I
Cierta
tarde de verano ocurrió aquel que, sin duda, sería recordado como el evento más
extraño en la historia de la ciudad. Los personajes de que la presente hacen
gala no son, ni por asomo, meras ficciones, muy por el contrario, son personas
que tal vez Ud. conozca: amigos, enemigos, familiares... personajes que,
llegado el momento, leerá, identificará, quizá despliegue una sonrisa y diga
(para sus adentros): "¡Oye! yo conozco a alguien así."
La
particularidad del día a que hoy se hace referencia fue que, a pesar de haber
tenido un inicio común y corriente, a saber: soleado, alegre y cálido, sin ser
demasiado caluroso (lo anterior, en el entendido de que suele haber lugares
sobre la superficie terrestre cuyo arquetipo de día común sería exactamente
opuesto al recién descrito), siendo las dieciséis horas con veinte minutos en
el reloj de Paulina, la bella veinteañera, se suscitó un abrupto cambio allá en
el despejado cielo azul, momento justo en que la rubia joven se procuraba la
hora. El clima pasó a ser gris, triste (para quien el prólogo de la lluvia
inminente pone así) y oscuro. Las precipitaciones no se hicieron esperar y, al
compás de los truenos, más cercanos que lejanos (alguien dijo: "Debe ser
la panza de Satán" pero nadie puso especial atención en saber quién), las
calles quedaron inundadas en un santiamén, situación que, lejos de apaciguar la
lluvia, pareció intensificarla. A las puertas del Cat-café y librería “El gato bibliófilo”, la
más grande de la ciudad, alguien dijo: “Tláloc en verdad nos odia”, pero,
nuevamente, nadie se ocupó en saber quién fue. Las calles quedaron vacías y los
diecisiete clientes (era temporada baja en ventas) que esperaban partir a sus
casas, escasos de sombrillas, decidieron entrar un rato más en lo que la
tormenta amainaba. Pronto el agua subió y, al rebasar la altura de los dos
escalones en la entrada, comenzó a entrar en el recinto. Ni tardos ni
perezosos, los empleados (que por cierto eran veinte, distribuidos aquí y allá,
los que laboraban esa tarde) cerraron la doble puerta principal, hecha de un
vidrio al parecer muy resistente, notificando a la gente lo que ya de antemano se
sabía: “En unos momentos hemos de abrir, no bien baje el nivel del agua.” Pero
el agua no bajó. Continuó subiendo hasta cubrir la mitad de la entrada, lo que
para efectos prácticos, supuso la imposibilidad de escape para todos los involucrados.
Incluidos los treinta y siete gatos y ni uno menos.
Durante
un buen rato los clientes se avocaron a rondar por los pasillos del lugar.
Otros decidieron que no les vendría mal una bebida caliente, en vista del
repentino descenso de temperatura. Y otros más optaron por ir a consentir a los
gatos, algunos de los cuales estaban bastante asustados debido a la
anónimamente nombrada “Panza de Satán.” Conforme el paso del tiempo, las
miradas iban hacia la entrada con más y más insistencia, sólo para encontrarse
con un monolito de agua verdosa, pesadamente recargado en las puertas de
vidrio. Como fuese, la grandeza del lugar proveía de no pocas cosas que ver y
hacer. Éste contaba con su propia sala para proyectar películas, un teatro,
restaurante, biblioteca, tres galerías de arte, una capillita y un “titipuchal”
de pasillos repletos de libros, revistas, películas, artículos de arte, un gran
espacio reservado para el “cat-café” y cd´s de música, entre “esto y lo otro.”
Uno no creería el tamaño de que el complejo hacía gala: sesenta metros de ancho
(vista frontal) por setenta y cinco de largo (vista lateral) por cuarenta y dos
metros de alto, todo esto en calidad de meras aproximaciones, que tampoco
estamos hablando de un plano y aburrido paralelepípedo. Una gran cúpula
coronaba las instalaciones y, aquí y allá, domos y tragaluces de un blanco
opaco permitían el paso de los rayos del sol, lo que daba a los pasillos y
estancias un aire de sagrado, por lo cual, ventanas como tal no había. Tanto el
exterior como el interior hubieron de ser decorados con exóticas y costosísimas
maderas nórdicas de pino rojo, brindando un ambiente de sobriedad, paz y
confort más que propicia para el noble placer de la lectura y el café… y la
adoración de gatos, según fuese el caso. Cierto joven, conocedor de tales
pormenores, arrobado como estaba ante semejante obra maestra de la arquitectura
y el buen gusto, repentinamente fue sacado de su ensimismamiento.
-
¡Ah! Esto es ridículo… - Exclamó un encorvado anciano, quien sin más y con
celular en mano, dispúsose a realizar una llamada.
-
¡Cariño! Cariño, ¿eres tú…? Si. Sigo en la librería. Nos quedamos atrapados por
la inundación… ¡la inundación, te digo…! ¿Qué?, ¿pero qué cosas dices mujer? Si
en este preciso momento estoy viendo el chaparrón cayendo allá afuera… No
podemos salir porque el agua sigue subiendo y ya casi cubre toda la entrada…
Algunos
de los que estaban cerca y escuchaban la conversación comenzaron a poner un
poco más de atención.
-
¡Que te digo que está lloviendo, mujer…!
¿¡Que qué!? P-pe-pero… no, no es posible… No, no, no… ¡Está bien, está
bien! Espera un momento. Vale, yo te llamo en un rato… ¡Rápido! Usted
(señalando a uno de los empleados) ¡encienda el televisor!
Así
lo hizo el joven y en la pantalla comenzó el parloteo:
<<¡Las
imágenes son increíbles! No lo creeríamos de no ser porque estamos cara a cara
con el fenómeno… >>
[FIN DE LA PARTE I]
Escrito por: Jim Osvaldo Marin Acevedo (@Capitanjms)
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