Te
has de acordar de don Remigio, hoy hace un año que desapareció.
Precisamente ayer cuando fui a la leña, a mitad de monte me pareció
sentir su presencia. No fue de espanto, fue de tristeza. El resto de
la tarde sentí como si algo se me hubiera olvidado, como cuando te
vas de la casa y sientes que dejas algo. En la noche fui por un poco de café con mi compadre
Manuel. Compadre nomás de dicho, porque desde escuincles somos
amigos, no por otra cosa. Justo antes de salir al camino real me
detuve frente a la que fue casa de don Remigio y por un momento creí
que lo vería a lo lejos, pa´ saludarlo, como siempre lo hacía
cuando me miraba pasar por la vereda. Solo miré a doña Consuelo, la
viudita, asegurando el corral de las gallinas. Me seguí derecho, no
hablé, pensé que no me había visto. Cuando llegué al negocio mi compadre me invitó una cervecita, la noche era calurosa. Nos
sentamos a platicar, ahí se puso más rara la cosa. Me contó que él
había soñado con el difunto, que le decía:
“Remigio,
ya no te hagas guaje y págame los centavos que me debes, ya va pa´
un año”.
Dice
mi compadre que despertó y sintió vergüenza y ya no pudo
dormir el resto de la noche pensando en eso. Cuando amaneció le ganó
el remordimiento y le llevó un poco de despensa a doña Consuelo. Lo
que hizo mi compadre me puso a pensar, así que, cuando regresaba,
pasé a la casa de la viudita pa´ saludarla, pero el condenado
perro me salió de sorpresa y sabes que a esos animales les tengo susto. Por esa noche el único remordimiento que
sentí fue el que me dio el animal. Regresé hoy como a las nueve de
la mañana, después de que la viudita amarrara al cachorro. Le llevé
un poco de pan, fui breve aunque la viejita muy amable me invitó un
cafecito, que me tomé sentado bajo la sombra del arbolito de jobo
que está en su patio, iba yo de prisa, en lo que ella se metió para sacar el nixcón del tecuile, yo me terminé mi café y no platicamos mucho, pero mientras me tomaba el
cafecito, me quedé viendo hacia el corral de las gallinas y en una
esquina estaba colgada la guaparra de don Remigio, con todo y funda.
Recordé que los centavos que le quedó a deber a mi compadre Manuel
fueron por esa guaparra. Se quedó nuevo el fierro aquel, don Remigio
nomás lo uso una vez, merito el mismo día que desapareció. Cuando
me fui de la casa de doña Consuelo, volví a sentir que algo se me
olvidaba.
Hace
rato que llegué del pueblo, le pedí de comer a mi mujer unos huevos
en salsa verde. Me dijo que en el nido de la gallina avada había
varios huevos y llevaban allí un buen rato, que los sacara pa´ que
no se fuera a echar la gallina en ellos y se pusiera clueca. Saqué
los huevos y reacomodé el nido de la gallina. ¿Qué crees que
encontré cuando moví la reja?, ¡Un paliacate hecho bola con veinte pesos en
medio!. Según yo los escondí para cualquier emergencia y mira, se
me olvidó todo este tiempo que allí estaban. Recordé que el mismo
día que desapareció don Remigio me vino a ver para que le prestara
algo de dinero y no me acordé del paliacate. No le presté porque
fuera yo envidioso o por no querer prestarle, hasta le dije que se
llevara un lechoncito, que lo vendiera y que usara el dinero, pero no
quiso. Si en lugar de decirle un lechón le hubiera dicho una
gallina, ¡me hubiera acordado que aquí debajo había dinero
guardado! Justo en el momento que encontré las monedas dejé de
sentir la inquietud de que algo se me olvidaba. Le comenté a mi
mujer lo que pasó y me dijo:
“Es
el alma del difuntito que se fue sin decir gracias por la intención
y regresó hoy, en su cabo de año, pa´ agradecerte.”
Le
contesté:
“Estás
mal mujer ¡Cuando uno se muere se muere y ya!, no anda el alma por
ahí penando y regresa a dar las gracias. Esas son cosas de los
demonios que juegan con uno, se han de dar unas divertidas cuando ven
nuestras caras de espanto.”
De
cualquier manera era cierto que aquella tarde no dio las gracias don
Remigio, solo dijo “está bien,” pegó la vuelta y se fue
algo tristón y preocupado.
Ya
sabes que yo no soy católico, pero mi esposa sí lo es, así que se
fue a los rezos de cabo de año de don Remigio. Fui a traer a mi
esposa al término de todo, llegué cuando la mayoría se había ido,
nomás quedaba mi esposa platicando con doña Consuelo en la puerta
de la casa, ya casi despidiéndose. Ya no entré, me quedé en el
tecorral de la calle y saludé a lo lejos, pero se acercaron hasta
donde yo estaba y me dijo doña Consuelo:
“Ya
sé que usted no es católico don Agustín, pero no es pa´ que no me
quiera saludar. No se lo crea usted, nomás lo estoy chanceando. Pero
ayer lo vi pasar y no me saludó.”
Me
dio vergüenza que me lo dijera, así que le pedí disculpas, le
comenté que la vi muy ocupada en ese rato y no quise interrumpir.
Ella me contestó:
“No
se preocupe, aunque la verdad sí me dio un poco de tristeza, sobre
todo porque tenía presente que hoy sería el cabo de año de mi
viejito y cuando usted pasó sin hablar me acordé que mi Remigio se
fue sin despedir, llegó a la casa y ni entró, colgó la guaparra,
ahí donde está, y se fue. Nomás me gritó: ¡voy por unos
centavos! Y jamás lo volví a ver. No quería quitar la guaparra,
pa´ cuando él regresara la encontrara allí. Después se me hizo
costumbre verla colgada y la dejé.”
Se
me estaba desgajando el alma al ver llorar a la viudita, no sabía
qué decirle. Pa´ completarla de amolar me remató cuando dijo, como
si supiera algo:
“si
alguien de por aquí cerca le hubiera prestado ese dinero, ¡Mi
marido seguiría vivo!”
Mi
mujer abrazó a doña Consuelo y ella seguía llorando a moco tendido
en su hombro, ¡La hubieras visto! Fue difícil despedirse, para mí
lo fue. Cuando veníamos en el camino a casa mi esposa me dijo
que
no me sintiera mal, que fueron buenas mis intenciones, que Dios se
llevó a don Remigio porque necesitaba otro ángel.
Le
contesté: no mujer yo creo que a Dios no le hace falta otro ángel en el cielo, ya tiene bastantes, además sería cruel llevarse la vida de un hombre
bueno y dejar a su esposa llorando desconsoladamente y Dios no es
así, ¡Si Dios existe siento que no es cruel!
Mira
mi hermano, hay cosas que no conozco, que no entiendo por qué pasan
y jamás las entenderé tal vez. Yo sé que no fue mi culpa que don
Remigio haya desaparecido y estoy tranquilo. Me doy cuenta que no
somos más que un granito de polvo y me he puesto a pensar en la vida y en la muerte y también en otras cosas. No sabes cómo me ha hecho reflexionar esto
que te estoy contando. Me han servido bastante las palabras de la
biblia, esas que dicen: “¿Quién de ustedes, por medio de
inquietarse, puede añadir un codo a la duración de su vida?” Me
han tranquilizado en verdad, pero de vez en cuando me acuerdo del
paliacate y del dinero y vuelvo a sentir como si cargara un muerto en
mis hombros, peor aún, como ¡si cargara un muerto en mi conciencia!
Disculpa,
me tengo que ir.
¡'orita regreso mujer, no tardo! ¿Dónde está el paliacate
con el dinero? Aunque pensándolo bien, ese dinero ya no tiene
valor. Pasa lo mismo que con los rezos, ya pa´ qué se lo llevo a la tumba, si al
difunto ya no le sirve de nada. 'Orita regreso mujer, voy a ver a doña Consuelo.
Víctor López (@viktor_reader)
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