domingo, 16 de octubre de 2016

ÉL Y ELLA

Cuentan “las lenguas de doble filo” que se andaban secreteando entre miradas. Él amaba de su carácter la intrepidez, la inteligencia que la caracterizaba y el cincelado porte de su actitud. Ella era una dama refinada de sutil belleza, pero a él no le importaba la hermosura que le fue descrita, así como no le importaban otras cosas. Le gustaba husmear entre su mirada, inventaba historias que se le ocurrían al ver el destello en sus ojos, encontraba en las pupilas de esa mujer el tiempo que había perdido con otras. Una vez le dijo a Marzio, quien es su mejor amigo: “sabes mi hermano, ella y yo algún día estaremos juntos. Tendremos una casa de un nivel, de color blanco, con un patio grande y árboles de naranja en los perímetros del solar. También unos arbustos de brugmansia, para que por las noches despidan su olor e inunden el patio”. Sentí culpa cuando escuché sus sueños campesinos.

A él poco se le conocía, nunca fue de muchos amigos, era, más bien, hermético y misterioso. Tenía la ceja muy poblada y el ceño fruncido, con un aspecto de ermitaño y andrajoso en ocasiones. Era en términos generales un buen tipo, tal vez no el más agradable pero sí un buen ciudadano. Cómo iba a enterarse él de lo que les voy a contar, si en ocasiones he deseado que jamás hubiera escuchado de ella. Una tarde de aguacero coincidimos en refugiarnos en los arcos del municipio. Yo, tan sinvergüenza como siempre, envalentonado por dos cervezas que me había tomado, quise contarle la verdad. Pero fui cobarde y solo le dije una mentira más. “Le gustas a mi prima”, le dije. Su cara fue quien sabe de qué sentimiento, pero no de alegría o asombro, mucho menos de halago. No mostró interés en saber más. Ese fue el primer intento que hice de presentarle a alguien, para ver si así se desprendía de la mente el nombre de esa mujer que tantas vueltas le daba por la cabeza. Diez mujeres hermosas le presenté, inteligentes y cultas todas, pero él me dijo no tajantemente. Pasó casi un año. Tenía que llegar el momento de hablar seriamente, así que lo encaré. Lo cité a las ocho en el billar. Una vez allí uno nervios inexplicables me invadieron.

   — Lamento decirte… es más, no sé por dónde comenzar. Déjame pedir una cerveza, ¿quieres una? — él solo me miraba — lamento que escuches esto. Lo que sucede es que la mujer de la que te has enamorado no la conozco, todo fue una broma, no es amiga mía, no es de la universidad. No le he hablado de ti, es más, para ser sincero ni siquiera existe. La inventé, así como inventé su nombre, el color de sus ojos, su actitud, todo lo demás. Discúlpame por favor. — él seguía callado, mirándome tan fijamente que me dio miedo mirarlo a los ojos. Pidió una cerveza y no dijo palabra alguna hasta que se la sirvieron y le dio un trago.

— Lo que pasa es que te has enamorado de ella y ahora dices esto porque la quieres para ti. ¡No te creo nada! Para mí es real, yo sé que lo es. Cuando la imagino puedo ver en sus ojos historias. Sé que existe porque solo con ella puedo hablar de cosas que con nadie más podré hacer, todas las noches platicamos hasta la madrugada y nos reímos, no me digas qué es real y qué no lo es porque ella es inteligente y sabia, me advirtió de esta situación. Dices que es hermosa, pero no me importa, no lo es tanto como la veo yo. — terminó de hablar, se echó de un solo trago el resto de su cerveza y se fue.

Habló tan seriamente y seguro en esas pocas palabras, que ella llegó a existir en ese instante para mí. Pensé demasiadas cosas. Tres cervezas más consumí y me fui a mi casa. Fui pensado demasiado y llegué a la conclusión de que no podía negarle la idea de que una mujer así existiera. Deseo que algún día la descubra. Pero me surgió una pregunta, ¿Por qué me fue tan fácil describirle a semejante mujer quimérica? ¿En quién estaba pensando cuando inventé aquella historia? Me resulta irónico cómo las cosas tienen que suceder para que uno abra los ojos y se dé cuenta de muchas cosas. comencé a pensar en alguien a quien conozco, la recordé detalladamente. Ahora soy yo el que encuentra historias en miradas, el que desea una casa blanca y un jardín grande donde tomar el fresco de las tardes. Solo que yo prefiero sembrar gardenias, espero que a ella le guste y si no, llegaré a aborrecer lo que no le agrade.








Escrito por: Víctor López (@viktor_reader)







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