Cuando
tenía veinte años sufrí una decepción amorosa grande, en aquellos días la veía
más terrible aun, sentía que nada valía la pena. Me sumí en una depresión enorme, no sabía qué
hacer para intentar sobrellevar el naufragio del existencialismo, así que
maquiné diversas formas de acabar con aquel sufrimiento. Aprendí a hacer el nudo
de la horca, y busqué una buena rama que
no cediera ante mi peso, para que no me pasara como a Judas Iscariote y quedar
desparramado por el suelo (Hechos de los apóstoles
1:18). Estudie la forma; desde la altura que debe haber hasta el
suelo, la posición correcta del cuerpo,
el grosor de la cuerda, en fin. Lo que no quería era sufrir, así que analicé la
metodología correcta para evitar más sufrimiento al morir. Decidí que no era
una buena manera. Intente conseguir una 9
mm, pero jamás la pude comprar, es muy difícil conseguir un arma por la forma
legal. Una sobredosis la descarté, aventarme de un edificio, menos; le tengo
miedo a las alturas. Al ver que la muerte me presentaba demasiadas excusas para
encontrarme con ella, decidí dejarlo todo después de un intento más. Un fin de
semana me fui de parranda yo solo, a los
bares y antros de la ciudad, me perdí en la borrachera más cruenta que jamás me
he vuelto a dar en la vida y caminé de regreso a casa en la madrugada, por los
barrios más peligrosos de la ciudad, donde matan por robar una cartera. Nada
pasó. Al fracasar en un intento aferrado y vehemente de encontrar la muerte, no
me quedó más que desistir. Me embebí en una sustancia coloidal y a esa etapa le
llamé “nostalgia”. Comencé a leer a Márquez y a Cortázar, Pacheco me caló hondo
con sus batallas. Me puse a escribir y a relatar cuentos, llené libretas de historias, de memorias y versos
diseminados en varios tiempos. Aprendí a tocar guitarra y escribí canciones. Me
refugie otra vez en el dibujo y perfeccioné la técnica de dibujar rostros; nada
de color, todo lo hacía con mis lápices TURQUOISE; 6B, 4B, HB y 2H, todo era
gris. Sin darme cuenta fui haciendo registro de mis días con aquel sufrimiento,
le ponía fecha a todo; a los dibujos, las canciones, a los libros cada vez que
los terminaba de leer. Comencé el 19 de octubre del 87 y terminé el 18 de junio
del 92. Cuando hice el recuento de los daños, tenía tres libretas con poemas,
canciones, cuentos, historias. Ochenta
hojas de bloc de dibujos, la mayoría de rostros. 28 libros; de Márquez,
Pacheco y Octavio paz, un poco de Cortázar. Jamás consulté la opción de ver
aquel proceso de suplicios como lo que fue, un tipo de examen propedéutico que
evaluaba mi poca y deficiente experiencia en la semántica de este tema tan
cruel, vil, confuso y aún sin terminar de comprender; el amor. Pero cuando
estuve frente a esa antología, que ante mí siempre fue y sigue siendo la
crónica que relata el pasado que ya no me duele, sino el cimiento que a diario
me sostiene, me di cuenta de algo: el afán de morir había desaparecido. Y
pensar que busqué en algún momento una solución eterna, para un problema
momentáneo y efímero.
Todo
el montón de libretas, libros y dibujos, los agarré y con gasolina y fuego me
deshice de ellos. De nada me servía conservarlos. Así que me senté a ver como
ardía esa parte de mi pasado, subjetivamente hablando, al menos la parte física
de aquellos tiempos. Pensé de esa manera pues comprendí que lo que realmente
guardo son recuerdos. Los objetos que se atesoran porque tienen cierto valor
sentimental, no son más que basura acumulada que restan espacio por los
rincones de la casa, espacios que bien pueden usarse para dejarlos en vacío o para que las arañas hagan
de ellos su hogar. Frente al calor de aquel fuego me di cuenta que ya había
superado todo. Era normal que tuviera recuerdos, pero después de todo ese
proceso lento y tedioso noté que no podía olvidarlos, pero si podía ignorarlos
y vivir tranquilo. Comencé a reírme como un loco, allí sentado frente al fuego,
mientras todo ese papel se convertía en cenizas, era como ver la vida extinguirse
en un abrir y cerrar de ojos y usar el fuego para cauterizar la herida. Razoné que la mejor manera de adquirir experiencia
es mediante el sufrimiento, es la más dolorosa pero la más eficaz. De pronto era yo quien controlaba esos
recuerdos, aquellos sentimientos. Los veía de vez en cuando y me daba una risa
sarcástica y burlona. Me decía a mí mismo: pobre tonto, te sentías faquir y
mártir, asceta y bohemio. No eras más que un arlequín; ridículo y burlesco.
Siempre he asumido la responsabilidad de aquella decepción amorosa, no puedo
culparla a ella de todas mis penumbras por aquellos sucesos. Tampoco me cargo
toda la culpa sobre los hombros. De igual manera ella asume su parte de
responsabilidad en este asunto.
A
pesar de que los diviesos han sanado, curtido y suturado, cuando nos encontramos en la calle, por
caprichos de la casualidad, todavía no nos dirigimos palabra alguna. Sin
embargo una sonrisa etérea se pinta en
nuestros rostros, con demasiada cortesía, como mostrándonos reverencia en un
saludo diplomático, sin rencillas. Yo sé que es tiempo lo que falta para que
algún día de mañana, nos encontremos por las calles del centro y nos digamos
“hola”. Espero que aquel momento que nos aguarda ocurra en una tarde fría y con
neblina. De ser así tendré un buen pretexto para invitarle un café y conversar
de lo que han sido nuestras vidas a través de estos largos años. Así podremos
consumar una plática civil, sin más intenciones que hacernos sonreír, e ignorar
los deterioros y perjuicios. Sin contar los años que estuvimos, ambos sin
dudarlo, recluidos en ese lúgubre calabozo que nos privó de nuestro raciocinio
y hasta cierto grado de nuestro albedrío. Habrá demasiadas cosas de qué hablar,
de eso estoy seguro. No tengo ni las más remota idea de qué serán, ni me
imagino el punto de partida de nuestra conversación. De mi parte le diré: tuve
una pesadilla, un sueño horrendo, en dicho sueño nos dejábamos de hablar por
varios años. Qué bueno es despertar de esa hibernación atemporal y sin importar la realidad darme cuenta de
que estamos en un momento tangible aquí, disfrutando juntos de un buen café.
Por: Víctor López (@viktor_reader)
Por: Víctor López (@viktor_reader)
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