domingo, 10 de mayo de 2015

AYER Y HOY

Viviré siempre con dos mujeres, con la mujer que habita mi casa y la de mis recuerdos. Ambas lo saben y no guardan celos, ni absurdos rencores, toda esa tacañería de sentimientos son regurgitados por las personas incapaces de amar de verdad y luego perdonar. Qué sería de  la noche sin ella y qué sería de la noche sin nosotros enclavados en las sábanas limpias de la conciencia y el amor. Por otro lado, con la memoria vacía y sin un recuerdo que abrigar, mis días serían totalmente una mentira. Allí ocupa ella la habitación abierta  de mis memorias, es decir, la mujer de mis recuerdos. Siempre irrumpiendo cuando descanso en la hamaca, mientras leo, cuando no quiero recordar. Ella entra a sacudir el polvo que se acumula naturalmente sobre las cosas viejas, y dejo de hacer todo y no gasto el tiempo a lo tonto, simplemente me detengo a pensarla y verla caminar sigilosamente en la industriosa  retentiva de mis charcas de tiempo. Le gusta andar  con los pies descalzos, con pasos de gato sigiloso. Ella piensa que anda jugueteando en habitaciones vacías, cuando en realidad están llenas de salpicadura de sus palabras.

Por las noches, de vez en cuando, mi esposa y yo conversamos de nuestro amor equilátero y de este triángulo que surge solo en retrospecciones mías. Hablamos de quién habita en mis recuerdos. Largo y tendido por hasta dos horas le cuento y le explico y mi esposa me dice que nunca le prohíba entrar. Es la única manera, le contesto, de seguirnos viendo, de extender el perdón y colocarlo a la par del olvido. - Esta será siempre su casa - agrega mi esposa. Cuando la mujer de mis recuerdos me viene a visitar, mi esposa nos deja solos, en ocasiones se va de la casa,  y no dice hora de llegada. Sin embargo, ella y yo tenemos una regla, nunca entrar a la casa cuando mi esposa no esté, así es que muchas veces decidimos platicar bajo la sombra de la guácima, a la merced del acervo del arrepentimiento y no a disposición de las tentaciones. Porque, para ser sinceros, hay diferentes formas de amar a dos mujeres al mismo tiempo. En mi caso por ejemplo: a mi esposa la amo conjugando mi presente con el tiempo que nos falta juntos, y a la mujer que habita mis recuerdos, la amo con toda la ternura y la gratitud de mi pasado, pero sobre todo, con un respeto más profundo que el que se le otorga a una persona que se ausentó de la vida. Aunque no necesariamente ella, la mujer de mis recuerdos, esté muerta. En ocasiones se materializa frente a mí como una figuración real, pero que se desvanece al estirar la mano y quererla por lo menos rozar con la yema de mis dedos, o arañarla con el tajo de mis uñas.
Cuántas veces te encontré - le digo a ella, la mujer de mis recuerdos- pero siempre fui incapaz de hablarte. Mi esposa dice que  reserve las palabras para la última conversación con ella. Sería contraproducente desde mi punto de vista, además tanto tiempo ha pasado y dejar que el silencio gangrene un dialogo tan necesario y urgente, pero jamás consumado, puede dejar consecuencias, como correr el riesgo de volverme mudo y a ella dejarla sorda de los dos oídos.

Le conté a un amigo mi situación hace años, le dije que amaba a dos mujeres, pero una era real y la otra pronto llegaría a ser mi esposa  - no te entiendo - me dijo.  - lo que pasa es que la que va a ser mi esposa entró a mi vida un día  de Noviembre de hace dos años; nos enamoramos y pronto nos casaremos, pero la otra mujer de la que te hablo, entró en mis recuerdos como una brisa que se cuela por las rendijas de una ventana, y al igual que la brisa no la puedo sacar, pues entre más abro la ventana, más entra en mi memoria. Aquel falso amigo soltó la carcajada y me esparció su burla en la cara, yo me quedé serio y callado, pero cuando se levantó y se alejó riéndose, me encrespé.  A mí nadie me desprecia un trago en medio de burlas- le advertí y agarré el tequila y se lo aventé por los pies. Él giró solo la cabeza y con su burla me contestó - no acostumbro a beber con locos, ni a emborracharme con dementes.
Aquella misma tarde lo encontré saliendo de la tienda de Antíoco Juárez y no tuve otra opción que matarlo. Esta vez estaba de frente, fue una pelea igual, pero mi guaparra tenía más filo que la suya y mi mano mejor tino. Aquella mañana que afilé mi fierro, jamás imaginé que al término del día se mancharía de sangre de un cristiano. Allí comencé a huir, aunque a decir verdad nadie me perseguía. Aquel hombre era tan odiado que nadie levantó los pedazos de su cuerpo y dejaron que los perros se comieran los trozos de carne desperdigados. A nadie le dolió su muerte y nadie me juró venganza  sobre su nombre. La verdad comencé a huir con la intención de dejar a la mujer de mis memorias en la finca, para ver si se malgastaba la reminiscencia de su nombre en las caballerizas, o se ahogaba en la represa del potrero. Le dejé la finca para ella sola, para ver si desocupaba la habitación de mi recuerdo y se mudaba a los cuartos de aquella casa abandonada. Pero cuando llegué a mi primer escondite, en  la casa de un amigo,  antes de abrir la puerta escuché sus pasos de gato sigiloso y al encender la luz del cuarto allí estaba ella, tumbada sobre la cama hilvanando besos y caricias para sembrarlas en mi mente. Fue la última vez que rehilé mis manos en los tejidos de su cuerpo. Allí le dije que pronto me casaría  y ella se puso igual de contenta que yo. Desde entonces nos prometimos no quedarnos a solas dentro de cuatro paredes, por respeto a la que llegaría a ser mi esposa.

En mi boda ella estuvo presente y lloró conmigo de alegría, me refiero por supuesto a la mujer de mis recuerdos. Me dijo al oído mientras el vals nos bailaba: - dile de mí, tu esposa va a entender-  aun así esperé un mes para contarle de su presencia, cuando me asedió el valor le expliqué todo mi pasado y mi esposa, ella tan hermosa, me comprendió; desde entonces mi alma se fundió con la de ella. Hemos pasado varios años coexistiendo así los tres, a nadie le conté mi situación sentimental, para no matar a nadie más.

He aprendido a vivir con dos mujeres, con mi esposa, la mujer que habita mi casa, la que amo. Y con la mujer que habita en mi memoria, que ya no es tangible para mí, pero no por eso deja de ser real. Ambas lo saben y a las dos les debo la vida de hombre de hueso y médula. Ambas quedaran ennoblecidas en la perpetuidad etérea de mi memoria. Dejo esta historia escrita con tinta indeleble que no se borra con agua ni con sangre, tal vez con tiempo.  Y dejo la vida colgada de una soga pues sentido alguno ya no le encontré. Aprendí a vivir sin tocar a la mujer de mis recuerdos, pero desde que mi esposa ya no ronda los pasillos y habitaciones de la casa, ha sido realmente miserable cualquier intento de existir.


ESCRITO POR: Víctor López (@viktor_reader)



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