domingo, 10 de marzo de 2019

6:00 a.m.


Anoche el sueño escapo de mí. ¿sería la intramuscular de dexametasona, ketorolaco y ceftriaxona, más los mil miligramos de paracetamol? Sería la causa tal vez, me pasé de fármacos, eso es algo que nunca hago. Además, me tomé un café del seven, manejé setenta y tantos kilómetros y para finalizar la tarde tragué una grajea de hidroxizina pensando que ayudaría; tal vez no fue suficiente. ¿Qué será? ¿Será que me siento cerca de mi Dios, pero lo demás me quiere alejar? ¿será que ya lo estoy? ¡no! Es cierto, no cavilo nada bien las cosas en estas últimas semanas, pero no. Puede ser otra cosa, el próximo vuelo, por ejemplo, y la idea de no aterrizar, al menos no en la forma segura. Puede ser la distancia, aunque los kilómetros en sí me son indiferentes. Entonces, puedo corregir y atreverme a decir que puede ser ella. ¿será ella? Sí, puede ser, además ¿Quién no necesita a una musa? ¿Quién no necesita de cimientos y estructuras para construirse? Es necesario hacerlo, construirse, para después construir. Cualquier cosa puede ser: un relato, una historia que le anegue el alma, un poema quizá después de leer “canto general” y mirarla, hacerla parte de este continente, como un país más con un exótico e incomparable relieve y enajenarla de cualquier otra patria que no sea la tierra que sus pies pisan. O de manera adyacente apodarla “maga” y en París esperarla por los puentes, sabiendo que la casualidad también se compone, se escribe con la mirada. También se puede construir un perdón, para resanar las grietas de su remiendo y mi descostura. Se pueden decir mil palabras y solucionar las cosas con ninguna. Me puedo quedar cerca y permanecer inmóvil, aunque haciendo eso yo mismo me mataría, quieto no puedo quedarme. Tengo una musa, mis amigos; una musa, mis amigas. Tengo una musa que se esconde en la distancia húmeda de una selva de orquídeas diminutas que alguna vez le conté. Donde tuve vergüenza de irrumpir con mis paneles de sol para llevar luz, donde ellas no la necesitan. Así puede ser con ella, conmigo. Pero tengo una musa, ayer mientras conducía por las costas de Ensenada escuché su nombre, un locutor de San Diego lo pronunció por la radio y entonces lo escuché en una canción de Luis Eduardo Aute. La fui cantando hasta concluir y se quedó, a veces las personas se quedan sin avisar, a veces nos vamos o se van de manera igual. Pero ayer allí anduvo conmigo, revoloteando entre los vidrios y el parabrisas, su pelo se escapaba al bajar la ventanilla y atrapaba brisa. Tengo una musa mis amigos y tiene un nombre, sin embargo, ustedes pueden ponerle otro, cualquiera que a la mente les venga, porque es como la perspectiva que nos regala Magritte, para mí representa algo intangible, que me hace jugar en esa dimensión la cual para ustedes puede ser otra. ¡Vaya! Perspectiva, dicen que todo se trata del cristal con que se mira, pero ¡no!, es la perspectiva y sin cristal la mirada funciona mejor, ¡qué mejor cristal que su pupila!

Así me enerva la distancia y sus kilómetros de puntadas, de costuras remendadas, de hebras, de suturas, de esas que en la piel no se llevan. Me calma el ansiolítico, como me calma su palabra, la que tengo guardada en su libro de Tolstoi. Por supuesto que es simbólica su palabra porque en ese libro ella no ha escrito nada, es más bien una traducción que me prestó, que no prefiero, leí otra más vivaz, pero ella me entenderá si le digo, así es ella. Una musa, si la tienen o la consiguen por si no la tienen, así será, tal vez no todas, pero hablo en lo singular: comprensible, atenta a escuchar y platicar, después sabrá callar, tal vez de menos tal vez de más, de lo justo y en ocasiones callará por algo injusto. Una musa debe hablar de sus libros y tú debes escribirla en los tuyos, es la esencia de su existencia, es la recompensa, la tuya por supuesto. Si aquí hablo en segunda persona es porque es un consejo, una charla pendiente que ya está en un recoveco de mi maleta, redactada. Un consejo para mí, desde luego, para quién más podría ser, además de desatinado olvidadizo, solo yo. Para acordarme, para decir y después contarles que una musa cuando se encuentra, pero cuando llega, cuando nace cerca de ti y la conoces lejos, cuando te odia o cuando es amiga, cuando te escucha o te grita, te llora o te ríe, cuando me acuerdo, y no se acuerda. ¿Cuándo? Pregúntense, para que hallándola no lo olviden, ensayen, redacten, constrúyanse: constrúyanla, escriban de ella. De lo contrario se borra.

Hasta aquí, entonces, seguiré despierto.


@viktor_reader

merito a su diseñador







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