La gente se dio
cuenta de que algo iba mal con aquel sujeto en cuanto comenzó a empujarlos a
todos en un urgente afán por quitarse los obstáculos del camino. Llevaba ya un
buen trecho caminando rápida y decididamente por aquella acera. Iba con la
cabeza gacha pero marchaba con decisión hacia el frente. Su primer encontronazo
fue contra un transeúnte distraído que golpeó su hombro contra el del hombre
aquel, quien, impulsado por el impacto, giró trescientos sesenta grados y
continuó caminando como si nada hubiese pasado, dejando al transeúnte enfadado
y rezongando tras de sí. Conforme la acera se llenaba de más y más gente, los
golpes a los hombros y a los costados en general se hicieron más frecuentes,
más duros, más malintencionados y, por supuesto, más dolorosos. El sujeto iba
ensimismado que no se dio cuenta del accidente que ocasionó al pasar por un
cruce peatonal cuyo semáforo frontal estaba en rojo. A duras penas escuchó un
chirrido de llantas frenando y los gritos que pegaba la gente al escuchar el
estruendo de los metales que se tuercen al colisionar. Prosiguió, abriéndose
paso torpemente y molestando a los transeúntes de quienes parecía no
percatarse. Por poco se golpea contra un
poste que pasó casi rozando, sin embargo no ocurrió lo mismo con el segundo con
el que se topó. Fue un golpe seco que lo aturdió por momentos y, dada la
velocidad a la que caminaba, terminó tumbado en el suelo, sólo para levantarse
con el mismo ímpetu y proseguir la precipitada marcha. Así continuó por espacio
de unos quince minutos, apretando el paso, chocando con la gente y demás
obstáculos: botes de basura, ciclistas, perros mascota y lazarillos, más gente…
La acera llegó a estar tan atestada que el hombre aquel no pudo más que abrirse
paso a empujones y, en última instancia, a puñetazos. Empujaba, lanzaba golpes
al aire y gritaba. La gente comenzó a agredirlo de igual manera hasta que
ocurrió lo peor. Entre jaloneo y forcejeo, el hombre aquel fue empujado fuera
de la acera hacia un cruce peatonal por el que pasaba cierto automóvil a toda
velocidad. Los curiosos no tardaron en cerrar la escena del accidente en un
círculo, algunos gritando, otros tomando fotos y videos y unos cuantos más
lanzando exclamaciones o haciendo llamadas. Entre quienes presenciaron durante
un buen rato la atroz caminata alguien preguntó:
- Pobre hombre ¿Qué
estaba ciego?
- ¡Qué va! Este
no estaba ciego… andaba encabronado…
Eso fue lo que
se escuchó por respuesta.
Escrito por: Jim
Marín Acevedo (@Capitanjms)
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