—
Hoy tocaba salir a las
siete de la mañana mujer, se supone que a esa hora salía, ¡maldita hora!, era
segura. No había día que dando las siete, cuando tocaba el tercer turno, no
saliera con dirección a la casa, así como fue durante once años contigo mujer.
Pero hace un año cambió la rutina. No te molestes en ir a preguntar al trabajo
si me presenté o no; sería inútil, ni le preguntes a mis compañeros; se harán
los tontos y desentendidos y nada te dirán. Puedes confiar en mí, confía,
aunque en estas palabras resalte la desconfianza. Quizá lo más difícil de
explicar sea la sangre en la camisa, estoy consciente de eso, y sabiendo que no
entenderás, por favor no me preguntes. Ya mañana te enterarás, en un par de
horas tal vez. ¿Qué hora es? Es importante que te acuerdes de la hora. Se supone
que no debo llegar a casa sino hasta las siete cuarenta y cinco. Acuérdate mujer,
no estuve aquí hasta cuarto para las ocho.
—
pero son seis veinte. Tranquilízate, ¿Qué tienes? ¿qué te pasó? ¿Por qué resoplas como toro
de lidia?
—
es que mujer, desde hace un año que no me toca trabajar en tercer turno. Solo primero
y segundo. Aprovechando que tú trabajas desde las ocho de la mañana hasta las
seis de la tarde, llego a la casa después del supuesto tercer turno sabiendo
que ya no estás. Perdóname por enterarte de esta manera, pero las cosas cuando
se tensan demasiado solitas se rompen como acero destemplado. No sé qué cambió
anoche, no sé cómo inició todo, pero mírame, ¡mírame mujer!, lleno de sangre.
—
¡me estas espantando más de lo que ya estoy, ya dime qué sucede!
—
es que hace un año la conocí, hace un año, después de la conmemoración del once
de julio. La conocí y llegué a quererla y ella a mí. Mujer, no, no me digas
eso. No mujer, no se trata de ti. Es que nos entendimos bien y se nos hizo fácil.
—
¿de qué me estás hablando? ¡deja de decir tonterías! Dime de una buena vez por
qué vienes lleno de sangre.
—
es que nunca imaginamos que él llegara temprano. Tal vez se sintió mal y salió
antes del trabajo. Es que todo se fue al caño. Es que tarde o temprano te ibas
a enterar. Pero valió la pena mujer, y perdónamelo, no es por restregarte en la
cara mis justificaciones. Pero valió la pena lo sucedido. Has sido buena
conmigo. Dios te pagará y se encargará de mí también. ¡Vaya! cómo es posible
que en este momento me acuerde de Dios. Seguro él desaprueba todo lo que he
venido haciendo. No sé cómo me hará pagar. No sé mujer, no sé, talvez desvarío.
—
¿qué hiciste? ¿a quién mataste?
—
no mujer, no he matado a nadie, todavía no, espero que no. Es que esta sangre
me está mareando, ha de ser su olor. No recuerdo bien. Pero por favor, si
vienen preguntando por mí diles que llegué hasta cuarto para las ocho. Normal,
como la rutina de los doce años que llevamos juntos, y diles que me fui a
correr o diles cualquier otra mentira que me dé tiempo y que no te inculpe. Diles
mujer que ya no nos amábamos, que yo dormía en el sillón y que ni siquiera te
tocaba, no estaría tan lejos de la verdad. échame la culpa de la esterilidad,
que nunca pude darte un hijo y que nos aburrimos de revolcarnos sin sentido. Por
favor mujer, diles que llegué cuarto para las ocho y que me fui a correr sin
decir a dónde. Es que no me acuerdo bien, ya los pasos me recordaran. Lo siento
mucho mujer, quiero darte un abrazo, ven, acércate, será el último, ya sé que
estoy lleno de sangre, pero aunque no puedo hacer que uno solo de mis cabellos
se vuelva blanco o negro, ven abrazame, te puedo jurar que esta sangre es mía.
Por: Víctor López @viktor_reader