Se escuchaba
el sonido de caballos de guerra a todo galope, era el estruendo de muchas aguas
desparramándose por el valle, provocando temblor, inundación y destrucción. Las
espadas se batían en el aire, cortaban coyuntura y tuétano pero desgarraban el
viento. El sonido de gritos de guerra aturdía y provocaba un esconderse de
quien lo escuchaba, provocaba huir y
algunos lo hicieron refugiándose. Otro número incontable, como la arena del mar,
ignoraron el conflicto bélico que sus ojos contemplaban y siguieron comiendo y
bebiendo y casándose, confiando en el poderío de la mano de su ejército,
confiando en el número de sus caballos, en la fuerza de sus carros de guerra,
en su lanza y en su espada, confiaban en sus dioses.
Cuando
la batalla estaba en su furor, piedras procedentes del cielo cayeron sobre
aquel valle, el monte Meguido era el punto
de reunión de aquel evento. Envueltas en llamas descendían y golpeaban a los
guerreros de aquella batalla. Un granizo fuerte le siguió y el granizo y las
piedras fueron hiriendo a los guerreros y cayeron al suelo reseco y partido por
el sol abrazador, pero no morían, solo eran derribados, inmovilizados
contemplaban aquella escena de la cual muchos ya comenzaban a murmurar. Al ver
la calamidad muchos de los que no hicieron caso quisieron huir y buscar refugio
en las cuevas de las montañas, pero la tierra cerró sus guaridas y quedaron
desnudos a la intemperie de la catástrofe. Una oscuridad cayó sobre la tierra y
el sol se apagó y el brillo de la luna y el de las estrellas también dejó de
dar su luz por encima de la superficie del suelo. Ocurrió un temblor y los
hijos de los hombres desmayaban de terror y clamaban a su poder y al poder de
sus dioses, pero nadie socorría. Y quisieron guerrear contra el causante de
aquella calamidad grande, pero no encontraron a nadie contra quien hacer la
guerra. Hubo un instante de paz, un solo segundo, pero después se desató más la
furia de aquella calamidad y la fuerza incontenible de los elementos se
desbordó sobre la tercera parte del mar y sobre una tercera parte de la tierra
y los hombres siguieron buscando refugio, pero no hallaron.
Al ver
que nada podía salvarlos quisieron terminar con su vida pero incluso la muerte
se apartó de ellos. Y el viento siguió soplando, el mar se agitaba, granizo y
piedras de fuego continuaban cayendo del cielo y chocando contra la superficie
del suelo, derribando hombres, mientras ellos contemplaban todo. Tempestades arrasaban
y truenos semejantes a voces poderosas sobrevenían de los cielos, rayos
impactaban y el miedo seguía difundido en medio de los hombres.
Y sobrevino
otro temblor, uno grande en magnitud, y la tierra abrió su boca y procedió a
tragarse a todo hombre derribado y toda bestia derribada sobre el suelo,
moribundos descendían a la garganta del suelo y fueron muchos los que bajaron
tragados por la tierra. Después la
muerte regreso sobre la carne, para terminar con todo aquel que mantuviera vida
y sobre el insensato de corazón, aquel que renegó y que destruyó. Y los hijos
de los hombres fueron muriendo, tanto hombre, mujer y anciano. Y poco a poco se
dejaron de escuchar gritos de desesperación, hasta que la tierra estuvo en paz
y en silencio, un silencio como no lo ha habido desde la fundación del mundo y
una paz inigualable.
Al fin
de aquella calamidad, los muertos que no fueron tragados por la tierra llegaron
a tapizar la superficie del suelo. Había total silencio en medio de aquella
matanza. Y las aves de rapiña, desde el buitre hasta el milano y el águila calva,
todas las aves procedentes del todo el mundo, fueron convocadas a ese gran festín
y se llenaron de la carne de generales y con la carne de reyes y con la carne
de la gente de las naciones, y limpiaron el suelo de cadáveres, no hubo distinción
entre hombre y bestia.
Hubo
sobrevivientes, pocos a decir verdad, y aquellos fueron los encargados a
quienes se les dio la comisión de limpiar la tierra. Lanzas y espadas fueron
fundidas y fabricaron herramientas para trabajar la tierra y un nuevo inicio
dio comienzo, con la fe restaurada y la voluntad divina instaurada sobre la
tierra. Todos eran felices, las cosas malas habían pasado y los recuerdos malos
ya no subían al corazón. No había llanto ni clamor ni dolor.
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