Quiero pensar que te entiendo cuando
sueltas tus cadencias, cuando converge el sonido de tu voz en la intemperie del
tímpano. Si yo pudiera entenderte aprendería a tocarte, sin pedir permiso a mi
mano derecha, ni soltar con la izquierda tu brazo, dejando escapar las caricias
que tamizan mis dedos por tu vientre plano. El día que conozca tus secretos,
ese día vibrará mi mano de júbilo y éxtasis desbocado con compases idóneos,
caricias apasionadas y a ratos tímidas. Hay vaivenes que desbordan en los
acantilados del organismo, agitados y seducidos en galimatías, pero el vaivén
de mi mano contra las cuerdas de tu cuerpo, ese recreo placentero cuando juego
en tu madera, en el relieve de tu monumento, ese breve instante suspendido en
la ingravidez de mi substancia, me lleva a aceptar que no logro entenderte
cuando te hago conversar. No hay alegorías que desmarañen lo complejo de tus
acordes, no hay música si no estás, solo hay ruido en tu ausencia. En los ratos
tediosos, monótonos y abundantes, te tomo y te toco para darme a expresar. Te
arrullo, te canto y sigo sin entenderte mientras que tú, en cada pisada,
me comprendes y revelas aquello que guardo, que no logro hablar. Tú me
entiendes y me explicas por medio de ti, entre cuerdas, perillas, entre madera
y resina, a través de tus trastos, a través de tu cuerpo apoyado en mi pierna.
Me rasgas el alma, arpegias mi calma, haces con mis dedos requintos en tus
suaves tendones y vibras satisfecha. Te entregas a mis brazos y sueltas
amarras, mientras en mi oído sutil musitas tu nombre, sutil te palpo guitarra.
Por: Víctor López (@viktor_reader)
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