domingo, 15 de marzo de 2015

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Se escuchaba el sonido de caballos de guerra a todo galope, era el estruendo de muchas aguas desparramándose por el valle, provocando temblor, inundación y destrucción. Las espadas se batían en el aire, cortaban coyuntura y tuétano pero desgarraban el viento. El sonido de gritos de guerra aturdía y provocaba un esconderse de quien lo escuchaba,  provocaba huir y algunos lo hicieron refugiándose. Otro número incontable, como la arena del mar, ignoraron el conflicto bélico que sus ojos contemplaban y siguieron comiendo y bebiendo y casándose, confiando en el poderío de la mano de su ejército, confiando en el número de sus caballos, en la fuerza de sus carros de guerra, en su lanza y en su espada, confiaban en sus dioses.
Cuando la batalla estaba en su furor, piedras procedentes del cielo cayeron sobre aquel valle, el monte  Meguido era el punto de reunión de aquel evento. Envueltas en llamas descendían y golpeaban a los guerreros de aquella batalla. Un granizo fuerte le siguió y el granizo y las piedras fueron hiriendo a los guerreros y cayeron al suelo reseco y partido por el sol abrazador, pero no morían, solo eran derribados, inmovilizados contemplaban aquella escena de la cual muchos ya comenzaban a murmurar. Al ver la calamidad muchos de los que no hicieron caso quisieron huir y buscar refugio en las cuevas de las montañas, pero la tierra cerró sus guaridas y quedaron desnudos a la intemperie de la catástrofe. Una oscuridad cayó sobre la tierra y el sol se apagó y el brillo de la luna y el de las estrellas también dejó de dar su luz por encima de la superficie del suelo. Ocurrió un temblor y los hijos de los hombres desmayaban de terror y clamaban a su poder y al poder de sus dioses, pero nadie socorría. Y quisieron guerrear contra el causante de aquella calamidad grande, pero no encontraron a nadie contra quien hacer la guerra. Hubo un instante de paz, un solo segundo, pero después se desató más la furia de aquella calamidad y la fuerza incontenible de los elementos se desbordó sobre la tercera parte del mar y sobre una tercera parte de la tierra y los hombres siguieron buscando refugio, pero no hallaron.
Al ver que nada podía salvarlos quisieron terminar con su vida pero incluso la muerte se apartó de ellos. Y el viento siguió soplando, el mar se agitaba, granizo y piedras de fuego continuaban cayendo del cielo y chocando contra la superficie del suelo, derribando hombres, mientras ellos contemplaban todo. Tempestades arrasaban y truenos semejantes a voces poderosas sobrevenían de los cielos, rayos impactaban y el miedo seguía difundido en medio de los hombres.
Y sobrevino otro temblor, uno grande en magnitud, y la tierra abrió su boca y procedió a tragarse a todo hombre derribado y toda bestia derribada sobre el suelo, moribundos descendían a la garganta del suelo y fueron muchos los que bajaron tragados por la tierra.  Después la muerte regreso sobre la carne, para terminar con todo aquel que mantuviera vida y sobre el insensato de corazón, aquel que renegó y que destruyó. Y los hijos de los hombres fueron muriendo, tanto hombre, mujer y anciano. Y poco a poco se dejaron de escuchar gritos de desesperación, hasta que la tierra estuvo en paz y en silencio, un silencio como no lo ha habido desde la fundación del mundo y una paz inigualable.
Al fin de aquella calamidad, los muertos que no fueron tragados por la tierra llegaron a tapizar la superficie del suelo. Había total silencio en medio de aquella matanza. Y las aves de rapiña, desde el buitre hasta el milano y el águila calva, todas las aves procedentes del todo el mundo, fueron convocadas a ese gran festín y se llenaron de la carne de generales y con la carne de reyes y con la carne de la gente de las naciones, y limpiaron el suelo de cadáveres, no hubo distinción entre hombre y bestia.
Hubo sobrevivientes, pocos a decir verdad, y aquellos fueron los encargados a quienes se les dio la comisión de limpiar la tierra. Lanzas y espadas fueron fundidas y fabricaron herramientas para trabajar la tierra y un nuevo inicio dio comienzo, con la fe restaurada y la voluntad divina instaurada sobre la tierra. Todos eran felices, las cosas malas habían pasado y los recuerdos malos ya no subían al corazón. No había llanto ni clamor ni dolor.


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