No dimitas, espera hasta que el
tiempo acabe,
porque nosotros seremos eternos.
Entonces el reloj envidiará tus
lustros de vida,
jamás podrá contar tus años y se
cansará de girar en vano.
Lo único viejo serán los caminos, y
después de andarlos,
de levantar el polvo por lugares
trazados,
una tarde al azar del invierno,
nos encontraremos en la mirada sin el
rubor del pasado.
Me invitarás un té de manzana y lo
rechazaré pensando en café.
La tarde se volverá noche en tu
palabra
y del verbo saldrá el sol mientras se
guarda la luna en tu piel.
No habrá pasado del cual hablar ni
recuerdos que añorar,
en aquel momento seremos sin importar
lo que fuimos.
Y ahora que ya no escucho ni veo ni
palpo tu personalidad,
ahora que ya no hay tiempos contigo
ni mascullo ni ruidos,
al silencio hablo virando tu nombre
en palabras
que apaciguan esta sórdida algarabía
y me dan tranquilidad.
Por: Víctor López (@viktor_reader)
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