domingo, 10 de julio de 2016

AYER, CONVERSANDO CON UN ARREPENTIDO.



Ayer, conversando con un arrepentido me contó y lloró...


Habrá días en los que no podré contener la espina de mi mano y rozará la delicada piel del pecado. Habrá días en los que seré perdonado y litigar será un proceso en silencio y un momento de profunda paz. Emprenderé un camino por donde se me conduzca preso hasta una región más allá de la física. Entonces se volverá controversia desde el punto de vista ajeno, porque comparecer o no hacerlo, jamás será motivo de anuncio o de declaración de boca o voz alguna, sin embargo, se me verá caminar de regreso al sendero y callaran los labios y voltearan las miradas indignadas.  Se me acusará de desafuero, seré señalado por los mismos dedos de aquellas manos que me estrecharon felices. También existe un cabildo al que pertenezco, allí lidiamos contra la corrupción de nuestra carne y la mayor parte del tiempo ganamos las batallas debido, y gracias, a poderío especial.

Pero si un día no regreso y en su lugar me alejo más y más, entonces con justa razón me habré ganado el repudio de los que me señalan y corroen con sus lenguas. Cuando las gentes de las naciones me estrechen como uno de los suyos, entonces habré ganado el corazón de la tercera parte de la tierra e iré de un lugar a otro, siendo llevado a rastras y trasegado, impelido por el viento hostil de un mar embravecido que me llevará a los confines de la tierra mítica donde caeré por la orilla de ese apocalíptico fin del mundo. Seré devorado vivo con justa razón y nadie recordará mi nombre, no velarán mis restos, ni habrá polvo que quede de mí.

Por lo tanto, sigo caminando con espinas en los pies, trastabillando el dolor y sacudiéndolo de lo cotidiano. Queda pendiente la aclaración de por qué hablo ahora lo que había callado, y queda probado que no hay nada que me impida mejorar y corregir el rumbo, ni llevo a cuestas de mis culpas la negrura ni el pensar de una cognición acribillada de secretos. Por lo tanto, estoy tranquilo, tomo café en paz y a sorbos de suspiros, puedo mirar a los ojos con confianza a cualquiera que se ponga frente a mí. Sin embargo, voy con sigilo encaminando el pensamiento, porque así de fácil puedo pensar en sus cabellos enredados y en la luz atrapada en su pupila, y recordar su mirada que me petrifica la conciencia y fosiliza la razón que me vuelve humano. Entonces soy devorado vivo, no por nada, solo por su voz y su presencia.



Escrito por: Víctor López (@viktor_reader)

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