Entre tanto andar sin hacer nada, entre estar sentado y
pensar en blanco, entre estar esperando a lo tonto y que pase el tiempo y que
la misericordia de las siete de la tarde le otorgue la salida de su silla, de
su lugar cerca de la frontera del delirio. Entre tantas cosas que son insípidas
y triviales, por ejemplo, la huida por crímenes de rabietas, como si esa
historia no fuera ya conocida por los anales familiares de la historia. En
medio de pocas cosas relevantes sobre las que escribir, es decir, en medio de
todo esto que no es nada complicado de sobrellevar, sino que solo es un intento
burdo de explicar las cosas o de comprenderlas, como un grito de desesperación
para encontrar una salida. En medio de asuntos vacíos que esperan adelante
listos para aporrear su cuerpo. Siempre buscaba la respuesta a las cosas, por
ejemplo, yo lo notaba trabajando a diario detrás del monitor corrigiendo faltas
de ortografía, tomando sorbos de un vaso vacío de café, mirando las noticias de la bolsa y de reojo enterándose de la última exhalación del popocatépetl. Lo veía aburrido y
transparente, neutral y afectado por las circunstancias, ubicado en medio de
una situación de rechazo, de repudio, tal vez porque se sentía despreciado por
las personas de su entorno, sentirse así por no poder responderles de la mejor
manera, en pocas palabras se sentía rechazado por no hacerles sentir bien con su
presencia, siendo de esa manera un hombre inútil e innecesario para alguien. Eso es
terrible desde cualquier lugar de la existencia, solamente vivir y estar así
sin significado para nadie, ser un bueno para nada. Eso agota a cualquier
mente, desecha cualquier pensamiento de felicidad, agobia y deprime. Sentirse
así es en ocasiones innecesario pues, de hecho, él tiene las cosas que bastarían
para no experimentar ese estado degradado de la no materia mental, pero no era
suficiente, pues después de sus motivos para no sentirse así, tenía episodios de ira, de una rabia incontenible del tipo que se
trasfiere a la masa cerrada de sus puños y quiere golpear cualquier realidad
tangible. Así es más fácil desahogarse, gritando mientras se golpea algo que no
pueda gritar de dolor. Debe no poder gritar para que no se mezclen sus gritos
con los suyos, porque eso sería confuso, escuchar gritos de desahogo y al mismo
tiempo escuchar gritos de dolor eso genera confusión en más de uno.
Estrictamente es que lo golpeado no se queje, no grite, no llore, hace falta un
estado completo de sumisión. Hace falta encontrar la materia que pueda ser
golpeada hasta la inconsciencia y que solo se levante y agradezca.
Esa parte de "malo" habita en él, así como habita en todos,
pero mirarlo y comprender que le era demasiado urgente explorar con los golpes
de sus manos esa realidad inequívoca, me llevó a querer ser golpeado, a anhelar
el dolor y sentir el adormecimiento que precede a la inconsciencia, imaginar
ese lugar oscuro, sentirme envuelto por la nada, por la indiferencia de mi
Dios, eso me transmitió tranquilidad, me imaginé un ser panóptico postrado en
una esquina de la destrucción de mi existencia. Me sentí tranquilo siendo
aniquilado, palpé la satisfacción experimentada al deshacer un nudo, pues
eso significaba el fin de dolores de cualquier índole; deshacer nudos es
satisfactorio. Pero mirarlo a él, frustrado por todo lo que encorvaba su
espalda, me llevaba a sentir dolor aun sin experimentar un golpe directo en mi
cara, entonces conflictuaba mi interés, porque en ideales quería ser golpeado
hasta la inconsciencia, pero al ver la física de sus puños el dolor se
presentaba no solo como una idea sino como la obvia consecuencia de su
reacción cavernícola. Entonces cuando comprendí eso, automáticamente el deseo se volvió
estéril y desapareció como cualquier representación verbal o estructurada en el
pensamiento primitivo de la mente. Solo quedaba seguir mirándolo a diario,
sentado en la esquina derecha de mi visión, y quedaba seguir mirándolo como un
boceto de carboncillo que a diario intentaba corregir los trazos del camino, de
sus decisiones, de sus palabras, de su destino, de ese destino que se dice
nadie nos pone, sino que se infringe desde nuestro interior. Me quedaba
mirarlo, forzándose a fingir y poner un rostro rígido y acartonado. Me quedaba
verlo como un reflejo inocuo e inservible que no sirve para explorar nada, que
no sirve ni siquiera para contemplar el cristal pulido, mucho menos para ver la
luz que atraviesa por las grietas y que dejan ver al otro lado. Sé que cuando
lleguen las siete de la tarde no se irá, va a quedarse esperando hasta que sea
yo quien se mueva, quien se levante de esta silla de ruedas y salga corriendo.
@viktor_reader
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