lunes, 21 de marzo de 2016

REDUNDANCIAS DE UN ERROR, EL CAFÉ, LA LUNA Y EL FRÍO.



Hoy con tanto cielo nublado, con el frío instalado en cada patio de esta ciudad, el agua portándose sutil a los rechazos de la gente y aún así recordándoles que no es ella la llovizna pasajera, sino que el hombre es el efímero. Hoy con todos los recuerdos me senté a leer, tomar café y maldecir al sistema que ha envuelto al más débil habitante, sumergiéndolo aún más en su estado intransigente de individuo. Hasta el café mismo me supo dulce, siendo superado por el amargor de la alteración, por el desgarro de un error y una derrota ajena, de ese alguien que he llegado a amar y, antes que nada, respetar. Nada puedo hacer, solo, tal vez, echarle más sal a la herida para cauterizarla, una herida que duele mucho aun cuando no supura el divieso en mi piel.

Quise entonces recordar un día soleado. Comencé por imaginar al sol disimulado en la espalda del cerro, derritiendo las sombras hasta extenderlas en el piso como una sábana tejida de noches, ocultando todo y protegiendo al hombre del miedo a la oscuridad y de los seres que rondan en ella. Se quedó el calor en mi recuerdo y mi mente en los senderos de la cima de aquella loma que se eleva fastuosa en el declive de este lugar. Ese recuerdo articuló y me dejó en otro recuerdo: aquella noche cuando subí a la cima del mismo cerro. Y así sin darme cuenta retocé de memoria en memoria, la totalidad ya eran callosidades en mi conciencia y no representaba ningún peligro reposar en ellas. Recordé a Mariana y su sonrisa, recordé el viaje con ella y el regreso años más tarde solo. Me quedé atorado un rato viendo sus fotografías y después continué mis recuerdos (sin ella), solo me hacía falta mirarla para no olvidar su rostro, porque ya había olvidado su presencia y desde cuando que ignoraba su ausencia. Mientras partía y transitaba recordando, dos o tres tazas más de café consumí y noté en la última un ligero sabor áspero, hasta que en el trago final distinguí su sabor original: un tostado oscuro, molido grueso, para hervir, sin leche y sin ningún otro aditamento absurdo. Cualquier cosa que se le agrega al café, incluso el azúcar, estropea y menoscaba la esencia de un líquido casi igual de vital e importante que el agua. El café por lo tanto se toma solo, con nada y con nadie. Me llegó la noche y un posterior recuerdo: una luna nueva en un cielo totalmente despejado. Si no fuera porque la luna es muy grande, las luces de esta ciudad también la eclipsarían y nadie voltearía a mirarla porque habrían olvidado que está allí. Alegremente la luna es demasiado importante, no tanto por su tamaño sino por su grandeza. —"¿Quién hizo ese hueco en el cielo?"— es la luna, respondí. —“¿Quién hizo la luna?” “¿Quién la construyó?”— Me volvió a preguntar el niño. Pasó mucho tiempo para poder responderle a ese pequeño que era yo, pues no encontraba la respuesta, tristemente siendo algo tan importante en el cielo pocos saben y conocen de la luna. Para Jaime Sabines era vida y un remedio para todo y para García Lorca era algo totalmente opuesto. Para mí, aquella noche que contemplé la luna, significó la evidencia clara de las mentiras del hombre. Sentí vergüenza de mí mismo, quise quedarme sin voz y grité para exiliarla. Recordé las palabras que en el oído de ella situé: “si me amas, si te quedas cien años a mi lado, la luna de escabel te pondré”. Prometer la luna no es pecado, no cumplir la promesa es lo infame, y allí está la luna vigente, demostrando que ningún hombre ha logrado cumplir su palabra. Tal vez por eso se fue de mi lado, tal vez Mariana cuando ve la luna me aborrece. Pienso y recuerdo.


Ustedes disculparan el orden alterado de mis ideas, lo que pasa es que así me llegaron los recuerdos, no todos porque fueron bastantes, pero los esenciales quise contarles y el último en especial porque si a alguien le prometí algo que no le pude cumplir quiero suplicar por su perdón y su comprensión. No hay especial atención en estas palabras, no hay significado oculto ni altanería en mis dichos, solo quise escribir para quien guste leer, especialmente porque leer es como jugar al aire libre en un día de tormenta y aun así no mojarse ni padecer frío, no temer de los rayos, no temblar por los truenos, y hoy hace frío y llueve. Tampoco deseo parecer un Paulo Coelho que quiere motivarlos y llenarlos de fuerza cósmica y positivismo, solo quería escribir para dejar de sentir frío, un frío absurdo que me concede dormir un poco, pero me prohíbe totalmente descansar.

por: Víctor López (@viktor_reader)

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