lunes, 22 de junio de 2015

EL EGOÍSTA

- ¿Cuál es su fantasía?

- Mmm... De tener una, mi fantasía sería... adorar a una mujer.

- ¿Qué?, ¿nunca ha adorado a una mujer?

- No, usted no entiende. Hablo de realmente 'adorar' a una mujer. Nos centramos tanto en los senos, las nalgas y la figura en general que nos olvidamos del resto.
Una mujer no es solamente senos o nalgas, curvas y un aroma embriagante. Una mujer es detalles. Es las curvas más pequeñas que se forman sobre sus talones. Es las venas que recorren el pronar de sus manos... es las arrugas que entraman sus rodillas...

Una mujer no es sólo carne. Tampoco es sólo ideal y romance. Es también los huesos que tratan de asomar a través de su piel. Es el filo estilizado de su larga tibia. Es las curvas salientes de sus iliacos y los finos extremos de sus clavículas. Un salpicón de pecas que trasciende más allá de la vagina, constelación entre sus piernas… pero hoy por hoy eso carece de relevancia.

Los gemelos fueron un hito hasta los 40's. Hoy día la idea de su sensualidad ha sido enterrada bajo la fuerza y enormidad de los muslos. Incluso en el cuerpo de la mujer, órganos, músculos y demás anatomía, han librado cruentas guerras por el dominio de la atención y el atractivo físico.

No dudo de la adoración tan ferviente que los hombres profesan hacia la mujer. Cuestiono, sin embargo, la falta de visión de que hacen 'gala' al ignorar el resto del panorama, a veces tan oculto, que hacen como que no existe.

De adorar a una mujer, yo... me centraría en los grandes olvidados: las líneas marcadas detrás de las rodillas. Los bultos, a menudo odiados por sus propietarias, que se posan justo arriba de las anchas y prominentes caderas, muy a menudo bella y delirantemente acentuadas por las prendas ceñidas.
Supongo que, más que todo lo anterior, más placentero me resultaría poder escribirle.

- ¿Escribirle?

- Es fácil dedicar caricias. Y, si bien es cierto que hay cierta belleza en lo efímero, creo firmemente que dedicar palabras tiene un peso mucho más significativo. Al fin y al cabo, no sólo de orgasmos vive el hombre, ¿cierto?

Y no, por favor no me malinterprete. No estoy tratando de hacerme ver como un romántico, o un poeta o alguien queriendo alardear. Este soy yo describiendo aquello que me gusta de las mujeres. Este soy yo, lo más honestamente egoísta que puedo ser.

- ¿Dónde diría que comenzó este particular gusto tuyo por 'adorar', siendo que así lo llamas, a las mujeres?

- Yo diría que en el momento en que comencé a dibujarlas. Me di cuenta de que uno en realidad no dibuja o pinta a una mujer, y si lo hace no lo hace a partir del trazo de líneas ni pinceladas. No. Un verdadero amante de las mujeres sabe que la única manera de retratarlas es por medio de caricias. El lápiz y el pincel dejan de ser meras extensiones de las manos para pasar a convertirse en las manos mismas. En los dedos que, más que la piel, acarician el alma misma de la modelo. No existe placer de la carne que se le compare. Me di cuenta también, de que una mujer no es completamente hermosa sin los detalles que he mencionado con anterioridad y de que las sombras me parecían más placenteras que los claros. A ese respecto, mucho se ha especulado sobre la definición de perfección y, peor aún, sobre su existencia o la falta de ella. Yo opino que la perfección sólo logra alcanzarse en el momento en que uno sabe cuándo y dónde colocar las imperfecciones necesarias en su obra, sí es que cabe llamarlas así. Me refiero por supuesto a las arrugas, los pliegues, manchas, lunares, pecas, curvas, etcétera, etcétera. En resumen, todo lo que la mujer odia hallar impreso, salvo escasas excepciones, en la propia carne.

- ¿Y qué le orilló a dibujarlas?

- El deseo. Puro y duro. Vi una mujer en cierto póster. Cabello negro. Corto. Desnuda completamente. Espalda tatuada en tribal y flores justo hasta donde ésta pierde su sacro nombre. Fue esa espalda, esa piel, esa carne… las tres al unísono, las que mi ser quiso reclamar como suyas. Pero, para mi sorpresa, esas ansias no provenían ni de mi carne, mi piel o mi lujuria… Provenían de mis manos… y de los lápices que sostenían. No fue sino hasta que terminé aquel primer desnudo que lo supe: ninguna otra sensación lograría llenar jamás el vacío que sólo el dibujo, que más bien, la adoración a la mujer mediante él, podía combatir.

- ¿Está usted completamente seguro de ello? ¿Qué hay del amor… o el sexo?

- El correr de los años no ha hecho más que reforzar estos sentimientos mi estimado amigo. A él se fueron sumando las letras, la soledad. La libertad. El amor, el sexo, “la vida, el universo y lo demás”, los he disfrutado, por supuesto… pero no tanto como los sentimientos de que le he hablado.

- ¿A qué sentimientos se refiere?

- Satisfacción. Plenitud. Verdadera autorrealización…

- ¿Paz?

- Paz.


Nos quedamos callados un buen rato después de ello. Sumidos en una atmósfera cómoda. Reptando bajo nuestras pieles, pensamientos y elucubraciones. Sorbemos de nuestras humeantes tazas. Mi amigo rompe el silencio, mas no la atmósfera. Es su turno de hablar. Mostrarse… Desahogarse, sí se anima.

Adentro el tiempo parece haberse detenido. Afuera del café, la noche es joven.

Y ambos ordenamos “refill”.

FIN


Escrito por: Jim Osvaldo Marín Acevedo ( @Capitanjms )


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