miércoles, 27 de mayo de 2015

AY VIEJA, TE JURO QUE YO NO QUERÍA.


Ay vieja... ¿Por dónde empiezo?... Tal vez por el principio, como dijeran. Quizá deba comenzar cuando desde temprano me levante y me fui a hacer la jornada; debiste ver como nos saludo el nuevo día.

Bajo los rayos del sol y los últimos vestigios de la noche, se mostró la pequeña luz de la mañana; qué hermoso paisaje mujer, qué hermosa la tierra a esa hora.

Justo en ese momento pasó mi compadre Alfonso «¡Ponte a trabajar güevon, que la tierra es de quien la trabaja!» dijo. Lancé un silbido a manera de saludo, similar al canto de las aves, como se saludan los jilgueros; como se saludan los arrieros, o al menos eso me gusta pensar.

Tal vez deba ir más adelante... ¿Como te explico mujer? tal vez debiera empezar cuando terminé la jornada, a eso de las 11:30 de la mañana; cuando el calor comienza a llaga la piel y el cuerpo respira sudor y el suelo se evapora hacia las nubes. Ahí corrí hacia el mercado y hubieras visto el mar de gente, de sólo pensar en llegar a nuestro puesto se me hacia muina la cabeza. Compre unos frescos con Doña Vicenta, la que tiene a su hijo malito, a la que le vendió el poeta por 20 jugos naturales esa frase que cuelga frente a su negocio que dice:

«Para aguas las de Vicenta,
no hay más frescas en el rumbo
el que diga que no le gustan
de un madrazo me lo tumbo»

Pedí dos aguas de jamaica, yo siempre pienso en ti viejita, pero había tanta gente que, gracias a la canasta de una de las yermas, mi vaso salió disparado y cayó sobre Vicenta, para evitar el madrazo me tuve que ir disimulando, así como si la virgen me hablara; llegué al puesto con tu agua y me lleve la sorpresa de que no estabas ahí. 

La muchacha me dijo que tuviste que correr a la casa porque nos faltaba mercancía, lo único bueno de la multitud fue que nos compraron todo; te esperé durante un rato pero me tenía que ir, me había dicho el compadre Alfonso que le ayudara con su cerco, pues los pinches cuatreros ya andaban tras su ganado.


¿Por qué no me contestas querida? ¿Es qué sigues enojada? ¿Se debe tu muina a la hora de mi llegada? ¿Es acaso que mi historia ya te dio aburrimiento? Tal vez tengas razón y deba ir al grano, no quiero que mi historia se convierta en explicaciones.

Ay vieja... No sé cómo sucedió. Fíjate que acabado el trabajo con el compadre, me propuso echarme un trago de a tiro. Yo le dije que no quería pero que te puedo decir, en el fondo tenía sed pues el agua te la deje a ti y no había tomado nada... Ríete un poco querida, al menos muéstrame que estás atenta... el caso es que nos fuimos a tomar mezcales a la cantina de Don Norberto, nos tomamos unos cuantos, quizá hayan sido 10, ya pasaba de la media cuando le dije al compadre que nos fuéramos, ya era muy de noche y debíamos cruzar el río.

Salimos de la cantina con más ton que son, bajamos por la calzada para cruzar la parte más sencilla de ese río desgarrador, ya sabes que baja recio y se ha llevado animales más pesados que yo. 

Cual sería nuestra sorpresa; justo en el filo del río se encontraba de píe la silueta de una mujer... te juro vieja que yo no quería y te pido perdón por lo sucedido. El compadre Alfonso me dijo que le habláramos a la muchacha; a esas horas ni quien supiera lo que podríamos hacerle... yo no quería mi vieja... Yo no sabía...

Caminamos hacia ella sin ningún disimulo, los mezcales ya nos habían hecho perder lo discretos; tropecé un poco con las piedras del río y a pesar de que las más filosas nos lastimaban las suelas, seguimos caminando; caminamos y caminamos, la sorpresa era mayor pues parecía que la chamaca se moviera al mismo tiempo que nosotros, como si se alejara; haciendo imposible alcanzarla al paso nuestro. El compadre y yo no decíamos nada, simplemente seguimos, pensé por un momento que ya se había percatado de nuestra presencia y que huía de nosotros por el peligro que representábamos... ay vieja, pero quien hubiera dicho... perdí la noción del tiempo por un momento, como a los 20 minutos volví en mí y me di cuenta de que ya nos habíamos alejado del pueblo. Ella de repente se detuvo, no lo notamos hasta que estuvimos a un par de metros; te pido disculpas mi vida, te juro que yo no quería. Me quedé hipnotizado con su forma, no era una muchacha del pueblo, era alta y muy fina, su cabello largo y azabache se cortaba en su cadera, su piel hecha lejía desprendía una blancura que iluminaba la noche.

Sin darme cuenta la abracé por la espalda; te ruego me perdones mi vida, te juro que yo no quería. Al momento de agarrarla ella no dijo nada, su fragancia impregnó mi ser; pero que dulce aroma, qué fragancia tan linda; qué delicia de perfume; qué olor de vida. Era un olor a jazmín... ¡JAZMÍN Y MAR!.

Sus brazos estaban fríos, cubiertos con piel desnuda; en las manos tenía unos anillos que disimulaban unos delgados dedos y tan sedoso era su pelo que el viento lo mecía. Ay vieja... entiendo tu silencio, mi compadre que miraba como un niño hizo un gesto de despabilo «Qué linda muchacha y qué confianzuda eres» le dijo. Ella volteo de repente y pudimos ver su cara.

Me apartó de un solo golpe , con una fuerza desmesurada, miramos completamente la faz de aquella misteriosa dama y qué sorpresa me llevé. El aroma de vida que la acompañaba pronto se transformó en un olor putrefacto, sus ojos pareciera que hubiesen sido arrancados, al igual que sus parpados y labios, lo que hacía aparentar una sonrisa eterna con unos dientes plata como perlas y filosos como de hiena; la piel blanca se tornó gris oscuro con manchas negras como rasgaduras. Un escalofrío recorrió mi espalda, sentí como si hielos invadieran mis piernas y el invierno sostuviera mis brazos, no pude moverme, mucho menos correr. 

Todo se  detuvo un instante, todo quedó en silencio; y de golpe lanzó un ensordecedor lamento, un grito que provenía de las profundidades del dolor y del infierno, tan desolado y tétrico que me hizo reaccionar y correr rápidamente lejos de ella. Crucé la oscuridad y al voltear me percaté que sujetaba a Alfonso de los hombros, mientras que con sus dientes devoraba, como sólo puede hacerlo un animal, la piel de su rostros. Alfonso gritaba y trataba de zafarse; yo seguía corriendo a través del bosque, me incrusté en el río y sin darme cuenta me encontré entre las casas del pueblo, todo estaba callado y en silencio, caminé hasta acá pensativo sin poder creer lo que acababa de pasar.

Igual y fueron los mezcales, Don Norberto ya vende pura porquería o simplemente imaginé todo y mañana mi compadre me saludará como todas las mañana... incluso quizá... digo... a lo mejor... no sé que más pueda pensar... discúlpame vieja, te juro que yo no sabía, te juro que yo no quería.

Ay chula, entiendo que no me quieras hablar; entiendo que te encuentres enojada, entiendo que ni siquiera quieras voltear a verme, pero déjame acostarme a tu lado, necesito tu cariño, tuve miedo; qué cosa tan extraña ha pasado, necesito sentir tu cuerpo. Entraré en la cama y prometo no decir más, deja que rodeé mis brazos en ti. Qué pelo tan sedoso tienes; mira qué blanca se ve tu piel esta noche, qué cuerpo tan frío ¿Estás sonriendo? No me había percatado de lo filosos que se sienten tus dientes... ¿Quién eres y qué has hecho con mi mujer? ¿Qué es ese aroma, qué es esa esencia tan divina? es, es jazmín... ¡JAZMÍN Y MAR!.



Escrito por: Emir Dassaet (@Dxssir)




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