenerse agarrado de la cadena, o al menos eso sentía su flacucho cuerpecillo. Un gato que pasaba por ahí observó, con ese molesto dejo de desdén con que suelen observar los gatos, que el anciano apenas y lograba mover el pequeño asiento en que se hallaba preso.

El esfuerzo fue excesivo y el anciano, agotado y con más vértigo que antes, tuvo que desistir de su heroico, aunque infructuoso, escape.
Una hora y dos más se sumaron al tiempo en que el anciano se recobraba. No pasó mucho tiempo luego de ello cuando pasó por aquel lugar un perro. Un perro grande, para ser exactos.

-¿… Podría ser que...?-. Comenzaba a maquinar su próximo escape cuando el perro salió corriendo en busca de un coche que logró divisar a lo lejos.

-¡Noooo! ¡Perrito, perrito vuelve…! No… Dios, ¿pero por qué a mi? Yo sólo quería un rato en el columpio…

Pasó tanto tiempo, que el pobre hombre perdió la noción del mismo. Y con el cuerpo completamente adolorido, le cayó la noche encima.

No fue sino hasta las 10:30 pm que el parque se hubo de hallar acordonado y lleno de patrullas, policías, muchos curiosos y no pocos reporteros. Al parecer alguien al fin había divisado al pobre anciano y se había percatado de su precaria situación, de manera que procedió, como buen ciudadano modelo, a dar parte a las autoridades correspondientes.

- Con calma anciano. Tenga usted mucho cuidado. Venga…

- ¡Ay Dios! Muchas gracias señor oficial… creí que me quedaría ahí por siempre… pe-pero… Ay Jesús… voy a necesitar unos calzoncillos limpios… yo, yo creo joven, que van a tener que llamar a los de sanidad…

A ver si no se enojan mucho…

FIN



Escrito por: Jim Osvaldo Marín Acevedo (@Capitanjms)











domingo, 18 de enero de 2015

AMOR ERRÁTICO


Tus besos fueron falacias, argumentos que me vencían, me embaucaban, me arremetían con palabras disfrazadas de verdad. Eran tan sutiles, casi imperceptibles, convincentes y fundadas. Esos años en las sombras de tu vida formando una sonrisa en mi rostro. Astringentes tus caricias al contacto pero, aun en tu distancia y en mis recuerdos, eran todo para mí en aquellos tiempos. Como cordero en camino al degüello me tomabas de la mano, eras mi guía. Yo creía ser tu dueño. Mustias tus palabras en verdad, así salían de tu corazón aún cuando de tu boca, maquilladas como mariposas y reverberantes, derivaban y permanecían en mis oídos como súplicas que bogaban mi ternura y compasión por ti, ante tus errores que cubrías con manto de inocentes travesuras infantiles.

Sospeché mil veces de tus juegos huraños en las penumbras de las luces, no quise ver aquellos besos ajenos besando a los míos. Vi las caricias y las dejé en el anonimato de los recelos, me hice victimario y a ti la victima de mis agravios; de mis miradas sin antifaz, de mis besos no precedidos de palabras falsas. Solo una vez te contemplé a lo lejos y me consolé con lo difuso de la neblina, dos veces te vi de cerca y esquivé la mirada de la tuya para que no tuvieras que darme explicación en ese momento, para no incomodarte y soltaras razones emergentes que me dejaran vagando en la incertidumbre. ¡Te creí de todos modos! ¡Te perdoné! sin que tu rodilla se doblara, sin que tus manos se juntaran para implorar, no era culpa tuya, sabía que tu pupila solo se abría para mirarme, que tus placeres solo a mí me ceñían y me transbordaban hacia el nirvana. Pero da la casualidad que tu amor solo fue una leyenda representada con tal convicción que me aferré a tu forma de redactarlo, lo expresaste y atónito te escuché. Si no hubiera sido la muerte jamás me habría dado cuenta, pero necesitaba estar separado de ti y ahora estoy muerto.

Realzo mi futuro sin tus añagazas para privarme de mi vuelo. Poco me falta, por eso considero que he dejado de existir, para que no quede surco de mi paso por tu vida. Te he visto sonriente, suspendida del brazo de otro, y tratas con desaire mi recuerdo, lo reprochas con tu mirada. Con un próximo presente de su parte y un beso tuyo cultivado en la comisura de sus labios, me disiparé como sueño arrinconado al despertar. Coincido contigo que soy un recuerdo que mañana me volveré olvido. Hoy soy un forastero de tu vida que alguna vez rogó para que te quedaras, te quise anclar, te dije:

“solo fue un beso, no tienes por qué irte, solo fue un beso sin sentimiento, un beso insípido y tonto asido a una aventura perecedera,  no tienes por qué dejarme”. 

Tus designios los cultivaste desde nuestro primer beso y aunque te presenté ante mi Dios como mi esposa caí en la razón de que siempre fui tu amante. Por eso no me extraña que tu respuesta a mis instancias fuera: 

“un solo beso me bastó para fijarme que lo amo desde el momento en que dejé de amarte, aunque creo que jamás te amé, estaba confundida, no sabía lo que en verdad sentía”. 

Siempre tontas tus escapatorias, redundantes incluso tus pretextos. Pleonasmos llegaran a ser tus acciones, tu vida y tus amores. Hoy soy yo, mañana sera él. Reincidirás en tus veredas, tropezarás adrede con las mismas piedras refutando todo en la imperfección. Comenzaras el ciclo, hasta quedar arrugada y arrumbada como vestigios de un amor errático y seguirá tu corazón confundido y amaras por enésima  vez y las penas de un olvido atormentado llegaran a tus oídos como hoy las mías, mis palabras, te llegan. ¡Amor fuiste lo peor pero yo si te amé!

POR: Víctor López (@viktor_reader)








martes, 13 de enero de 2015

MI ABUELO

“…Con los pies en el suelo apoyado de su bastón, de ropajes perturbadores al igual que su rostro y con tan terrible temperamento que supera el grosor de su vestimenta en sus 87 años de edad…”.

Es con estas palabras que mi sentido auditivo captaba ocasionalmente el sonar de voces ajenas al describir a quien años atrás, cuando solo una década había transcurrido desde que abrí los ojos a la vida, solía llamar “Mi abuelo”; y cuan triste me resulta el tener que presenciar en soledad su antigua entidad física acostada en una caja acolchonada y rodeado de flores y asientos vacíos.


antes de integrarse al edén, él nunca le brindó afecto a ningún individuo en general; ciertamente, había perdido todo rastro de ánimo en su interior y sus acciones solo ensalzaban la fama del egoísmo y enojo que lograban satisfacer su ansiedad por ver tristeza en el ambiente; mas a mí en ese periodo de mi vida nunca se me ocurrió justificante alguno para que mis vocablos formaran parte de todas esas cautelosas especulaciones que se enviaban de un lado a otro evadiendo gentilmente el oír del terco anciano. Es más que vital conocer el por qué de su odio a la gente y mi indiferencia hacia su personalidad para dar mayor coherencia a nuestras formas de pensar; mismas que por separado, serán descritas hasta unirse por sí solas...


La etapa juvenil de mi abuelo no fue la más triste de todas, contaba con un vasto número de lujos y bienes materiales en el sitio donde residía, pero su intelecto a esa edad era mucho más que el necesario para darle la capacidad a su intuición de no errar en ninguna ocasión en que ésta fuese empleada; y que se utilizó desde sus inicios para saber con términos refutables que solo le eran entregados esos tesoros con la finalidad de mantenerlo lejos de sus progenitores, quienes no tuvieron más remedio que contraer matrimonio pese a tradiciones familiares que involucraban dar a luz a la siguiente casta de su linaje, aun cuando solo intimaron en estado de ebriedad.

pasaron unos cuantos años más para saber el motivo de su casamiento, pues aunque era hábil descubriendo secretos, no era un prefijo erróneo de adivino; mas no había causa alguna para serlo, ya que tal evento le fue notificado a la edad de 18 años; durante los cuales siempre quiso formar algún tipo de amistad con sus compañeros de estudio, pero cada vez que lo intentaba no obtenía éxito alguno, dado que la envidia de todos, originada por su alto rango económico, cegaba la realidad que padecía todos los días. Luego de algunas décadas, había conseguido una enorme fortuna a raíz de sus conocimientos; y solo la compartía despreciadamente y por obligación con la mujer que eligieron sus padres para seguir con la misma tradición familiar; y a pesar de que si llegaran a apreciarse en un bajo nivel social; mi abuelo habia perdido la confianza en cualquier habitante del mundo desde que acabo sus estudios; forjando en sus ideales la idea gobernante de que en la vida no necesitas de otras personas para ser exitoso. sólo hacía falta nutrir la mente y saber en qué momento darle uso; por esto mismo, era muy inusual que le demostrara a su mujer algún tipo de afecto y que logró bastar para que entre ambos trajeran a mi padre a existir.


Dado que mi abuelo era igual de arrogante con quien fuera, mi padre también derramó algunas lágrimas a sus pies con tal de que éste al menos se dignará a nombrarlo "hijo" una sola vez en su vida, consiguiendo el mismo resultado que le dieron sus iguales en la preparatoria, y el divorcio de su fastidiada esposa quien se llevó la custodia del mismo sin importarle ni un poco las tradiciones; esto no produjo nada más que contento a sus bolsillos, pues desde hace algunos años ya sabía que un amante se involucraba entre su relación con ella, y por consecuencia había perdido todo tipo de interés debido a lo mismo.


Cuando mi progenitor alcanzo la suficiente madurez para tomar la decisión de enamorarse y formar una familia, mi abuelo tenía ya 77 años, en los que se enriqueció aún más en base a la variedad de negocios que había efectuado hasta la victoria con sus conocimientos en política, economía y psicología del pensamiento humano; pero en todo ese tiempo siempre busco la soledad aumentando el desprecio del mundo hacia él, al grado en que solo con verle el rostro llegasen a odiar  a su persona, incluyendo en esta lógica a su propio hijo.

Mi historia no es muy larga en comparación con la suya, mi padre casi no tenía tiempo para estar conmigo; él trabajaba en el ejército y solo podía verme en muy reducidos casos; mi madre había enfermado gravemente mientras conducía y a costa de eso sufrió un accidente que la dejo en un coma; para ese entonces yo ya tenía unos cinco años aproximadamente, y dadas las circunstancias, mi padre había regresado tan pronto le fue mencionado el incidente y consiguió el permiso de su regreso.

A diferencia de lo que muchos puedan pensar, yo no me sentía preocupado cuando me dijeron, a la hora de mi receso en el colegio, que mi madre choco con una pared en su vehículo por algo que no pude entender a esa edad, pero que se trataba de un aumento en la presión arterial debido al exceso de estrés que tenía por el irónico temor de preocuparse demás por tonterías; como en mi niñez desconocía el significado de tales frases tan complejas, sólo podía formular la hipótesis de que mi madre estaba durmiendo por mucho tiempo, motivo por el cual yo seguía tan feliz como habitualmente, mas estaría mintiendo si digo que mi padre no redujo su afecto y cariño que me daba en los días que volvía del ejército para verme.

No sabía con precisión que evento había desmotivado esa ternura en su persona; aunque me hacía algunas teorías como el que, por elhecho de verme todos los días, su emoción ya no era tan poderosa como antes, o bien que mi madre hiciera algo más que simplemente dormir; pero igual no me afectaba mucho porque yo siempre tuve amigos con quienes jugaba. Un día, una semana después de cumplir los 10 años, mi padre me dijo que iba a visitar a una persona que cuidaría de mí por unos cuantos años. Me espante un poco al escucharlo, pero de igual modo cuando vi la fotografía de su casa, me tranquilizo un poco el ver que no se parecía a la mansión embrujada que mi imaginación creo sin autorización. Yo desconocía por completo quien era el propietario de tan lujoso hogar, pero mi padre no; mostrando con sus manos algo ansiosas y sudadas al igual que su rostro cuán grande era su preocupación al ir a ese recinto; tal vez porque temía que este rechazara mi hospedaje, o porque sentía miedo de llevarme a donde una vez el vivió y sus sollozos esparció por su suelo; de cualquier modo, una vez que le pregunte a donde iría me respondió con algo de titubeo  -Conocerás a tu abuelito hijo-


 (Fin de la primera parte)



Escrito por: Brandon "Brand" Marín Acevedo. (@naboma2)




lunes, 12 de enero de 2015

ASHES


Para Andrea, con todo el amor que inevitablemente inspiras.


I
Quedaba entre sus manos una pequeña porción de ella. La había acariciado con demasiado cariño y durante tanto tiempo, que la pobre hubo de quedar reducida a mero polvo. Era aquel un polvo fino y delicado, no más de lo que la ceniza llega a ser. Tomó un poco entre sus dedos y fue como tocar su piel otra vez. Aquel último vestigio de su amada tuvo el mismo destino fatal y fue igualmente reducido, caricia tras caricia.

II
Consciente ahora del suceso atroz, del cual era él el único responsable, echose a llorar, desconsolado. Calmo ya, tuvo una idea. Juntó los restos de su amada, tarea nada fácil. Luego tomó una pequeña y rara planta, sembrada en una lata de refresco y postrada en el marco de la ventana (alguien debió abandonarla ahí hacía no mucho), y replantola en una maceta más apropiada. Fertilizola, utilizando sus tan preciadas cenizas. Regola y dispusose a esperar.

III
A la mañana siguiente, la planta, que no era rara sino que estaba marchita, despertó irradiando hermosos tonos destellos azulados. Pasó el tiempo y con él, botones brotaron y de estos, hermosas y coloridas flores que devolvieron alegría al antes compungido joven.

IV
Un mes después y con las hojas secas dentro de un mortero, se debatía entre hacerlo o no hacerlo. Lo hizo. Para él hubiese sido imposible no hacerlo, a pesar de la duda. Incorporó aceites y otras sustancias hasta dar con un líquido espeso y aromático. Vertiolo desde el mortero a un pequeño plato circular hecho de cierto metal brillante y dorado que fue a dar al fuego de un difusor de cerámica con vela. Asumió posición de ‘Flor de loto’ y se dejó llevar mientras la habitación entera se impregnaba de aquel olor entre dulzón y mentolado. No está de más decir, a pesar de la obviedad, que dicho aroma le recordó a ella.

V
De pronto se encontró viajando a gran velocidad. La atmósfera cruzó y dejó de sentir la gravedad. En instantes se perdió entre tanto astro fugaz. Entonces comenzó a estallar. Todo su cuerpo era una explosión. Luces y carbones brotaban de él. Por un momento se olvidó de sí y por un largo rato sintió calor. Y todo se iluminó. Y estaba acostado, mirando el espacio exterior.  Hallose cara a cara con el Infinito y cruzó miradas con él. Alcanzó lo Improbable por segunda vez (o así lo sintió en lo hondo de su ser) y, en secreto diálogo, desenmarañó sus misterios. En su viaje fue acompañado por los Antiguos Entre Cero, Imaginario y Paradoja. Charlaba con ellos pero sólo podía pensar en lo diminuto que era él. No quería despertar de aquella ensoñación (¿de qué otra manera iba a nombrarla?). Se sintió renacer ahí. Si le hubiesen preguntado, sea que alguien pudiese formular la Pregunta Última, su respuesta hubiese sido “No me pregunten porque no lo sé…”

EPÍLOGO
Lo único que encontraron al abrir la habitación, tras cuarenta y dos días de espera, fue un denso ¿Humo o vapor? Nunca se supo realmente. Hay quienes especulan (“sabios”, se hacen llamar) que quedó atrapado en ella por siempre. Hubo otros quienes, sin temor a equivocarse, aseguraron que fue decisión suya el quedarse allí, dondequiera que “Allí” fuese. Lo que fuera que “Allí” significase. “En el Amor” pensaban, esperanzados.


FIN



Escrito por: Jim Osvaldo Marín Acevedo. (@Capitanjms)