miércoles, 1 de abril de 2020

TÚ, AGUACERO


La lluvia solo existe cuando la ves caer, cuando sientes la frialdad hosca, ajena a los poros de tu piel correr a trote libre hasta que la humedad es residuo y se vuelve huésped de tu cuerpo.

Si por casualidad a mitad de noche te despierta el sonido impetuoso de un aguacero solitario, vagabundo y bohemio, (sin truenos o rayos que iluminen el cielo), podrás percibir, al asomarte por la ventana, que se escucha el sonido líquido de las goteras golpeteando la tierra, buscando durante el breve espacio en el que atraviesan el aire rumbo al suelo, un cause posible rumbo al mar. Pero abre bien los ojos, busca a través del vidrio de tu guarida, escudriña la oscuridad en busca de la lluvia y te darás cuenta que no existe. No podrá existir mientras tu curiosidad esté basada en el sonido emitido por algo que no puedes ver. 

Desde el utópico lugar de tu descanso no puede haber más que una tregua risible con tu ego. Ese mismo ego procura aislar todo lo tangible que tu cuerpo es capaz de percibir y enfrascarlo dentro de paredes de concreto que te inyectan el placebo pensamiento de que estás a salvo. 

Así como lluvia camuflada resulta ese nombre tuyo. Puedo escucharlo resonar en mi tímpano, pero no puedo distinguirlo a plenitud. Conozco cada letra, la he sentido recorrer el aire, la he creído atravesar las paredes y adherirse a ellas y me gusta contemplar las marcas que dejan las sílabas kamikaze de tu nombre. Y no puedo más que echar aire en lo más recóndito de mis pulmones y dejarlo allí. 
Puedo resumir entonces que eres mi lluvia, escondida y desapercibida provocando fríos y sueños.

Por: Víctor López (@viktor_reader)




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