domingo, 14 de diciembre de 2014

SUEÑOS DE PRECOGNICIÓN


De los incontables sueños que me aquejan por la noche y por la mañana me liberan, pocos en realidad son lo que dejan huella. Recuerdo soñar árboles, viajar por un sendero amplio y limpio y al término de aquel bosque de árboles sin identificar, un potrero continuaba. súbditamente el camino se volvía de arena blanca y el potrero extenso reverdecía bajo un sol que acariciaba suave la piel, no la quemaba, por el contrario se sentía más nutrida al caminar bajo las lisonjas de su luz. También recuerdo un rio, aunque no lo ubico, quizás al final del potrero o al principio del bosque, pero jamás en medio. La sensación de frescura de sus aguas aun recorre mi cara al despertar, por eso recuerdo bien un rio, aunque me enardece no recordar su ubicación. Desde hace años que esporádicamente me sobreviene este sueño, no logro dar con la razón de su presencia, o por qué se enseña cuando menos lo espero, pero la verdad es que me transmite paz mientras lo vivo dormido, en ocasiones me sucede mientras estoy despierto, por eso he perdido la cuenta de las ocasiones que llega, porque aúno el sueño con su recuerdo.
Desde que me caí del guayabo cuando tenía cinco años me surgió el vértigo a las alturas, más intenso cuando no veo el piso. Yo al contrario de los mitos  debo tener perspectiva de la caída para no ser presa de la altura. Quién diría que mi trabajo seria, en un futuro, precisamente andar elevado del suelo. A partir de entonces el vértigo desapareció, en realidad no lo note hasta que otro sueño recurrente a causa de la caída del árbol desapareció también. Este sueño con las alturas tenia variaciones entre un sueño y otro, pero con la misma sensación que dejaba el sabor de las tripas en el pecho, casi saliendo por la garganta, y el despertar aferrado a las sábanas a mitad de cama. En ocasiones, y el más frecuente, era el sueño en el cuarto obscuro con un solo banco de madera y yo sobre él, no sentado como suelen sentarse las personas sino de cuclillas, mirando hacia abajo, tratando de encontrar el suelo  pero siendo inútil contemplarlo, dando la impresión de estar a cientos de metros de piso firme, todo mientras un haz de luz me ilumina solo a mí. Alrededor no veo nada ni hay nada que mirar, todo es una completa negrura más allá del banco. Es entonces cuando, así de la nada, el banco se acuna y comienza a caer; siento el desplome desde la cima de un pino altísimo directo a las bruces de un abismo infinito. Eso empeora la sensación de las tripas  y termina con el aferro a las sabanas al despertar. Una variación del sueño es que  me columpio de una soga que está suspendida de una nube y que la tierra la entreveo en una escena que quizá solo Dios a diario la vea sin el miedo a caer, porque algo en mi inconsciente me afirma que no hay ave alguna surcando los cielos que pueda volar a esa altura. La sensación es la misma y el despertar el mismo, con la diferencia que esta ocasión alguien me balancea desde aquella nube con total consentimiento mío.  Hace tiempo que este sueño desapareció de mis noches, quizá porque yo lo suprimí, la próxima vez que lo sueñe, pensaba, no tendré miedo, diré que no es real y me armaré de valor para dejarlo ir como lo que es, un fugaz sueño que me inhibe solo diez segundos de dormir placentero y después se esfuma. En ocasiones presiento que volverá pero no se presenta o lo mas probable es que no lo recuerdo al despertar.
Una ocasión soñé a don Boni, quien en vida fuera el padrino de mi hermano, estaba bajo la sombra de un árbol, creo era el árbol de mango o de aguacate en la esquina de su casa. Junto a él estaba su esposa, doña Fernanda, quien se crió a mi hermano desde que mi mamá se fue a trabajar a México. Me invade una tristeza inenarrable al pensar que mis cuatro hermanos mayores se quedaron repartidos. Mi hermana, la mayor de todos; con mi tía abuela, mi hermano menor de ellos cuatro;  con su madrina y los dos de en medio con mi abuela. Mi tío, quien vivía con mi abuela, era un tirano que los maltrataba. A pesar de todos los golpes a  mis hermanos el segundo mayor le agradecerá siempre que le enseño el oficio de panadero. Tal vez por eso mis hermanos son alejados de mi madre. No comprendo por qué desarrollé el mismo hábito de disyunción de ella, si a mí como a mis seis hermanos restantes jamás nos abandonó.  No hubo conversación alguna en ese sueño extinto, solo se presentó una vez en mi vida hasta la fecha que lo estoy contando. Parecía una fotografía en realidad, y mientras lo contemplaba se erizaba mi piel con un aire de antaño y peregrino  que soplaba de frente y me despeinaba. Podía sentir el desliz de la brisa por mis poros y casi lo veía corriendo entre las matas altas de bambú y tarro, entre las hojas de la planta de banana silvestre, el árbol de chalahuites y consolando al arbolito de durazno que jamás daba fruto bueno; siempre se quedaban tiernos los duraznos y de un día para otro se precipitaban al suelo o comenzaban a pudrirse si razón alguna, aún prendidos en las ramas del árbol. Podía oler el aire embarrado con aroma de tierra de monte, por eso era espeso y casi perceptible, pasaba a través de las rendijas de la casa hecha de costeras de madera y tarros apolillados, se escabullía casi sin dejar rastro de su presencia  pero dejando estelas de olor en el ambiente, apenas perceptibles. A pesar de todo no recuerdo ver las hojas moverse por el aire aunque llegaba con un flujo continuo, no se movía el delantal que siempre usaba doña Fernanda. Nada se movía en aquel sueño exánime, solo el viento y yo a través de él. Me preocupé en verdad cuando recordé este sueño ¿que significaría soñar con una persona que jamás conocí, pero que en un sueño se manifestaba  como alguien que llevaba años conociendo? Este recuerdo llegó después de soñar con paulina, después de robarle un beso clandestino en un sueño de la misma índole, fue como una prospección, pero morosa, de aquel beso  que no vio la luz sino la oscuridad abrigada de unos juegos, en la vida real, bajo el arbusto de la limonaria; mientras jugábamos de noche a las escondidas. Pero este beso de ensueño, no por la emoción de tocar sus labios vírgenes sino por la melancolía del sueño en sí, tuvo lugar junto al lindero del terreno baldío frente a nuestras casas. Aunque en el sueño ya éramos  adultos, no unos simples niños jugando a esconderse, sino unos adultos que se escondían por la alevosía de una infidelidad. Yo quería un beso a como diera lugar de paulina, a pesar que la culpa maceraba mi conciencia por el hecho de ser desleal a mi esposa, aunque fuera en un sueño. Al despertar sentía el rezago de aquella traición precaria y después del café y un beso confesé a mi esposa el sueño. Terminé a sorbos lerdos mi café y seguí pensando en paulina, me intrigaba y me preguntaba qué recuerdo de ella cultivo en mí el pensamiento que me llevo a soñarla ¿Había llegado esporádicamente como el sueño del bosque y el potrero? ¿Habría sido ella quien me recordó y de alguna forma metafísica, abstracta o totalmente fundada  pero ignota me llego su recuerdo sin percibirlo despierto, pero sí mientras dormía? Recapitule mis sueños para encontrar una secuencia o lógica en ellos. Era pasmoso que a pesar de estar despierto siguiera tan ligado a mi estado de dormido, y es que con cuanta frecuencia sucede que, por la mañana, un sueño casi fresco se vuelve tan esquivo y huye de la memoria volviéndose inescrutable; y yo quería recordarlos todos a la vez. Solo tuve que recordar dos más: el sueño donde Javo, mi amigo el alcohólico, me saludaba desde la banqueta de su casa. Lo contemplé demacrado y amarillo por culpa de la cirrosis y la hepatitis que le había resultado de meses enteros de borrachera, me dio escalofrío recordarlo así en sus peores momentos. Por ultimo a mi memoria llego el sueño de mi abuela; me vi otra vez cavando en el cementerio la fosa para su tumba, me sentí rodeado de ausencias, de personas que llegaban tarde y desde lejos como suele pasar en las muertes inesperadas, las que no son tan anunciadas como en la crónica de Márquez, pero que si son esperadas y divisadas desde lejos, tan lejos como está la niñez de la senectud o tan cerca, tal vez, cuando no alcanza la vida, cuando no es suficiente, cuando se anhela que el hombre debería ser eterno como al principio lo fue. Con la resurrección de ese recuerdo de mi abuela se contrajo mi pupila, como si pasara de un cuarto en penumbra a un exterior totalmente sofocado por una luminosidad extenuante  para mis ojos. ¡Todos están muertos! Pensé en voz alta, mientras una mirada aturdida de mi esposa me daba la misma razón que se le da a un loco. Hasta ese momento de lucidez me levante de la silla y abandone la cocina sin dar explicación. Mi esposa preguntó si me sentía bien, incluso me tocó la frente para corroborarlo, aunque yo no recuerdo que ella me dijera o hiciera algo después de yo encontrar la relación de los sueños. Por inercia agarre mi mochila y Salí de la casa con dirección al trabajo, al cerrar la puerta de mi casa, que da a la calle, dirigí la mirada a la casa de ella; que alivio sentí cuando vi salir a Paulina. Nos saludamos, desde lejos, indiferentes como solíamos hacer desde hace años, pero por una extraña razón  ella se detuvo a esperarme y nos acompañamos, nos hicimos preguntas típicas de personas que no se han visto en años, a pesar que tres o cuatro veces a la semana coincidíamos en la calle y nos saludábamos con una pequeña sonrisa fingida y volátil. Cuando nos separamos en la esquina, me detuve a mirarla marcharse y pensé dentro de mí, muy dentro, tal vez en el corazón ¡Al menos no bese a un muerto en mi sueño! Jamás imagine que si hubiera esperado unos segundos más y la hubiera seguido contemplando, al momento que ella iba a cruzar la siguiente esquina, el conductor de un auto pequeño se distrajera  con la falda de mariana, la dama de noche que volvía del bar como todas las mañanas de sábado, y por la lujuria de esa mirada se subiría a la banqueta tomando a paulina desprevenida; inocente y ajena a aquel suceso que le arrebataría la vida de un golpe literalmente. Me entere por la tarde de su muerte cuando volvía del trabajo, por boca de su primo. Me apresuré a llegar a mi casa y apenas cerré la puerta me puse a llorar. Mi esposa me encontró en la sala y totalmente preocupada me pregunto qué me sucedía, mientras me abrazaba. Con palabras intermitentes  le respondí: ¡Jamás salgo de la casa con la idea de encontrarme a alguien y saludarlo por última vez! Ya te enteraste, respondió mi esposa con una empatía inédita, como si sintiera en su corazón la dolencia que estaba experimentando el mío por la recién pérdida de la mujer que jamás ame, que nunca fue mi novia, pero que siempre quise con el cariño que solo un niño de once años puede desplegar a partir de la total inocencia de un primer beso anticuado, con el sabor de un beso aferrado a los labios de un sueño reciente, de los que jamás olvidas porque son el antecesor común de todos los besos que puedes dar en tu vida.

por: Víctor López (viktor_reader)

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