sábado, 31 de enero de 2015

LA LLORONA (ADAPTACIÓN)


 



— No me siento tan solo como usted cree Don Agustín. Gracias a Dios y “asté” tengo mucho trabajo y pos' me ocupa mucho tiempo y casi nunca me doy cuenta de que estoy solo. Me gusta vivir así, trabajando duramente.



— Es eso Don Manuel, es eso lo que mi mujer dice, que tiene usted demasiado trabajo que hacer; ¡Cristo bendito y sagrado sea su nombre! ¿Cómo puede hacerlo todo usted solo? Cocinar, lavar y limpiar la casa. Ni yo ni la mujer entendemos semejante cosa.




Naturalmente Don Agustín y su mujer Doña Josefina no podían entender cómo alguien como yo puede guisar su comida y lavar su ropa el mismo sino le queda otro remedio. Yo creo que pensaban que algo malo les pasaba a los hombres que hacían todo eso sin quejarse. Aunque realmente era yo el único viudo en el pueblo. Había perdido a mi Juanita hace ya unos 10 años, ella murió de una enfermedad que ni recuerdo como se llamaba y a pesar de que su pérdida me partía el alma... terminé acostumbrándome a la soledad, no tuvimos ningún hijo y yo ya no pensaba en el amor porque era como si con su muerte se hubiera llevado todas mis ganas de amar algo o a alguien.



Yo trabajaba en la hacienda de Don Agustín, no tenía un trabajo en especial pero pos' yo le entraba a todo y por eso Don Agustín me pagaba un pesito más que a los demás peones. Don Agustín y su esposa eran diferentes a los demás patrones que había tenido, ellos siempre procuraban que estuviera a gusto en la hacienda, que comiera bien y que el dinerito que me ganaba me rindiera lo suficiente. Cuando Juanita murió, ellos me ayudaron para hacerle su misa y los rezos, también me ayudaron a comprarle un vestido bien requetebonito para que la sepultáramos con él y cuando llegara allá con Diosito se sintiera bien bonita.



 Después de Juanita, empecé a trabajar más duro en la hacienda. Duele decirlo, pero era como una distracción para no pensar en ella y mientras más durara esa distracción pues mejor. Para ser sinceros, ya no quería pensar en ella.



Recuerdo que una semana antes de todos santos, Don Agustín me mandó llamar y se veía algo nervioso, me platicó que una prima lejana iba a visitarlo y que llevaba años sin verla y me pidió que tuviera listo su caballo bien tempranito al día siguiente porque iba a recogerla en la estación del ferrocarril. Por la mañana cuando los gallos empezaron a cantar yo ya tenía el caballo listo en la entrada de la hacienda, recuerdo que ese día hacía mucho frío, aunque fuera otoño ese frío era diferente, un frío que te calaba los huesos y en cierto modo daba miedo.



Don Agustín me dio las gracias y se fue a recoger a su prima. Durante el día no hubo mucho trabajo para mí, aunque las criadas andaban de arriba para abajo haciendo todo lo que Doña Josefina les mandaba; Unas estaban haciendo la comida y otras limpiando toda la casa. Se ve que la llegada de la prima de Don Agustín era algo importante.



 Como no había trabajo para mí, decidí darme una vuelta por toda la hacienda a ver que había. Todo normal, incluso más tranquila que otras veces. Después de media hora de andar caminado por ahí, me encontré a Mario que regresaba de darle alimento a las gallinas.



 — ¡Mario! ¡Buenos días! ¿Cómo estás?—Le dije para hacer platica porque andaba ya un poco aburrido — ¿Está bien bueno el frío verdad?



— ¿Cuál frío? No Manuel, para mí que ya es la edad la que te afecta. Pero dime, ¿a qué se debe que me vengas a saludar?



— No pues ya ves Mario, andaba por aquí caminando y tiene un buen rato que no platicamos.



— Pues faltaba más, déjame ir a guardar el alimento y nos echamos un mezcalito ¿Te parece?



— ¡Juega! Yo aquí te espero Mario.



Con Mario me pasé hablando toda la tarde y parte de la noche, fue bueno saber que aunque no coincidíamos tan seguido, él estaba ahí con una buena plática. Ya por la mañana, Mario y yo teníamos una cruda de los mil demonios así que fui a la cocina a buscar unos huevitos para prepararlos con una salsa bien picosa y fue ahí donde me encontré por primera vez a la prima de Don Agustín.



— Y yo que lo consideraba un buen cristiano nada más de verlo señor, y siento en lo más profundo del alma haber descubierto que no lo es. ¿Cómo puede ser usted tan cruel y despiadado como para robarse los huevos que con tanto sacrificio y esfuerzo las criadas recogieron en la mañana?



— Yo trabajo aquí, cuido las gallinas que ponen los huevos y ando crudo. Más que robo es supervivencia ¿No lo cree?



Escuché cómo se reía despacito y ya no me dijo nada. Salí de ahí con los huevos y con una sensación algo extraña, no sé si fue la sorpresa de la plática, o su increíble belleza. Porque realmente no había visto a una mujer tan hermosa como ella…Y espero que Juanita no me esté escuchando.



Después de almorzar y realizar las labores que me tocaban, andaba yo caminando por los potreros cuando alcancé a divisar a la prima de Don Agustín, y ahí fue cuando realmente confirmé algo que ya sabía; Era hermosa. Mientras estaba con mis pensamientos, se me perdió de vista. “Una lástima” me dije a mi mismo cuando ella apareció a mi lado quién sabe de dónde y me hizo saltar del susto.



— Mire nomás, y yo pensando que era usted más valiente. Se asusta de ver a una mujer.



— ¡No como cree! Usted me perdone señorita. Lo que pasa es que andaba pensando en muchas cosas y me agarró comiendo moscas.



— Oh no, nada de “Señorita”. Dígame Luisa María. Nunca me han gustado las formalidades, de verdad, no seas tímido. Aunque mi primo sea tu patrón tú y yo podemos ser buenos amigos, no te molesta que te hable de tú ¿verdad?



— No para nada señorita… ¡Digo! Luisa María, no me molesta que me hables así.



— Bueno, pues empecemos por el principio. ¿Cuál es tu nombre?



— Yo me llamo Manuel, pero todos me dicen el negro… Negro pero cariñoso y déjame te digo que yo soy como el chile verde Luisa María, picante pero sabroso.



— ¡Uuuuyyy! Se ve que eres todo un Don Juan.



— No Luisa, hace tiempo que ando por ahí causando penas. Soy viudo.



— Cuánto lo siento. ¿La querías mucho?



— Si mucho.



— Bueno Manuel, tengo que irme. Me ha gustado hablar contigo, ojalá charlemos más seguido.



— Hasta luego Luisa María.



Y así, sin más, ella se fue caminando y yo veía lo bonita que se veía con sus dos trenzas y ahí me quede, admirándola. Aunque solo la había visto dos veces y hablado con ella muy poco, sería tonto negar que no pensaba en ella o que no sentía curiosidad por Luisa María. Recuerdo que me gustaban mucho sus ojos, quiero decir, ella era hermosa pero sus ojos no tenían comparación y probablemente ya me estaba haciendo ilusiones porque hacía tiempo que ninguna mujer me hablaba así ni me inspirara tanta confianza y sobre todo, que fuera más o menos de mi edad. Aunque también pensaba que Luisa me estaba brindando una amistad sincera y que sería peligroso intentar algo más porque su primo, Don Agustín, era mi patrón y también porque ella estaría en la hacienda solo por un tiempo. Mi intriga más grande, supongo, es que había algo en Luisa María que me recordaba a Juanita.



Durante el transcurso de la semana, Luisa y yo hablábamos casi todo el día y ella me contaba de su vida y yo de la mía, nos fuimos conociendo más y a Don Agustín le daba gusto que nos lleváramos tan bien. Parece increíble pero en solo unos cuántos días sentía un enorme cariño por ella; me había enamorado. Se lo conté todo a Mario y primero se río y después me dijo que me anduviera con cuidado porque las mujeres bonitas están malditas.



Luisa me quiso acompañar a comprar todas las cosas para poner el altar y me alegró mucho porque iba a estar con ella y también porque tenía buen ojo para comprar las flores más bonitas y a un buen precio y así ya no me iba a estar reclamando Doña Josefina de haber comprado aquí o allá. Debo decir que notaba algo distante y triste a Luisa, primero no le tome importancia pero en la tarde la vi salir del templo, llevaba un hermoso huipil que hasta la virgen la creí. Me acerqué y noté que estaba llorando y le dije:



— No sé qué tienen las flores, Luisa. Las flores del camposanto mire usted, que cuando las mueve el viento parecen que están llorando.



— ¡Ay! ¡Qué susto me acabas de dar Manuel!... Perdón que me veas así, es que estas fechas me ponen algo sentimental, ya ves cómo es esto del amor. Y la iglesia es donde se olvida de amores y se empieza a padecer de ellos.



— El que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es martirio.



— Supongo que lo de “Llorona” es de cariño, ¿verdad? Pues mira, dicen que el primer amor es grande y es verdadero pero el último es mejor y más grande que el primero. Creen que no siento penas Manuel porque no me ven llorar y tú sabes, hay muertos que no hacen ruido.



— No me llores cuando muera, llorona, ni cuando me veas tendido. Llórame si tú me quieres ahora que yo estoy vivo. Yo soy como los arrieros, llegando y haciendo lumbre. Pero contigo me da miedo, si yo te pidiera que tu huipil me cubra cuando yo muera, no sé qué pensarías Luisa María.



— A un santo cristo de piedra le conté mis penas, ¿cuáles no serían? Que el santo cristo lloró.



— Tus trenzas causan despecho, no por negras ni sedosas sino porque son dichosas cuando ruedan por tu pecho. Un corazón mal herido, llorona, solo con llorar descansa.



— A mí el confesor me dijo que te olvide y no te quiera. Manuel, me quitaran de quererte pero de olvidarte nunca.



— Aunque la vida me cueste no dejaré de quererte. Te quiero porque me gusta y porque me da la gana.



— Manuel, mucho te adoro. Te pido yo de rodillas que no te olvides de mí.



— Tengo un olvido tan grande que puedo decir que yo no tengo olvido, el olvido me tiene a mí.



— No digas eso Manuel.



No dijimos nada más, nos quedamos en silencio y usamos el viejo truco de callar las palabras innecesarias con un beso. Fue un beso tierno, puro y limpio. Un beso verdaderamente embriagador y la hermosura de su mirada en mis ojos con aquella sonrisa que ella tenía me hacía sentir feliz y tal vez eso fue lo peor porque bien sé que no hay beso que no sea principio de despedida.



Vi que ya no lloraba, y con una dulce voz me dijo:



— Manuel, llévame al río. A ver si sus aguas unen nuestros corazones.



— ¡Ay llorona! Llorona de negros ojos.



Ya era de noche cuando bajamos al pequeño río que estaba cerca de la hacienda, el cielo estaba lleno de estrellitas.



— Alza los ojos y mira Luisa allá en el cielo oscuro esa estrella que brilla y se ve que suspira. Me dijeron que es venus y que está celosa de tu hermosura.



Ella no me dijo nada, simplemente apoyó su cabeza entre mi hombro y mi pecho. Yo podía sentir su respirar, podía oler su cabello y tocar su hermosa piel. No hacíamos nada, simplemente estábamos ahí tumbados bajo el cielo y precisamente eso es el recuerdo más feliz que tengo.



Pasamos así toda la noche, entre besos, pláticas y risas. Ya estaba empezando a clarear y yo la veía dormida, contemplaba su belleza y al mismo tiempo tenía una inmensa nostalgia por mí. Ella se despertó, me vio y lo único que dijo fue “Te adoro” le sonreí y le dije:



— Tápame con tu rebozo, llorona, porque me muero de frío.



Regresamos a la hacienda y nos desayunamos unos tamales. Era 2 de noviembre y todos ya habíamos puesto el altar para nuestros fieles difuntos. Luisa María me dijo que tenía que arreglar unas cosas con Don Agustín pero que después me iba a buscar. Pasé el día muy solo, pero tampoco quería interrumpir a Luisa en sus asuntos.



Ella no me volvió a buscar jamás. Al otro día, pregunté por ella y Don Agustín me había dicho que había tomado el ferrocarril de la mañana y que se había despedido de todos en la hacienda y que se le hacía raro que no me hubiera dicho nada ya que nos llevábamos muy bien. Yo sentí un enorme pesar en el alma, un hueco en el estómago y una tristeza inmensa. De esto ya pasó tiempo y no sé si algún día podamos estar juntos de nuevo. Me puse a trabajar duramente en la hacienda otra vez, como estaba acostumbrado, nada más para tapar la ausencia porque ella lo dijo, “Hay muertos que no hacen ruido”



¡Ay de mí Llorona! Aunque seas sólo leyenda, yo sigo pensando en ti.

 
 
 
Escrito por:
Luis Manuel "Manu" Fernández
@IronManuMK17
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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