domingo, 4 de enero de 2015

ÉXODO Y APOCALIPSIS DE UNA DECEPCIÓN AMOROSA

Cuando tenía veinte años sufrí una decepción amorosa grande, en aquellos días la veía más terrible aun, sentía que nada valía la pena.  Me sumí en una depresión enorme, no sabía qué hacer para intentar sobrellevar el naufragio del existencialismo, así que maquiné diversas formas de acabar con aquel sufrimiento. Aprendí a hacer el nudo de la horca,  y busqué una buena rama que no cediera ante mi peso, para que no me pasara como a Judas Iscariote y quedar desparramado por el suelo (Hechos de los apóstoles 1:18). Estudie la forma; desde la altura que debe haber hasta el suelo,  la posición correcta del cuerpo, el grosor de la cuerda, en fin. Lo que no quería era sufrir, así que analicé la metodología correcta para evitar más sufrimiento al morir. Decidí que no era una buena manera. Intente  conseguir una 9 mm, pero jamás la pude comprar, es muy difícil conseguir un arma por la forma legal. Una sobredosis la descarté, aventarme de un edificio, menos; le tengo miedo a las alturas. Al ver que la muerte me presentaba demasiadas excusas para encontrarme con ella, decidí dejarlo todo después de un intento más. Un fin de semana me fui de parranda  yo solo, a los bares y antros de la ciudad, me perdí en la borrachera más cruenta que jamás me he vuelto a dar en la vida y caminé de regreso a casa en la madrugada, por los barrios más peligrosos de la ciudad, donde matan por robar una cartera. Nada pasó. Al fracasar en un intento aferrado y vehemente de encontrar la muerte, no me quedó más que desistir. Me embebí en una sustancia coloidal y a esa etapa le llamé “nostalgia”. Comencé a leer a Márquez y a Cortázar, Pacheco me caló hondo con sus batallas. Me puse a escribir y a relatar cuentos, llené  libretas de historias, de memorias y versos diseminados en varios tiempos. Aprendí a tocar guitarra y escribí canciones. Me refugie otra vez en el dibujo y perfeccioné la técnica de dibujar rostros; nada de color, todo lo hacía con mis lápices TURQUOISE; 6B, 4B, HB y 2H, todo era gris. Sin darme cuenta fui haciendo registro de mis días con aquel sufrimiento, le ponía fecha a todo; a los dibujos, las canciones, a los libros cada vez que los terminaba de leer. Comencé el 19 de octubre del 87 y terminé el 18 de junio del 92. Cuando hice el recuento de los daños, tenía tres libretas con poemas, canciones,  cuentos, historias. Ochenta hojas de bloc de dibujos, la mayoría de rostros. 28 libros; de Márquez, Pacheco y Octavio paz, un poco de Cortázar. Jamás consulté la opción de ver aquel proceso de suplicios como lo que fue, un tipo de examen propedéutico que evaluaba mi poca y deficiente experiencia en la semántica de este tema tan cruel, vil, confuso y aún sin terminar de comprender; el amor. Pero cuando estuve frente a esa antología, que ante mí siempre fue y sigue siendo la crónica que relata el pasado que ya no me duele, sino el cimiento que a diario me sostiene, me di cuenta de algo: el afán de morir había desaparecido. Y pensar que busqué en algún momento una solución eterna, para un problema momentáneo y efímero.
Todo el montón de libretas, libros y dibujos, los agarré y con gasolina y fuego me deshice de ellos. De nada me servía conservarlos. Así que me senté a ver como ardía esa parte de mi pasado, subjetivamente hablando, al menos la parte física de aquellos tiempos. Pensé de esa manera pues comprendí que lo que realmente guardo son recuerdos. Los objetos que se atesoran porque tienen cierto valor sentimental, no son más que basura acumulada que restan espacio por los rincones de la casa, espacios que bien pueden usarse para  dejarlos en vacío o para que las arañas hagan de ellos su hogar. Frente al calor de aquel fuego me di cuenta que ya había superado todo. Era normal que tuviera recuerdos, pero después de todo ese proceso lento y tedioso noté que no podía olvidarlos, pero si podía ignorarlos y vivir tranquilo. Comencé a reírme como un loco, allí sentado frente al fuego, mientras todo ese papel se convertía en cenizas, era como ver la vida extinguirse en un abrir y cerrar de ojos y usar el fuego para cauterizar la herida.  Razoné que la mejor manera de adquirir experiencia es mediante el sufrimiento, es la más dolorosa pero la más eficaz.  De pronto era yo quien controlaba esos recuerdos, aquellos sentimientos. Los veía de vez en cuando y me daba una risa sarcástica y burlona. Me decía a mí mismo: pobre tonto, te sentías faquir y mártir, asceta y bohemio. No eras más que un arlequín; ridículo y burlesco. Siempre he asumido la responsabilidad de aquella decepción amorosa, no puedo culparla a ella de todas mis penumbras por aquellos sucesos. Tampoco me cargo toda la culpa sobre los hombros. De igual manera ella asume su parte de responsabilidad en este asunto.
A pesar de que los diviesos han sanado, curtido y suturado,  cuando nos encontramos en la calle, por caprichos de la casualidad, todavía no nos dirigimos palabra alguna. Sin embargo una sonrisa etérea  se pinta en nuestros rostros, con demasiada cortesía, como mostrándonos reverencia en un saludo diplomático, sin rencillas. Yo sé que es tiempo lo que falta para que algún día de mañana, nos encontremos por las calles del centro y nos digamos “hola”. Espero que aquel momento que nos aguarda ocurra en una tarde fría y con neblina. De ser así tendré un buen pretexto para invitarle un café y conversar de lo que han sido nuestras vidas a través de estos largos años. Así podremos consumar una plática civil, sin más intenciones que hacernos sonreír, e ignorar los deterioros y perjuicios. Sin contar los años que estuvimos, ambos sin dudarlo, recluidos en ese lúgubre calabozo que nos privó de nuestro raciocinio y hasta cierto grado de nuestro albedrío. Habrá demasiadas cosas de qué hablar, de eso estoy seguro. No tengo ni las más remota idea de qué serán, ni me imagino el punto de partida de nuestra conversación. De mi parte le diré: tuve una pesadilla, un sueño horrendo, en dicho sueño nos dejábamos de hablar por varios años. Qué bueno es despertar de esa hibernación atemporal  y sin importar la realidad darme cuenta de que estamos en un momento tangible aquí, disfrutando juntos de un buen café. 

Por: Víctor López (@viktor_reader)




No hay comentarios.:

Publicar un comentario