Viviré siempre con dos mujeres, con
la mujer que habita mi casa y la de mis recuerdos. Ambas lo saben y no guardan
celos, ni absurdos rencores, toda esa tacañería de sentimientos son
regurgitados por las personas incapaces de amar de verdad y luego perdonar. Qué
sería de la noche sin ella y qué sería
de la noche sin nosotros enclavados en las sábanas limpias de la conciencia y
el amor. Por otro lado, con la memoria vacía y sin un recuerdo que abrigar, mis
días serían totalmente una mentira. Allí ocupa ella la habitación abierta de mis memorias, es decir, la mujer de mis
recuerdos. Siempre irrumpiendo cuando descanso en la hamaca, mientras leo,
cuando no quiero recordar. Ella entra a sacudir el polvo que se acumula
naturalmente sobre las cosas viejas, y dejo de hacer todo y no gasto el tiempo
a lo tonto, simplemente me detengo a pensarla y verla caminar sigilosamente en
la industriosa retentiva de mis charcas
de tiempo. Le gusta andar con los pies
descalzos, con pasos de gato sigiloso. Ella piensa que anda jugueteando en
habitaciones vacías, cuando en realidad están llenas de salpicadura de sus
palabras.
Por las noches, de vez en cuando,
mi esposa y yo conversamos de nuestro amor equilátero y de este triángulo que
surge solo en retrospecciones mías. Hablamos de quién habita en mis recuerdos.
Largo y tendido por hasta dos horas le cuento y le explico y mi esposa me dice
que nunca le prohíba entrar. Es la única manera, le contesto, de seguirnos
viendo, de extender el perdón y colocarlo a la par del olvido. - Esta será
siempre su casa - agrega mi esposa. Cuando la mujer de mis recuerdos me viene a
visitar, mi esposa nos deja solos, en ocasiones se va de la casa, y no dice hora de llegada. Sin embargo, ella
y yo tenemos una regla, nunca entrar a la casa cuando mi esposa no esté, así es
que muchas veces decidimos platicar bajo la sombra de la guácima, a la merced
del acervo del arrepentimiento y no a disposición de las tentaciones. Porque,
para ser sinceros, hay diferentes formas de amar a dos mujeres al mismo tiempo.
En mi caso por ejemplo: a mi esposa la amo conjugando mi presente con el tiempo
que nos falta juntos, y a la mujer que habita mis recuerdos, la amo con toda la
ternura y la gratitud de mi pasado, pero sobre todo, con un respeto más profundo
que el que se le otorga a una persona que se ausentó de la vida. Aunque no
necesariamente ella, la mujer de mis recuerdos, esté muerta. En ocasiones se
materializa frente a mí como una figuración real, pero que se desvanece al
estirar la mano y quererla por lo menos rozar con la yema de mis dedos, o
arañarla con el tajo de mis uñas.
Cuántas veces te encontré - le
digo a ella, la mujer de mis recuerdos- pero siempre fui incapaz de hablarte.
Mi esposa dice que reserve las palabras
para la última conversación con ella. Sería contraproducente desde mi punto de
vista, además tanto tiempo ha pasado y dejar que el silencio gangrene un
dialogo tan necesario y urgente, pero jamás consumado, puede dejar
consecuencias, como correr el riesgo de volverme mudo y a ella dejarla sorda de
los dos oídos.
Le conté a un amigo mi situación
hace años, le dije que amaba a dos mujeres, pero una era real y la otra pronto
llegaría a ser mi esposa - no te
entiendo - me dijo. - lo que pasa es que
la que va a ser mi esposa entró a mi vida un día de Noviembre de hace dos años; nos enamoramos
y pronto nos casaremos, pero la otra mujer de la que te hablo, entró en mis
recuerdos como una brisa que se cuela por las rendijas de una ventana, y al
igual que la brisa no la puedo sacar, pues entre más abro la ventana, más entra
en mi memoria. Aquel falso amigo soltó la carcajada y me esparció su burla en
la cara, yo me quedé serio y callado, pero cuando se levantó y se alejó
riéndose, me encrespé. A mí nadie me
desprecia un trago en medio de burlas- le advertí y agarré el tequila y se lo
aventé por los pies. Él giró solo la cabeza y con su burla me contestó - no
acostumbro a beber con locos, ni a emborracharme con dementes.
Aquella misma tarde lo encontré
saliendo de la tienda de Antíoco Juárez y no tuve otra opción que matarlo. Esta
vez estaba de frente, fue una pelea igual, pero mi guaparra tenía más filo que
la suya y mi mano mejor tino. Aquella mañana que afilé mi fierro, jamás imaginé
que al término del día se mancharía de sangre de un cristiano. Allí comencé a
huir, aunque a decir verdad nadie me perseguía. Aquel hombre era tan odiado que
nadie levantó los pedazos de su cuerpo y dejaron que los perros se comieran los
trozos de carne desperdigados. A nadie le dolió su muerte y nadie me juró
venganza sobre su nombre. La verdad
comencé a huir con la intención de dejar a la mujer de mis memorias en la
finca, para ver si se malgastaba la reminiscencia de su nombre en las
caballerizas, o se ahogaba en la represa del potrero. Le dejé la finca para
ella sola, para ver si desocupaba la habitación de mi recuerdo y se mudaba a
los cuartos de aquella casa abandonada. Pero cuando llegué a mi primer
escondite, en la casa de un amigo, antes de abrir la puerta escuché sus pasos de
gato sigiloso y al encender la luz del cuarto allí estaba ella, tumbada sobre
la cama hilvanando besos y caricias para sembrarlas en mi mente. Fue la última
vez que rehilé mis manos en los tejidos de su cuerpo. Allí le dije que pronto
me casaría y ella se puso igual de contenta
que yo. Desde entonces nos prometimos no quedarnos a solas dentro de cuatro
paredes, por respeto a la que llegaría a ser mi esposa.
En mi boda ella estuvo presente y
lloró conmigo de alegría, me refiero por supuesto a la mujer de mis recuerdos.
Me dijo al oído mientras el vals nos bailaba: - dile de mí, tu esposa va a
entender- aun así esperé un mes para
contarle de su presencia, cuando me asedió el valor le expliqué todo mi pasado
y mi esposa, ella tan hermosa, me comprendió; desde entonces mi alma se fundió
con la de ella. Hemos pasado varios años coexistiendo así los tres, a nadie le
conté mi situación sentimental, para no matar a nadie más.
He aprendido a vivir con dos
mujeres, con mi esposa, la mujer que habita mi casa, la que amo. Y con la mujer
que habita en mi memoria, que ya no es tangible para mí, pero no por eso deja
de ser real. Ambas lo saben y a las dos les debo la vida de hombre de hueso y
médula. Ambas quedaran ennoblecidas en la perpetuidad etérea de mi memoria.
Dejo esta historia escrita con tinta indeleble que no se borra con agua ni con
sangre, tal vez con tiempo. Y dejo la
vida colgada de una soga pues sentido alguno ya no le encontré. Aprendí a vivir
sin tocar a la mujer de mis recuerdos, pero desde que mi esposa ya no ronda los
pasillos y habitaciones de la casa, ha sido realmente miserable cualquier
intento de existir.
ESCRITO POR: Víctor López (@viktor_reader)
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