viernes, 1 de enero de 2016

Año Nuevo


Hay una especie de alivio y venganza en poder destruir lo que otras personas no pueden o que incluso ni se atreven a pensar en destruirlo. Simple, hay personas que sólo pueden amar lo que pueden destruir, y otras que construyen a partir de lo que está destruido.

Hoy es primero de Enero y salí a la calle nada más a recordar todas las risas, las miradas, las parejas...La felicidad. Todo eso que es un mundo ajeno a lo que yo pudiera pensar o sentir, incluso más allá del perdón. Las personas no perdonan, solo tenemos mala memoria.


Intenté desistir al recuerdo y a los sentimientos en vano. Lo que entendí ahí es que la nostalgia también es hermosa, a su manera claro. Me educaron para ser el primero. Para convertir a los demás en segundos. En últimos. Me dijeron tienes que ser mejor que los otros. Me dieron números para que pudiera cuantificar mis éxitos.


Aprendo a desaprender: el hogar: la risa: el camino. Pero no hay hábito de silencio en este refugio. Subo la música a los problemas.

Uno empieza leyendo a Julio Cortázar y a Mario Benedetti mientras piensa que todo irá bien y que las cosas mejorarán; pero no mejoran y sigues hundido revolcándote en tu propia lástima pero ahora leyendo a Jack Kerouac y a Allen Ginsberg sin que te importe ya lo que pueda pasar después. Así de grande y oscuro el matiz. Llevo canciones como la niebla cubriendo la ciudad, tenía la tristeza encallada en el oscuro mar de mis ojos. Me volví sombrío y desinteresado, la gente preguntaba: ¿Qué te pasa Manu? Y a mí la pregunta me daba cólicos porque era obvio, carajo, era obvio que lo que me pasaba era que no era feliz. El disfraz que intentaba usar todos los días no traía una sonrisa consigo. 


Nunca pude platicar con nadie sobre lo que sentía, me volví resentido con las personas, mis amigos se empezaron a alejar de mí y yo no podía más que seguir sintiéndome solo. Yo no quería que fuera así, pero hay tantas cosas que no salen como nosotros quisiéramos. Lo peor de todo es que sabía que ese silencio terminaría de pudrirse dentro de mi alma y entre las letras que escribo. Pero este dolor de sentirme a gusto aplastando teclas, de tratar de escribir más que un prólogo mientras alimento heridas egoístas que nunca sanaron solo sirve para negociar noches de inmensa ausencia donde no encuentras ni tu sombra. Hay noches las que puedes resumir como un abrazo que no puedes dar, un grito que nadie escucha o palabras que te tragas en tu contra. 

Siempre he salido herido cuando escribo como me muero. 

A veces quisiera relacionar los sentimientos sin llegar a la propia crueldad pero tendría que matar mi honestidad. Es más fácil hablar de cosas alegres que de cosas tristes. 

Todos los días con mi tormenta de presagios y el recuerdo que se escapa en forma de miradas sin expresión, como un instante que nunca ves aproximarse pero que siempre llega. A diferencia de muchos, aprendí de esas cosas que se aprenden haciéndolas entre soledades compartidas. Fugaces recuerdos de infancias perdidas y difuntas, el orgullo inservible de sentirse elegido por la nostalgia. 



Y así se fueron los últimos días del 2015 en los que sonreír podría parecer un atentado contra los principios por los cuáles se están escribiendo estas líneas. Heridas tan verdaderas que solo les falta corona para estar más muertas que yo. 

Miradas calladas, sueños torpes y sin completar, promesas que jamás llegan y se oxidan. Todas las mañanas le preguntaba a mis ojeras ¿Hasta cuándo la felicidad? Y me decía a mí mismo que nunca más, y nunca más llegaba en la noche. Todas las noches. La derrota asumida sin más por este odio alargado, ese jamás constante y único, del siempre nunca. 



¿Qué será más inútil?, ¿Las palabras o la esperanza? No lo sé, pero a estas alturas ya ni siquiera me importa. 

Porque aquí es donde uno empieza a sonreír a las personas mientras les dices “Estoy bien”. Todo esto no es por las mentiras que digo, aquí se aprende a mentir aunque no te guste. Pero no, no son por las mentiras que digo, sino por las verdades que me callo y que intento escribir como si eso les pudiera dar un sentido. ¿De quién es la culpa, del que falla el tiro o del que no dispara? Pero claro, no vengo aquí a cambiar mis heridas por trofeos, a veces quisiera levantar un maldito muro entre yo y los demás, con una pequeña plaquita que diga “No necesitas a nadie”. Qué bien se siente creerte tus propias mentiras, ¿no?  

Ayer pasé la noche limpiando recuerdos y lamiendo mis propias heridas. He pensado en dejar de escribir en pro de la victoria de mi derrota. 

Pero no, aquí sigo dándome de puñaladas para ver hasta donde aguanto, o hasta donde ya no importe.


Y tal vez tendría que festejar la incertidumbre que trae consigo un año más, tratar de callar los recuerdos y dejar que este silencio me diga algo entre las líneas que escribo. Lo bueno es que probablemente aún haya ojos para verlo, aunque no me lo pueda explicar ni yo mismo. Maldita tormenta de letras, no sé si lo que hago es desahogarme o todo lo contrario. A veces lo peor de ti es precisamente lo mejor.

Y para el 2015....Gracias a la vida por enseñarme tantas cosas sin morir en el intento, gracias a mis amigos que siguen aquí, gracias por el amor, gracias a mi familia, gracias a mis padres por ser como son y enseñarme que en la vida la felicidad es tan fugaz que hay que disfrutarla cuando se presenta, gracias a mis hermanos y a todas las personas que me han enseñado a disfrutar cada instante. Gracias, en serio, por el amor.


Mi propósito para el 2016: Conseguirme un Diccionario de realidades para los sueños imposibles.


Feliz Año Nuevo. 

-Luis Manuel "Manu" Fernández
@IronManuMK17