domingo, 29 de marzo de 2015

RETROSPECCIONES DE ESTA NOCHE






A veces en el silencio de la noche, todos sus recuerdos le eran devueltos con la plenitud de una canción de infancia… en la soledad nadie escapa a los recuerdos.

(Antoine de Saint-Exupéri)









Voy a escarbar un poco en mi memoria, aunque debo advertirles que quizá sean confusos mis recuerdos. Regresaré a 1992 cuando tenía 6 años de edad. Les describiré el hogar donde pasé 9 años de mi infancia, la época con más carencia que he vivido junto a mis hermanos, pero la más inocente que recuerdo. Por aquellos años la casa era grande, de lámina galvanizada y un piso a desnivel donde se alojaba un negocio familiar. Un amplio callejón que unía a las dos calles principales del pueblo era nuestro patio de juegos. No teníamos camas, ni demasiadas cosas, la única cama en la casa era la de mis padres, mis hermanos y yo dormíamos en el piso, eso no era molestia en un lugar donde en verano llega a 38 °C y el bochorno sigue sofocando aun de noche.


No puedo mencionar una fecha en específico, pero recuerdo bien que esa noche incluso yo, quien ya estaba aclimatado, sentía calor. Cabe mencionar que la casa era vieja ya por aquellos años,  más viaja hoy y más vieja, por decreto, que mi infancia.  Fruto del esfuerzo de mis abuelos paternos a quienes nunca conocí. (pero albergo la esperanza, dentro de un pecho un poco deleznable, de conocerlos algún día en otro mundo completamente distinto) La casa tenía antecedentes de sucesos extraños: alguien arrojaba piedrecillas sobre la lámina,  se escuchaba el caer de una piedra grande en el callejón donde jugábamos, pero al salir y revisar no había nada, ni piedra ni huella sobre la tierra. Otras ocasiones, se escuchaba un paloteo sobre las mesas del negocio, en la  parte de abajo. En la corta estancia en esa tan añorada casa para mí, eso era de casi todos los días, y ya estábamos, por decirlo, acostumbrados. Pero aquella noche calurosa sucedió algo que jamás me ha vuelto a suceder y que a pocos les he confiado. La oscuridad ya había transcurrido unas cuantas horas, pero aún no era de madrugada. Me desperté con las ganas de ir a mear, me levanté de las cobijas tendidas sobre el piso y me dirigí al baño. Para eso tenía que pasar por donde estaba la mesa, pero al salir al comedor me quedé cuajado cuando en medio de la oscuridad vi a unos seres pequeños sentados a la mesa y brincando por encima de ella, como si fuera un festín y tuvieran una conducta relajada, dando brincos y desparramando todo a punta de patadas. El gigantesco miedo me petrificó, me vinieron unas inmensas ganas de gritar ¡papá! o ¡mamá! Pero ningún sonido salía de mí, ningún movimiento pudieron dar mis muertos músculos y mis piernas no respondían,  casi ningún respiro salía de mi nariz. La claridad de una noche iluminada por la luna nueva entraba por la ventana y me dejaba ver bien a aquellos seres extraños e intrusos en mi casa. Se dieron cuenta de mi presencia y al verme en aquella condición echaron a reír, o mejor dicho a burlarse. Fue una burla maligna y demoniaca  y me señalaban con el dedo y se burlaban en gran manera de mí, pero a pesar de las burlas evidentes, yo no escuchaba ningún ruido salir de aquellas carcajadas. Mis ojos podían ver a aquellos seres enanos y grises, incluso recuerdo a algunos con espinas saliendo de sus cuerpos y crecer al ritmo de sus burlas mientras se agarraban la panza, pero no hacían ruido. No recuerdo qué fue lo que hice, pero en mi afanoso y desesperado deseo de gritar por ayuda de mi papá, un movimiento por alguna inercia metafísica, me gusta creerlo así, me hizo extender el brazo izquierdo y encender la luz desde el interruptor.  Grité al momento de ver claridad y darme cuenta que aquellos demonios se habían esfumado con la luz artificial de un foco de 100 watts. Fue claro que grité, porque mi garganta se encontraba desgarrada por la mañana y con un dolor intenso, pero nadie en el momento me escuchó hacerlo. Ya no fui al baño solo, me dirigí a la cama de mis padres y sutilmente desperté a mi papá, pero no le conté nada, tenía tanto miedo que no pude hacerlo, solo le pedí que me acompañara al baño. 


Nos mudamos a la ciudad cuando yo tenía 9 años y dejamos aquella vieja casa, abandonada por algunos meses, hasta que mi papá la vendió a los Romero. Me dolió tanto saber que la casa había sido vendida a unos extraños. Sentí que mi niñez y mis recuerdos habían sido vendidos con ella. Mi corazón literalmente siente que dejó la infancia atrás y que aún ronda entre las paredes de hormigon, contando en secreto el pasado de un cuento que se volvio viejo. Tanto es así que la nostalgia aún invade esta memoria atrapada en recuerdos y de vez en cuando sueño que sigo viviendo en ese hogar de caliche y vigas de encino viejo.  Me veo en la tumba abierta de mis recuerdos, encima del closet de concreto, donde guardábamos cientos de libros y revistas viejísimas, polvorientas y llenas hollín, sentado en una reja de madera, leyendo sobre cosas que guardo hasta la fecha como frescos recuerdos ayer. 



 Escrito por: Víctor López  (@viktor_reader)

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