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Abuela — le dije — ya no llores, yo aplasté tu conejito, pero fue sin querer.
Lo enterré junto al mandarino.
Después de mi
confesión mi abuela me abrazó, aquel fue el primer y el único abrazo que
mantengo de ella. Lo recuerdo muy bien porque estaba sobria, como muy pocas
veces desde que la dejó el abuelo. Las tardes de junio para ella transcurrían
bajo la sombra del guayabo, casi siempre a solas, muy pocas veces con la compañía
placebo de mi bisabuela a quien me ponían a espulgar las liendres de su cabeza.
Una abuela cualquiera, para mitigar el calor sofocante del verano, se tomaría
un vaso de agua fría o batiría el aire con un abanico improvisado, solo mi abuela
prefería tomar una cerveza para refrescar ese bochorno. De ella aprendí el
gusto por la cerveza oscura, pero su recuerdo me mantiene lejos del vicio
“¿A dónde te llevó
esa fe tan ferviente por aquellas figuras de papel y yeso, esa fe divergente a
la que hoy profeso? ¿Tendrá memoria tu dios, suficiente, para recordarte? ¿O se
ha olvidado de ti como acostumbran a hacer los dioses de este mundo?”
Durante el funeral de
mi bisabuela recordé el único cuento que ella me narraba, el de las serpientes
que les salían alas cuando llegaban a viejas y volaban buscando la tranquilidad del
mar. Cuando terminaba de contarlo siempre decía:” ojalá mis arrugas se vuelvan
plumas cuando muera”. Como dije recordé aquel cuento, me acerqué a su lecho de
muerte y toqué su brazo, buscando entre el pliegue de sus arrugas el brotar de
las plumas que le convertirían los brazos en alas y se la llevarían a descansar
al mar. En ese contacto sentí el frio de la muerte, un frio tan real como lo
fue su vida. Muchos años más tarde, cuando tenía dieciséis años, conocí el mar
y pude sentir la tranquilidad y el silencio que la bisabuela describía en sus
cuentos en aquellas tardes cuando yo la espulgaba. Pero el mar tenía una
soledad distinta de la que tenía ella, una soledad más vieja y aciaga que la que
inundó la casa e día de su funeral. Las liendres, el cuento y su muerte, son
los únicos recuerdos que tengo de la bisabuela, quizás ella tenía más recuerdos
de mí, pero decidió atesorarlos para no perderlos, y así fue, los conservó hasta
el día en el que se durmió en la muerte.
OTRA VEZ MI ABUELA
“Que
Dios te guarde en su memoria, querida abuela, que Dios te guarde en su memoria,
para que al menos en ese lugar nos volvamos a encontrar”.
Autor: Víctor López (@viktor_reader)