Cuentan
“las lenguas de doble filo” que se andaban secreteando entre miradas. Él amaba
de su carácter la intrepidez, la inteligencia que la caracterizaba y el cincelado
porte de su actitud. Ella era una dama refinada de sutil belleza, pero a él no
le importaba la hermosura que le fue descrita, así como no le importaban otras
cosas. Le gustaba husmear entre su mirada, inventaba historias que se le
ocurrían al ver el destello en sus ojos, encontraba en las pupilas de esa mujer
el tiempo que había perdido con otras. Una vez le dijo a Marzio, quien es su
mejor amigo: “sabes mi hermano, ella y yo
algún día estaremos juntos. Tendremos una casa de un nivel, de color blanco,
con un patio grande y árboles de naranja en los perímetros del solar. También
unos arbustos de brugmansia, para que por las noches despidan su olor e inunden
el patio”. Sentí culpa cuando escuché sus sueños campesinos.
A
él poco se le conocía, nunca fue de muchos amigos, era, más bien,
hermético y misterioso. Tenía la ceja muy poblada y el ceño fruncido, con un
aspecto de ermitaño y andrajoso en ocasiones. Era en términos generales un buen
tipo, tal vez no el más agradable pero sí un buen ciudadano. Cómo iba a
enterarse él de lo que les voy a contar, si en ocasiones he deseado que jamás
hubiera escuchado de ella. Una tarde de aguacero coincidimos en refugiarnos en
los arcos del municipio. Yo, tan sinvergüenza como siempre, envalentonado por
dos cervezas que me había tomado, quise contarle la verdad. Pero fui cobarde y
solo le dije una mentira más. “Le gustas a mi prima”, le dije. Su cara fue quien
sabe de qué sentimiento, pero no de alegría o asombro, mucho menos de halago. No mostró
interés en saber más. Ese fue el primer intento que hice de presentarle a
alguien, para ver si así se desprendía de la mente el nombre de esa mujer que
tantas vueltas le daba por la cabeza. Diez mujeres hermosas le presenté,
inteligentes y cultas todas, pero él me dijo no tajantemente. Pasó casi un
año. Tenía que llegar el momento de hablar seriamente, así que lo encaré. Lo
cité a las ocho en el billar. Una vez allí uno nervios inexplicables me
invadieron.
— Lamento
decirte… es más, no sé por dónde comenzar. Déjame pedir una cerveza, ¿quieres
una? — él solo me miraba — lamento que escuches esto. Lo que sucede es que la
mujer de la que te has enamorado no la conozco, todo fue una broma, no es amiga
mía, no es de la universidad. No le he hablado de ti, es más, para ser sincero
ni siquiera existe. La inventé, así como inventé su nombre, el color de sus
ojos, su actitud, todo lo demás. Discúlpame por favor. — él seguía callado, mirándome
tan fijamente que me dio miedo mirarlo a los ojos. Pidió una cerveza y no dijo
palabra alguna hasta que se la sirvieron y le dio un trago.
—
Lo que pasa es que te has enamorado de ella y ahora dices esto porque la
quieres para ti. ¡No te creo nada! Para mí es real, yo sé que lo es. Cuando la
imagino puedo ver en sus ojos historias. Sé que existe porque solo con ella
puedo hablar de cosas que con nadie más podré hacer, todas las noches
platicamos hasta la madrugada y nos reímos, no me digas qué es real y qué no lo
es porque ella es inteligente y sabia, me advirtió de esta situación. Dices que
es hermosa, pero no me importa, no lo es tanto como la veo yo. — terminó de
hablar, se echó de un solo trago el resto de su cerveza y se fue.
Habló
tan seriamente y seguro en esas pocas palabras, que ella llegó a existir en ese
instante para mí. Pensé demasiadas cosas. Tres cervezas más consumí y me fui a mi
casa. Fui pensado demasiado y llegué a la conclusión de que no podía negarle la
idea de que una mujer así existiera. Deseo que algún día la descubra. Pero me
surgió una pregunta, ¿Por qué me fue tan fácil describirle a semejante mujer
quimérica? ¿En quién estaba pensando cuando inventé aquella historia? Me resulta
irónico cómo las cosas tienen que suceder para que uno abra los ojos y se
dé cuenta de muchas cosas. comencé a pensar en alguien a quien conozco, la recordé detalladamente. Ahora soy yo el que encuentra
historias en miradas, el que desea una casa blanca y un jardín grande donde
tomar el fresco de las tardes. Solo que yo prefiero sembrar gardenias, espero que a ella le guste y si no, llegaré a aborrecer lo que no le agrade.
Escrito por: Víctor López (@viktor_reader)
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