domingo, 23 de noviembre de 2014

¿QUIÉN MATÓ AL ESCRITOR?



Me detuve en la puerta, vi el lugar casi vacío, solo una pareja de enamorados en un rincón; sin embargo escogí la mejor mesa y rebusqué como si estuviera lleno. Al adentrarme en aquel negocio, un aroma espeso encontró guarida en mis narices e hizo cuartel, hasta la fecha, y revive aquel día en cada taza de café. Los meseros conversaban  detrás del mostrador, mientras limpiaban la barra. Cuando me senté pude notar lo viejo de las mesas, las sillas desniveladas, las paredes gastadas y descascaradas, los pisos cascados y sin brillo; pero en demasiado contraste con aquel viejo lugar, salio de detrás del mostrador una hermosa jovencita, con un rostro pulido y lozano de  adolescente aún. No creo que haya sido menor de edad por esas fechas (deseaba con todas mis ganas que no lo fuera) porque mi razón me advertía que el corazón se estaba enamorando. Cuando llegó a mí se presentó con la sonrisa mas inolvidable en mis recuerdos, tanto que en ese mismo instante soñé con ella.

- Aquí tiene la carta señor, estamos a sus ordenes.
Me lo dijo sin perder la sonrisa y con unos ojos enormes y hermosos, llenos de gracia y agradabilidad. Me quedé mudo y con demasiada timidez le devolví una opaca y genérica sonrisa.

- Gracias, pero solo tráeme un café americano por favor.
Le contesté; sin embargo fue mas fácil escribirlo en estas lineas que decirlo frente a ella.
Pensé que la pareja de enamorados había sido una visión que tuve al entrar, ya que no los escuchaba, pero no lo era. A cuatro mesas a mi derecha estaban ellos, sonreían y hablaban con tal felicidad que por un momento me contagiaron de ese espíritu. Veía que movían sus labios teniendo conversaciones íntimas y dulces, pero a pesar de lo cerca no escuchaba ni sus murmullos. Había un segundo piso dentro del local, era como una pequeña terraza, con una sola mesa y cerrada al público. Allí tenia acostumbrado desayunar el dueño de aquel viejo negocio de café. hasta ese momento yo no sabia mucho de él, ni de su historia de triunfador, solo me contaron que en algún periodo de su juventud había sido pobre. Esa mañana no fue la excepción, llegó en punto de las 9:30 am. Saqué el periódico que había comprado dos cuadras atrás y comencé a leer las notas de aquellos reporteros con faltas de ortografía terribles y con letras de más, era un tanto gracioso leerlos. Mi bella mesera por fin llegó, se me hizo larga la espera, no tanto por disfrutar de mi café sino por volver a contemplarla de cerca. El vapor que emanaba del café caliente, humedecía sus pestañas y sus cejas y se enredaba en su pelo, hubiera matado por oler su hermosa cabellera en ese instante. 

- Muchas gracias señorita.
Ahora mi sonrisa y mi voz fueron más seguras. Ella solo me regalo otra sonrisa, nacían de su rostro tan fácil y natural que no se esforzaba para nada ¡Solo sonreía!

Tomé a sorbos cuidadosos mi café, para no quemar mi lengua, sin notar lo terminé pronto. Mientras tanto en el segundo piso el dueño del negocio leía el mismo periódico que yo y, por lo que pude notar, también se reía de los reporteros y sus noticias. La bella mesera volvió para preguntar si se me ofrecía algo mas; pedí otro café y una rebanada de pay de queso. En el segundo piso el dueño seguía comiendo su desayuno que un mesero del lugar le llevó, por alguna puerta secreta al parecer, ya que desde el piso donde estaba yo no había ningún acceso hacia arriba. Los enamorados se fueron, pasaron frente a mí conversando y por última vez no escuche sus voces.
Hasta ahí recuerdo los sucesos de aquella mañana. Por lo que me cuentan, después hubo disparos, todos corrieron a buscar refugio, pero las balas tenían un objetivo y en pocos segundos el dueño de aquella vieja cafetería yacía muerto sobre el piso. Tampoco recuerdo cómo salí de aquel lugar, ni como llegué a aquel cuarto donde me preguntaban enérgicamente:

- ¿Quién mato al escritor?
- ¿Quién mató al escritor?
 
Cómo pretendían que les contestara con tanta agua mineral entrando por mis narices. Eran necios y seguían preguntando mientras gritaban:

- ¡Confiesa! ¿Quien lo mató? ¿Tú fuiste verdad? 
Cada pregunta era acompañada de un golpe, y eran tan convincentes y eficaces sus preguntas que por algún momento me sentí culpable y comencé a preguntarme lo mismo que ellos: 

- ¿Quién mató al escritor?

Comencé a llorar, tenia tanto miedo que moje mis pantalones como niño pequeño; sin embargo no sentí vergüenza ante sus burlas. Ellos seguían golpeándome y preguntando:

- ¿Quién lo mato?

En uno de esos golpes perdí la conciencia y me dejó como consecuencia una amnesia aún vigente. Cuando desperté, todavía atado a la silla, en aquel cuarto, un encapuchado me volvió a preguntar, a pocos centímetros de mi cara y con una voz sigilosa:

 -¿Quien mató al escritor?

¡ Una bala!
 Contesté casi sin voz y con la boca hinchada; llorando, casi gimiendo, mientras ellos se burlaban a carcajadas de mi. De saber que con esa respuesta me dejarían libre, se las hubiera dicho desde el principio. Después me taparon el rostro con una funda negra y me sacaron a rastras. No comprendo cómo asi de fácil me dejaron libre, sospecho que encontraron otro al cual inculpar.

Pasaron dos años hasta la fecha que regresé a aquella vieja cafetería. Me había enterado por aquel periódico amarillista que el sujeto que mataron allí, era un escritor conocido de la ciudad, amigo de muchas figuras célebres por éstos rumbos. Desde gente rica y varios políticos; entre esos políticos influyentes estaba su entenado. Conocía a muchos empresarios y otros personajes populares  de esta pequeña ciudad; reporteros de todos los medios locales de radio y televisión. El escritor había hecho dinero con mucho esfuerzo, incluso ganó algún concurso internacional, que a parte del buen premio en efectivo, lo lanzó a cierta fama. Cuando entré a la cafeteria no reconocí el lugar < me habré equivocado > pensé entre mi. Todo había sido renovado; sillas y mesas nuevas, paredes muy bien pintadas y pisos impecables. Sentí cierto nerviosismo misterioso. Me senté en el mismo lugar que hace dos años y deseaba ver con todo el corazón a la bella mesera; pero no, me atendió un joven medio raquítico de apariencia. Le pedí un café americano, mientras buscaba detrás del mostrador a la joven mesera, después la busqué entre las otras mesas, ya que esta vez el lugar estaba casi lleno, pero no la encontré. Esperaba que saliera por la puerta de la cocina, de ser así inventaría cualquier pretexto para hablarle, pero tampoco. Cuando probé el café que me trajo el mesero aquel, por poco se lo aviento encima.

 -¡Que feo sabe!-  le dije sin redundar  -la última vez que lo probé estaba bueno.
 - Está hecho de la misma manera que se viene haciendo desde que se abrió esta cafetería-
  me respondió apenado.
 Yo estaba, hasta cierto punto, triste por no encontrar a mi bella mesera.  Inevitablemente vinieron a mi mente los difusos recuerdos de aquella tarde de hace dos años. Fue entonces cuando en la mesa del piso de arriba, en la terraza, apareció ella. Noté en seguida que no llevaba puesto el uniforme que usaban los demás meseros, estaba más hermosa que en mis recuerdos buenos en ese lugar; pero no llegó sola, la acompañaba cierto caballero de traje azul celeste, impecable de apariencia, ambos se sentaron a desayunar. Seguí tomando el poco café que sobraba y me supo más amargo y terrible que al principio. Llamé al mesero y le pedí la cuenta,  mientras cierta desilusión efímera corroía mi pecho. Cuando llegó el mesero, discretamente le pregunte:
 
- ¿Él es el nuevo dueño?
- Así es, heredó el negocio.
- ¡Que afortunado!-  le dije en voz baja.

Me quedé contemplando discretamente a aquella pareja que reflejaba felicidad, pero sobre todo una visible tranquilidad. Demasiadas cosas borbotaban en mis adentros y entre tanta ebullición, resurgió la pregunta que tanto sonaba en mis oídos. Muchas verdades se asomaron disfrazadas de incertidumbre, disuadían mi razón y tejían una telaraña compleja de sospechas. A pesar de todo, la pregunta seguía abierta: 

¿Quién mató al escritor?

La otra pregunta:

¿Por qué lo mataron? Desde mi humilde punto de vista y desde aquella mesa, era deducible. 

Dejó de importarme quién haya sido el autor intelectual de aquel homicidio ignorado, incluso dejaron de importarme los castigos que recibí, cuando trataron de embarrarme con sus culpas. De cualquier manera yo seguía siendo capaz de matar por ella, al fin y al cabo, el nuevo dueño no solo heredó el negocio de su padrastro, sino la misma costumbre de desayunar en aquel lugar a la vista de todos.

por: Víctor López (@viktor_reader)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario